La concepción de Gabriel García Márquez sobre las relaciones fructíferas entre la música y la escritura.
Entre el 8 febrero de 1999 y el 28 de agosto de 2000, la revista Cambio en Colombia tuvo una sección llamada “Gabo contesta”. En ella, el escritor Gabriel García Márquez respondía las cartas que diversos lectores de la revista le enviaban con el propósito de obtener información sobre sus gustos y los secretos que se escondían tras la configuración estética de su obra literaria.
El reconocido compositor y crítico musical Germán Borda fue una de las primeras personas en aprovechar esta oportunidad para interrogar al novelista. Envió a Cambio una pequeña misiva en la que destacaba la música particular que se apreciaba en El coronel no tiene quien le escriba. “En El coronel encuentro un tempo estático a lo largo de toda la obra”, escribió. “Un ritmo constante e igual. La impresión final es tal como si el ritmo y el tempo se cerraran congelándose para crear un universo sin salida. Para mí, una extraña simbiosis: movimiento y quietud. Mi pregunta, si lo anterior es cierto: ¿Fue algo premeditado y consciente o salió del subconsciente sin que existiera una intención?”.
La respuesta de García Márquez a esta pregunta se publicó en la revista el 15 de marzo de 1999. Su “contestación” no sólo se enfocó en los misterios rítmicos y autobiográficos de la novela El coronel no tiene quien le escriba, sino que también fue un recuento de sus experiencias con la música y la forma como su naturaleza melómana había influido decisivamente en su escritura. Fue, sin duda, un texto que recuperó algunas afirmaciones que ya había hecho décadas atrás en diversas entrevistas. En septiembre de 1977, por ejemplo, le confesó a El Manifiesto que su verdadera residencia se hallaba donde estuviera su colección de casetes y vinilos. “Dicen que uno vive donde tiene sus libros, pero yo vivo donde tengo mis discos”, afirmó. Siete años más tardes, en 1984, le contó a la revista Opina que la música jugaba un papel esencial en su formación cultural: “siempre he seguido la música muy de cerca. Toda la música. Nunca he podido entender cómo una persona que quiera ser culta, no tenga la música como uno de los elementos fundamentales de su formación cultural”.
Desde el Centro Gabo compartimos contigo la respuesta que García Márquez dio al interrogante musical de Germán Borda:
Muchos lectores me preguntan sobre la relación de mis libros con la música. Yo mismo, más en serio que en broma, he dicho que Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y que El amor en los tiempos del cólera es un bolero de 380. En algunas entrevistas de prensa he confesado que no puedo escribir con música porque le pongo más atención a lo que oigo que a lo que escribo. La verdad es que creo haber oído más música que libros he leído, y pienso que no me queda mucho por escuchar desde Juan Sebastián hasta Leandro Díaz.
La mayor sorpresa me la llevé en Barcelona cuando dos jóvenes músicos me visitaron después de leer El otoño del patriarca, cuya estructura les parecía inspirada en la muy compleja del Concierto para piano número 3 de Béla Bartók. Llevaron gráficos demostrativos que a ellos les parecían terminantes. No los entendí, por supuesto, pero me sorprendió la coincidencia de que en los casi cuatro años en que escribí el libro estaba muy interesado en aquellos conciertos, y sobre todo en el tercero, que sigue siendo mi favorito
Quiero decir con todo esto que no me sorprende ahora si un músico de méritos grandes cree encontrar elementos de composición musical en El coronel no tiene quien le escriba, que es el más simple de mis libros. Es cierto que lo escribí en un hotel de pobres de París, en condiciones espartanas, mientras esperaba una carta con un cheque que nunca llegó. Mi único consuelo era la música de un radio prestado. Pero ignoro por completo las leyes de la composición musical, y mal podría escribir un cuento con una estructura diatónica deliberada.
Creo, eso sí, que un relato literario es un instrumento hipnótico, como lo es la música, y que cualquier tropiezo del ritmo puede malograr el hechizo. De esto me cuido hasta el punto de que no mando un texto a la imprenta mientras no lo lea en voz alta para estar seguro de su fluidez.
Las comas son esenciales, porque imponen un ritmo a la respiración del lector, y manejan sus estados de ánimo. Es lo que llamamos las comas respiratorias que pueden permitirse inclusive trastornar la gramática a cambio de preservar el acto hipnótico de la lectura.
Si esto es lo que quiere saber mi admirado Germán borda le contesto que sí: no sólo El coronel sino hasta el menos significante de mis párrafos está sometido a ese rigor armónico. Sólo que a los escritores intuitivos no nos conviene explorar demasiado estos misterios técnicos, pues en este oficio de ciegos no hay nada más peligroso que perder la inocencia.
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