Entrevista con el periodista e investigador colombiano Juan Camilo Rincón.
El 22 de octubre de 1982, un día después de que la Academia Sueca lo galardonara con el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez recibió en México la Orden del Águila Azteca. Fue un reconocimiento que el gobierno mexicano le otorgó por su entrañable vínculo con el país y sus contribuciones a la cultura latinoamericana. Durante la ceremonia, García Márquez pronunció un discurso en el que agradeció el amor y la hospitalidad de los mexicanos.
“Aquí han crecido mis hijos, aquí he escrito mis libros, aquí he sembrado mis árboles”, dijo. “En los años sesenta, cuando ya no era feliz pero aún seguía siendo indocumentado, amigos mexicanos me brindaron su apoyo y me infundieron la audacia para seguir escribiendo, en circunstancias que hoy evoco como un capítulo que se me olvidó en Cien años de soledad. En el decenio pasado, cuando el éxito y la publicidad excesiva trataban de perturbar mi vida privada, la discreción y el tacto legendario de los mexicanos me permitieron encontrar el sosiego interior y el tiempo inviolable para proseguir sin descanso mi duro oficio de carpintero. No es, pues, una segunda patria, sino otra patria distinta que se me ha dado sin condiciones, y sin disputarle a la mía propia el amor y la fidelidad que le profeso, y la nostalgia con que me los reclama sin tregua”.
Cuarenta años después, movido por las complicidades que encierran estas palabras, el periodista e investigador Juan Camilo Rincón se propuso ahondar en las relaciones del escritor colombiano con esta otra patria. Fue así como empezó y terminó el libro Colombia y México: entre la sangre y la palabra (2022), un texto de más de trescientas páginas en el que intenta descifrar la simbiosis literaria entre los dos países que más pisó García Márquez a lo largo de su vida.
En el Centro Gabo, Rincón y yo conversamos sobre esta investigación.
Siempre me ha interesado conocer y profundizar en los lazos que conectan a las personas, los países y las culturas. Así nacieron mis libros sobre Borges y Colombia, y sobre Cortázar y sus amigos. El asunto de México venía resonando en mí hacía un buen tiempo y detonó cuando supe que Cien años de soledad, una de las obras más colombianas de nuestra literatura, fue escrita allá. Entonces quise indagar qué es lo que tiene ese país para que García Márquez lo hubiera escogido como la cuna de su obra más grande. Así empecé a explorar el recorrido que hizo Gabo para llegar a esa tierra y me fui encontrando con muchas historias de otros que le antecedieron en su hallazgo de México como tierra promisoria: Barba Jacob, Arenas Betancourt, Rómulo Rozo, Leo Matiz… Eso se sumó a las historias de los mexicanos que nos visitaron y también expandieron su obra en Colombia. El árbol empezó a crecer y echó raíces profundas, como las de todos esos que encontraron oportunidades maravillosas en uno y otro país.
Empecé investigando sobre Gabo, que fue el detonante. De ahí empezaron a aparecer las historias de Mutis (cuyos cien años de natalicio se cumplen en 2023); Matiz, Zapata Olivella y otros cuantos, y también de los mexicanos que se instalaron o que desarrollaron contactos y amistades clave para el desarrollo de su obra en Colombia, como lo fueron Vasconcelos, Owen, Pellicer. Primero recurrí a archivos privados y públicos como cartas, periódicos, revistas, videos y libros de mi biblioteca personal. Luego busqué ampliar la mirada sobre el tema con alrededor de veinte entrevistas que hice a autores y escritoras de los dos países como Mario Mendoza, Juan Gustavo Cobo Borda, Elena Poniatowska, Jorge Volpi y Juan Villoro (ganador del Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo en 2022), entre varios de quienes conocieron a Gabo, Mutis, Pellicer, entre otros. Con eso fui creando un tejido de voces que me permitieron construir esa gran cartografía de las relaciones culturales entre los dos países.
Aunque los lazos políticos, sociales y culturales entre Colombia y México son muy fuertes y datan de siglos atrás, es indiscutible que la literatura es uno de los más sólidos y, sobre todo, fértiles. Arenas Betancourt hizo esculturas magníficas que están repartidas por todo ese país; Leo Matiz fotografió a las luminarias de la Época de oro del cine mexicano; Fernando Botero forjó una poderosa amistad con José Luis Cuevas. Pero lo que cultivaron Barba Jacob, García Márquez y Mutis, principalmente, permitió que el campo literario de ese país se abriera de manera generosa a la producción de ellos y otros más. Las letras fueron el espacio más fructífero donde se cosecharon las mejores relaciones entre los dos países… no en vano, Artemio Cruz, personaje de Carlos Fuentes, aparece en Cien años de soledad. Colombia tampoco fue ajeno a eso, pues aquí también llegaron autores que encontraron en el país una fuente de inspiración.
García Márquez supo comprender, valorar y aprovechar la riqueza cultural de México desde el momento en que pisó ese país. Aunque algunos de sus primeros trabajos -alimenticios, como él mismo los llamaba-fueron como columnista en revistas del hogar, desde allí se fue acercando a uno de sus grandes amores, el cine, y por esa misma vía, a grandes de la literatura mexicana como Juan Rulfo. De la mano de Mutis fue ingresando a ese campo cultural y entabló amistad con Fuentes, Paz, Poniatowska y Barbachano Ponce, por mencionar solo algunos. Por ejemplo, a unos jóvenes José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Juan García Ponce les asignó la tarea de investigar sobre las guerras civiles de Colombia y Latinoamérica, las propiedades medicinales de algunas plantas o las pestes que cundían por la región, para construir las historias de Cien años de soledad. A la pareja de españoles en el exilio Jomí García Ascot y María Luisa Elío les leía fragmentos de lo que iba produciendo y ellos organizaban, además, jornadas de lectura en voz alta donde varios le daban sus opiniones. De una u otra manera, todos lo acompañaron con la lectura juiciosa y crítica de su obra y apoyaron su producción escrita, enriqueciendo el trabajo creativo del futuro nobel. Así, México fue un suelo fértil en el que muchas de sus inquietudes como creador se desataron y se convirtieron en su gran obra.
Todos coinciden en que García Márquez fue un amigo extraordinario. Por supuesto, su faceta de bailarín, fiestero y bromista también le dieron fama. En las fiestas y tertulias usualmente era el centro de atención y los vallenatos ocupaban una parte de la noche. Fue un lector y escritor juicioso que recibió con afecto y atenta escucha las recomendaciones literarias de sus amigos, y siempre fue -igual que Mutis-un hombre muy generoso tanto en su cariño como en su valoración de la obra de todos.
Pienso que Colombia influyó en México al recibir a figuras como Gilberto Owen, Carlos Pellicer y José Vasconcelos, que encontraron en nuestro país un espacio de creación, inspiración y retroalimentación. Esta influencia también se extendió en esos personajes que llevaron sus ideas y su trabajo a México, como un joven Barba Jacob que fundó y dirigió periódicos, el Matiz que retrató de manera lúcida la vida rural y las comunidades abandonadas, así como un cine que se convertía en espejo de lo más rico de su cultura, y la belleza de la obra de Betancourt que plasmó la tradición cultural mexicana en esculturas colosales que hoy se reconocen como propias. Esto, por supuesto, sumado al ya mencionado trabajo de Mutis, Gabo y otros cuantos que, hasta hoy, siguen enriqueciendo las letras mexicanas.
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