Gabito parece hijo de purina”, dijo hace décadas un buen día Gabriel Eligio García Martínez, para hacerle ver al mundo que parecía que uno de sus hijos hubiera sido criado solo por su madre y la fuerza de hombre se la hubiera dado un concentrado…. Una expresión que la historia ha comprobado, no obedece a que Gabriel José García Márquez no quisiera a su padre, sino porque a fuerza de contar tanto quién era su abuelo y su madre, no dejó espacio en su legado para aclarar finalmente quién fue su papá, por lo menos para aquellos que no lo ven claramente retratado en un par de románticos apartes de El amor en los tiempos del cólera.
Gabriel Eligio fue médico homeópata autodidacta, violinista, telegrafista, poeta irredento y padre de 15 hijos: Abelardo y Carmen Rosa; concebidos antes del matrimonio, Antonio y Germaines Hanai (Alias Emi) – traídos al mundo fuera del matrimonio, posteriormente acogidos por su esposa con el pasar de los años- y como fruto de su matrimonio: Luis Enrique, Margarita, Aída, Ligia, Gustavo, Rita, Jaime, Hernando, Alfredo, y en las dos puntas –al principio y al final respectivamente-, dos extensiones de el mismo, dos Gabrieles –para no quedarse sin un tocayo en la casa-. Al principio Gabriel José y al final Eligio Gabriel, las dos plumas más reconocidas de la familia; uno que lo hizo invisible y otra que le devolvió el protagonismo, la gran diferencia la hizo la historia: le dio el Nobel a uno y al otro no.
Han pasado décadas, ya Gabriel Eligio murió y cada uno de sus vástagos hizo su vida, cosechando familia y logros importantes en su quehacer… Sin embargo, todos, absolutamente todos –incluso él mismo- a la sombra del Premio Nobel de literatura: Gabriel José de la Concordia García Márquez, quién inventó Macondo a punta de tejer los recuerdos de la infancia entre 15 hermanos y la costumbre familiar de estar “armando bololós” –como dice Jaime su hermano-, y eso sí, capitalizando un oficio que los hijos del telegrafista de Aracataca conocen muy pero muy bien.
Hablar de la familia García Márquez es una tarea que está de moda hace un tiempo… Ahora resulta que cuando el nobel ya no nos acompaña físicamente, es todo un honor escribir, investigar sobre su familia, hasta el punto de disertar científicamente por qué en Cien años de soledad se asegura que un hijo entre primos sale con cola de puerco.
Encontrarles la quinta pata a los García Márquez… Una misión que ha enajenado a escritores de talla mundial como Gerald Martin y cautivado a pintores, fotógrafos, ex presidentes norteamericanos, poetas y hasta periodistas de farándula, en un desmande sin parangón en la historia colombiana. Aseveraciones rimbombantes, basadas en una familia sencilla y alegre que hoy por hoy navega en una dinámica de vida en la que los quieren ver como los personajes de Cien años de soledad o la fuente del chisme pendiente sobre el Nobel.
Los García Márquez son una familia Caribe, con su frescura y sus vericuetos, con la soltura de la gente que creció a sus anchas, sin tanta ropa encima, ni tanto pelo en la lengua, una familia criada alrededor de cuentos mayores, un entorno donde todo es posible mientras sea susceptible de ser contado… Muy bien contado.
“Uno termina siendo lo que la gente cree que es uno”, dijo alguna vez Gabito… ¡Y vaya si eso es verdad!, sobre todo cuando mucha gente en el planeta anda tratando de saber quién es uno, para que mucha otra gente asuma su versión como verdad.
Lo que también es cierto es que si lo que la gente escuchara sobre Gabriel García Márquez fuera dicho de voz de su hermano Jaime, la imagen del escritor encumbrado, distante, intelectual y duro se hubiese hecho migas y todos hubiésemos corrido ad portas de la casa de Gabito en México para darle un abrazo por ser así, como lo retrata su hermano; tan divertido y desparpajado que, en vez de pedirle una dedicatoria en un libro, provocaría invitarlo a una cerveza en el andén más cercano.
Sin embargo, la historia es otra, ese hermano descomplicado a veces parece que no existió; o mejor dicho la fama, el dinero, los chismes y la opulencia lo hicieron inalcanzable. Las fuentes que lo retrataron en el imaginario colectivo mundial han sido diferentes de la casa materna y los escritores y los medios han hecho de la reputación de los García Márquez, un tinglado que amenaza hasta al mismo Macondo…
La gente sigue indagando, los medios de comunicación no paran, la Fundación Nuevo Periodismo sigue funcionando; esta misma mañana otro joven en el mundo abrió por primera vez sus ojos ante Cien años de soledad, la vida continúa y los García Márquez están ahí tranquilos, andando en un camino donde algunos como yo contamos con la suerte de atravesarnos para gozar de la fuerza del espíritu que realmente los habita.
Al sonar de las copas, hay una voz entre dulzona, Caribe y viril que me camina por el cuello. Un hormigueo extraño sube hasta mi oído y me hace reír. No hay duda, por esos lares anda ese que, excusado en la reputación de escritor de su hermano, se ha librado del yugo de tener que usar la escritura para hacer lo que en los García Márquez es natural y fortuito: el saber contar las cosas. Habilidad que para mi gracia se desparrama en mi presencia, en la voz de Jaime García Márquez.
“Resulta que tocó arreglar los muebles y se los llevamos a un tapicero que prometió entregarlos el 2 y llego el 20 y ni razón de ellos…”. Estas palabras parecen el inicio de una narración doméstica sin importancia que podría hacer sufrir a cualquier ama de casa, destellando en angustia por la ausencia de sus muebles, matando su pena mientras se la trasmite a sus amigas en el supermercado. Pero no, la escena es muy distinta, de hecho, casi antagónica…
Seis hombres posesionados de la mesa de un bar, Whisky en mano y virilidad en pecho, se encuentran hipnotizados oyendo al juglar contar la historia de los muebles que de su casa se habían ausentado después de una especie de secuestro al que fueron condenados, una vez entregados a un tapicero incumplido, que mantuvo en veremos parte del patrimonio familiar. Un crimen que nos hizo un favor: dejó que éste García Márquez, el que no sabe –según él- ni escribir cartas de amor, refrendara mi teoría de que eso de saber contar los cuentos no es cosa de la pluma de su hermano, eso es cosa del apellido o de eso que llaman genética.
Ya mi memoria casi alcanza a perder la cuenta de las veces que me he quedado petrificada ante los cuentos del hermano sánduche –un sustantivo con el que él se autorretrata y que yo todavía no entiendo muy bien-. Son muchas las historias que en su voz se vuelven mágicas, así retraten solo los eventos más simples de nuestro entorno Caribe. Un contexto que a veces resulta hasta risible si uno se pone a pensar en cada uno de los miembros de su famoso grupo familiar, y se analizan desde estos cuentos que yo catalogo, entre otras cosas, como una parodia analgésica para estos días postmodernos.
Que cuando mi mamá se trajo a Toño a vivir con nosotros, que era un hombre apuesto, igualito a su papá, que las ocurrencias de Ligia, que los cuentos de Aída, los poemas de Gustavo, los libros de Eligio Gabriel, las insólitas respuestas de su madre, la sabiduría de su padre, la estatura de Abelardo y las aventuras de Gabriel José… Escuchar a este Ingeniero Civil, hablar – titulado Ingeniero Cultural por la dignidad de su hija Patricia Alejandra a los 12 años-, es una de esas aventuras que se emprende sin un por qué aparente, solo movido por una atracción indescriptible que alerta la imaginación y lo pone a uno a navegar al ritmo de la voz del que dibuja con maestría la escena en cuestión.
Es increíble que sin comas, ni puntos, ni comillas ni nada de los habituales yugos ortográficos y de puntuación que vivimos los que escribimos; este hombre logre poner a cualquiera a tono con su charla de una manera tan magnética que es difícil de creer; hasta que uno no ve a un poeta, un mercader, un filósofo, una modelo y dos intelectuales, completamente extasiados por la charla que puede tocar desde la fundación del Festival Vallenato, hasta los orígenes de Crónica de una muerte anunciada.
Recientemente lo sacan hasta en la televisión, gracias a un paseo súper divertido que construyó en Cartagena para compartir con los amigos; persiguiendo los lugares en los que su hermano dijo haberse inspirado para escribir El amor en los tiempos del cólera y que ahora resulta ser un atractivo turístico llamado “La Ruta García Márquez” y que cualquier día va a terminar siendo un paquete de agencia de turismo; gracias a ese libro que hace poco estuvo nuevamente en boga, a raíz de una película donde él mismo terminó siendo extra, muerto de la risa y del calor, porque para él eso de ser hermano de un Nobel parece no existir. Jaime continúa gozándose la vida como viene, como cualquier cristiano que tiene hermanos que escriben y punto.
Haciendo uso siempre de un bajo perfil, miembro de familia sin igual, siempre está pendiente de los hermanos, los sobrinos, los primos y los primos de los primos… En él convergen las historias familiares gracias a su asequibilidad inconfundible y esa soltura deliciosa que tiene para decir las cosas, eso sí, mientras no sean en beneficio propio, porque para lo único para lo que no usa los dos apellidos es para él mismo.
Normalmente se presenta como Jaime García. Si no fuera porque ahora hasta los cantantes lo vienen a buscar para hablar de su hermano Gabito, nadie sabría cuál es su segundo apellido. Sin embargo, el tiempo y su posición como Vicepresidente de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano le ha enseñado que usar los dos apellidos sirve para hacer eso que tiene de hobby: abogar por cuanto creador cultural talentoso se le acerca… Que los derechos para una obra de teatro, que los permisos para que me dejen hacer tal película en ésta calle, que un contacto para que me ayuden a sacar el proyecto… Toda una variedad de peticiones que en Jaime encuentran como mínima respuesta una sonrisa que le devuelve el ímpetu a cualquiera para seguir empujando su propia utopía.
Los García Márquez son una máquina de hacer cuentos, unos llevando una vida que reta la imaginación del más ocurrente, otros dotados de una pluma exquisita como Gustavo, Gabriel José y Eligio Gabriel, otros con el vicio de cuestionarlo y pensarlo todo como Antonio y Alfredo, algunos con la habilidad de encontrar el documento que le falta a la historia como Ligia y otros que los relatan con la capacidad de hipnotizar al escucha como Jaime; quien aparentemente lejano a eso de las letras, es un hombre que sin afán de protagonismo cautiva los oídos de los desprevenidos que en una reunión de amigos le arrancan alguna historia. Narraciones, con las que cualquier periodista vivo podría contar sin titubeos los detalles que en Vivir para contarla tal vez se omitieron y que en su simplicidad encantadora resguarda inequívocamente la magia de los García Márquez.
“En el 2001 dos de mis hermanos escribieron en 365 días dos obras que sumadas dan mil páginas … Eso es algo que los críticos y los medios no han dicho”, dice Jaime como quién trata de comentar una anécdota cualquiera sobre sus hermanos; sin tener en cuenta la magnitud de lo que eso representa, se trata de dos grandes obras de la literatura contemporánea colombiana: Vivir para contarla de Gabriel García Márquez y Tras las claves de Melquíades de Eligio Gabriel García, quien rebanó su nombre público evitando usar su segundo apellido, quizá para evitar comparaciones innecesarias, que a la larga salen sobrando, sobre todo si haciendo honor a la verdad y sin el yugo mediático del Nobel, se le da a cada Gabriel lo que es de él…
Después de la generación de los hermanos de Jaime, viene una generación muy interesante de los García Márquez, muchos de los cuales comprimieron los dos apellidos de sus padres y tíos en uno solo para preservar la tradición, es el caso de Patricia Alejandra – hija menor de Jaime- que se llama Patricia Alejandra García-Márquez Munive, y de Luis Carlos, que firma igualmente Luis Carlos García-Márquez Moreli. Parte de una generación donde las tradiciones no se han perdido, pero en la cual se sienten mucho más libres de desprenderse del tema del Nobel. Algunos como Esteban trabajan alrededor de obras de su tío, otros como David disertan en secreto sobre las inclinaciones políticas de la familia, otros por el contrario se mantienen al margen y así unos y otros se van multiplicando en ubicaciones y profesiones, eso sí sin dejar nunca eso que llevan adentro y que los hace representantes de una casta Caribe, creativa muy particular.
Jaime es hoy por hoy el tío encuentro, a su alrededor pululan los sobrinos, tanto que un día inventó reunir los que tenía en la costa y le tocó mandar a cerrar un bar para sentarlos a todos. Su casa es refugio del que llega, los recuerda a cada uno en su dimensión, aunque tiene por supuesto afectos y deferencias especiales –aunque no guste de aceptarlo en público-, lo cierto es que su contacto con ellos es una de las cosas que garantiza que esa magia que cada uno de sus hermanos trasmitía y transmite –con la voz o con la pluma- permanezca viva en ésta generación y en próximas… Para que esa costumbre familiar de estar “echando cuentos”, no se pierda, y se pueda decir que el Rincón Guapo –título que le dieron en la familia a la costumbre de reunirse a contarse los cuentos- no muera como un dato histórico, sino que se reinvente con los años como una tradición familiar viva, una tradición no del Nobel de Literatura, sino como el verdadero secreto de los García Márquez