Cinco comentarios del escritor colombiano sobre Las mil y una noches.
Las mil y una noches fue el primer libro que leyó Gabriel García Márquez. Era una edición rústica y descuadernada que se encontraba en un arcón polvoriento de la casa de sus abuelos maternos en Aracataca. Gabo, que entonces no tenía más de siete años, leyó embelesado las historias sobre genios embotellados y alfombras voladoras, en una versión para adultos en la que no habían sido censurados los episodios más escabrosos.
Esta mirada mágica del mundo donde todo parece posible fue una de las influencias determinantes para el tono narrativo de Cien años de soledad, en cuya trama las alfombras voladoras fueron reemplazadas por esteras y acontecen sucesos tan extraordinarios como los que relata Sherezade al sultán Shahriar. Incluso hay un episodio en el que uno de los personajes, Aureliano Segundo, encuentra una edición de Las mil y una noches en el cuarto de Melquíades y se entretiene leyéndola, tal como le ocurrió a García Márquez durante su infancia.
“Soy el hijo de Las mil y una noches”, le afirmó Gabo a un periodista de El Colombiano en una entrevista publicada el 8 de septiembre de 1966. “No hubiera sido el mismo si no encuentro esas páginas”.
En el Centro Gabo hemos recopilado cinco comentarios y pensamientos del escritor colombiano sobre Las mil y una noches y su importancia en el desarrollo de su propia obra literaria. Los compartimos contigo:
El primer libro que leí lo encontré dentro de un baúl y ni conocía su nombre. Era Las mil y una noches. Pasé los primeros años de mi infancia obnubilado con la idea de las alfombras que volaban, de los genios que salían de las botellas. Era maravilloso y, para mí, totalmente cierto […].La vida está llena de cosas naturales que se le pasan por alto al común de los mortales. La inteligencia de los poetas consiste en identificar esa maravilla contenida en la vida real. Entonces, me hago la pregunta: los que creyeron que las alfombras volaban en Las mil y una noches, ¿por qué no han de creer que vuelan en mi pueblo[Macondo]?En mi pueblo no hay alfombras, pero hay esteras. Entonces hay que hacer volar las esteras y demás cosas maravillosas entre las cuales nos criamos y vivimos todos. Pienso que tomé la determinación, no de inventar una realidad nueva ni de crearla, sino de encontrar una realidad con la cual me identificaba y que, por consiguiente, conocía bien. Esa es la clase de escritor que soy.
“Gabriel García Márquez: el oficio de escritor”.
Correo de la Unesco, febrero de 1996.
Hoy, repasando mi vida, recuerdo que mi concepción del cuento era primaria a pesar de los muchos que había leído desde mi primer asombro con Las mil y una noches. Hasta que me atreví a pensar que los prodigios que contaba Scherezada sucedían de veras en la vida cotidiana de su tiempo, y dejaron de suceder por la incredulidad y la cobardía realista de las generaciones siguientes. Por lo mismo, me parecía imposible que alguien de nuestros tiempos volviera a creer que se podía volar sobre ciudades y montañas a bordo de una estera, o que un esclavo de Cartagena de Indias viviera castigado doscientos años dentro de una botella, a menos que el autor del cuento fuera capaz de hacerlo creer a sus lectores.
Vivir para contarla, 2002.
El cuento más corto que conozco es del guatemalteco Augusto Monterroso. Dice así: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Nada más. Hay otro de Las mil y una noches, cuyo texto no tengo a la mano, y que me produce retortijones de envidia. Es el cuento de un pescador que le pide prestado un plomo para su red a la mujer de otro pescador, con la promesa de regalarle a cambio el primer pescado que saque, y cuando ella lo recibe y lo abre para freírlo le encuentra en el estómago un diamante del tamaño de una almendra. Más que el cuento mismo, alucinante por su sencillez, este me interesa ahora porque plantea otro de los misterios del género: si la que presta el plomo no fuera una mujer sino otro hombre, el cuento perdería su encanto: no existiría. ¿Por qué? ¡Quién sabe! Un misterio más de un género misterioso por excelencia.
“¿Todo cuento es un cuento chino?”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para la revista Cambio, julio de 2000.
En Cien años de soledad, ese libro en que ocurría todo, lo que me faltaba era la forma de contarlo. Y me di cuenta de que la forma de contarlo era como cuentan las viejas, las abuelas, que te dicen las cosas más extraordinarias, pero con una cara de que es cierto, que tú te lo tienes que creer como sea. Así como las cuentan en Las mil y una noches. Entonces me senté y lo escribí como yo quería, como creía que lo iba a hacer.
“¡Carajo!, hagamos algo y punto”.
El País de Cali, marzo de 1996.
Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo debían citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como la Biblia, La Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Floresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua que se lee como una novela policíaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros –además de los obvios, desde luego–, con ellos me había bastado para escribir lo que he escrito.
“La literatura sin dolor”.
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