García Márquez: viajero de la libertad

La experiencia de Gabo durante la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos
Nicolás Pernett

La distancia que hay de la vida al papel es tan grande como la que hay del papel a la realidad. Muchas cosas tienen que pasar para que las experiencias vividas por un escritor se conviertan en literatura, y también son muchas las acciones que hay que llevar a cabo para que las leyes escritas en papel se conviertan en una vivencia cotidiana. Así lo entendió la comunidad negra de Estados Unidos de finales de los años cincuenta. Después de siglos de esclavitud y de décadas de segregación, el Movimiento por los Derechos Civiles se decidió a finales de la década de 1950 a hacer cumplir de una vez por todas los mandatos de la Corte Suprema de Justicia, que había emitido varias sentencias en contra de la doctrina de "separados pero iguales" que mantenía a los afroamericanos excluidos de los espacios públicos de los blancos en buena parte del país.  

Una de las acciones más audaces del movimiento fue organizar un viaje interracial de Washington a Nueva Orleans en uno de los buses de la compañía Greyhound, la forma de trasporte de los más pobres en el país más rico del mundo. El 4 de mayo de 1961 un grupo de estudiantes y activistas negros y blancos, "los viajeros de la libertad", decidieron partir de la capital del país en un viaje que se adentraría en los peligrosos terrenos del racista sur, para llevar a la práctica los mandatos que se oponían a la segregación en las sillas de los autobuses, los hoteles, los restaurantes y las salas de espera de los terminales. Esta peregrinación fue humillante pero revolucionaria. Los viajantes sufrieron arrestos y arengas racistas en varios poblados de Virginia, las Carolinas y Georgia, y encontraron literalmente el infierno en Birmingham, Alabama, donde miembros del Ku Klux Klan, y sus simpatizantes dentro de la policía, detuvieron la manifestación en la terminal de transporte el 14 de mayo y le prendieron fuego al autobús con sus ocupantes adentro. La explosión del tanque de gasolina hizo que la turba finalmente soltara las puertas y los ocupantes del vehículo pudieran salir para salvarse de milagro del linchamiento de fuego. Más activistas fueron arrestados nuevamente, y las amenazas se mantuvieron, pero las candelas de los supremacistas blancos no hicieron sino avivar la agitación del movimiento y muchos más se unieron a la protesta y organizaron más y más viajes interraciales durante ese caliente verano en las carreteras de Mississippi, Georgia y Alabama.

Exactamente un mes después de estos incidentes Gabriel García Márquez, su esposa, Mercedes Barcha, y su hijo de año y medio, Rodrigo, hicieron un viaje por carretera desde Nueva York hasta Nueva Orleans en un bus Greyhound y por las mismas carreteras ardientes donde los viajeros de la libertad estaban cambiando el mundo. Pasaron por los mismos estados y no hubiera sido extraño que hayan sido mirados con la misma displicencia por los mismos hombres que habían hecho la vida imposible a aquellos. Con ese extraño don de oportunidad histórica que le había hecho estar cerca de la masacre de las bananeras en 1928, presenciar la Marcha del Silencio y el Bogotazo durante su época de estudiante en la capital colombiana, y conocer la Revolución Cubana pocos días de su entrada triunfante a La Habana, García Márquez se encontró en el corazón de otro momento decisivo en el que los desheredados de la tierra luchaban por hacer respetar su nombre y encontrar un lugar con dignidad para sus pasos bajo el sol. De cierta manera, él también era un desheredado: agobiado por la pobreza durante gran parte de su vida, mirado con sospecha por sus colores caribes en la fría Bogotá, arrestado en París por parecer un argelino en tiempos de las guerras de descolonización de África y vigilado en Nueva York por trabajar para una agencia de prensa cubana (Prensa Latina) en el momento más álgido de la Guerra Fría. Para colmo, el joven periodista había sido perseguido hasta en las propias oficinas de Prensa Latina cuando la línea dura del Partido Comunista Cubano había empezado a implantar un estalinismo a la caribeña en el corazón de una revolución que había prometido un socialismo diferente al soviético. La salida de la agencia noticiosa del argentino Ricardo Massetti precipitó la renuncia del colombiano y lo llevó a quedarse, nuevamente, como un náufrago en el vacío, esta vez con esposa e hijo, sin siquiera recibir la liquidación que se merecía para poder pagar los tiquetes aéreos de vuelta a casa. Con los pocos dólares que habían podido guardar y con la esperanza de 150 más que su camarada (de los buenos) Plinio Apuleyo Mendoza le giraría a Nueva Orleans, los García Barcha emprendieron uno de los viajes más difíciles de su vida, también buscando la tierra prometida, tras el sueño de un mundo donde los hombres fueran juzgados por el contenido de su carácter y no por sus creencias, color u orígenes sociales. 

El destino de su viaje por la libertad fue México. Ya desde el 7 de abril de 1961 García Márquez intuía que su nuevo hogar sería al sur de la frontera norteamericana, atraído por la pujante industria del cine que allí existía y por la insistencia de amigos como Álvaro Mutis. En una carta de esa fecha a Plinio Apuleyo Mendoza dice: "Massetti -como debes saber- salió ayer de la agencia. Yo anuncié que estaré en ella hasta el último de este mes. […] Es probable que me vaya a México […]". En una carta dirigida a Álvaro Cépeda Samudio el 23 de mayo de 1961 le confirma su decisión: "A pesar de que las vainas se veían venir en grande, yo no creí que los acontecimientos se presentaran tan atropelladores, y que me quedaban aún algunos meses en Nueva York. Sin embargo, mi última esperanza de quedarme aquí se desvaneció definitivamente esta noche, y el primero de junio me voy a México, por camino carreteable, con el propósito de atravesar el profundo y revuelto sur". Sin embargo, el 5 de junio aún le escribía a Mendoza: "Todavía seguimos aquí, por la misma razón de siempre: esperando el giro. Creo que todavía pasarán unos 3 o cuatro días antes de que arranquemos. […] Creo, ahora sí, que te puedes economizar la respuesta hasta la llegada a México, que será unos 10 días después del arranque".

El viaje no habría de durar diez días sino quince y no serían pocos los problemas que García Márquez y familia encontrarían a su paso. Con un inglés apenas balbuciente y sus ahorros menguando día a día, los García Barcha lograron moverse como pudieron en los caminos de un país que les era desconocido y hostil. Una noche incluso, en Montgomery, Alabama, se quedaron sin dormir porque los hoteles no los recibieron por mexicanos (léase latinoamericanos), una población también segregada y explotada en los Estados Unidos y por la cual líderes como César Chávez y Dolores Huerta empezaban a pelear en los viñedos de California. García Márquez logró durante el viaje conocer de primera mano las tierras que inspiraron el duro condado de Yoknapatawpha de William Faulkner y comprobar que los gringos de la compañía bananera en Aracataca eran igualitos a estos que ahora veía en Alabama, y que si aquellos habían establecido un pueblo aparte en el corazón del Magdalena solo para ellos, cómo no iban confinar a las minorías al rincón más degradante en el corazón del imperio. Sin embargo, a veces la historia se mueve más rápido que las mentes de las personas que la constituyen y los García Barcha lograron llegar a México sin ningún muro que los contuviera, como los primeros Buendía buscando el mar entre alimañas de monte y lirios sangrantes.

Y así llegaron a México, el mismo país que había recibido a los exiliados de la Guerra Civil española y a los judíos que huyeron de la Segunda Guerra Mundial, una verdadera tierra de oportunidades que ahora acogía con dignidad y respeto a hermanos colombianos. Estados Unidos había acabado para ellos, real y simbólicamente pues, un día después de llegar, García Márquez se enteró del suicidio de Ernest Hemingway, para quien escribió el obituario: "Un hombre ha muerto de muerte natural", en el que valoró el sutil mensaje de la obra del que muchos veían como un ejemplar del protomacho norteamericano. En contra del lugar común García Márquez logró ver que: "Pocas veces, en su extensa obra, surgió una circunstancia en que la fuerza bruta prevaleciera contra el conocimiento. El pez chico, si era más sabio, podía comerse al grande […] [y] un pescador solitario, agotado y perseguido por la mala suerte logró vencer al pez más grande del mundo en una contienda que era más de inteligencia que de fortaleza". Como si estuviera hablando de su propia vivencia en los hostiles Estados Unidos o de los luchadores por los derechos civiles de ese país, García Márquez encontró en los personajes de Hemingway la clave para derrotar al monstruo: la inteligencia y la perseverancia de los supuestamente débiles que terminan cambiando a la sociedad por el ejemplo de su viaje hacia la libertad.

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