El mal sueño que originó el hilo conductor de Doce cuentos peregrinos.
Doce cuentos peregrinos es el último libro de relatos de Gabriel García Márquez. Fue publicado por primera vez hace treinta años, el 20 de julio de 1992, en el pabellón colombiano que se inauguró en la Expo de Sevilla. Su autor cerraba con esta obra su ya larga trayectoria como cuentista, un oficio con el que se había estrenado literariamente el 13 de septiembre de 1947, cuando publicó “La tercera resignación” en el suplemento cultural del periódico El Espectador, y que perfeccionó en libros como Los funerales de la Mamá Grande (1962) y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972).
Casi todos los cuentos de García Márquez responden a un tópico común: la vida —con sus aventuras, tragedias y riqueza cultural— de los latinoamericanos, en especial la de aquellos que provienen del Caribe. Este es, por supuesto, un tema central en Doce cuentos peregrinos. Sin embargo, para este libro, Gabo añadió un escenario hasta entonces inédito en su ficción breve: Europa. De modo que los “cuentos peregrinos” exploran, según afirma el propio escritor en su prólogo, “las cosas extrañan que les suceden a los latinoamericanos en Europa”.
El modo como surgió el hilo conductor para esta obra es explicado por García Márquez en el mencionado prólogo. Allí el autor confiesa que la idea de escribir los Doce cuentos peregrinos se le ocurrió después de experimentar una pesadilla, algo que no era tan extraño en Gabo, pues durante décadas había aprovechado sus sueños para construir sus argumentos literarios (sobre este asunto, podría interesarte nuestra crónica “García Márquez, el señor de las pesadillas”). Esa pesadilla la tuvo en Barcelona a principios de la década de los setenta, tras haber vivido cinco años en España.
“Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más tiempo”, contó García Márquez. “Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. «Eres el único que no puede irse», me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos”.
“Aquel sueño ejemplar lo interpreté como una toma de conciencia de mi identidad”, escribió el escritor colombiano. También contó que, desde el mismo momento en que despertó, comenzó a redactar estas historias peregrinas. Al principio, el proyecto fue concebido como una novela, cuyas notas su autor iba escribiendo poco a poco en libretas escolares. No obstante, un par de años más tarde —en 1974—, cuando ya García Márquez se había instalado en México, decidió que la obra tenía que ser una colección de cuentos cortos “basados en hechos periodísticos pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía”.
Así nacieron los Doce cuentos peregrinos: una obra cuya finalización le tomó dieciocho años a su autor y muchas de cuyas historias se vertieron en columnas periodísticas (“Espantos de agosto” y “El avión de la bella durmiente”, por ejemplo) y argumentos cinematográficos (“La santa”, “Me alquilo para soñar” y “Sólo vine a hablar por teléfono”).
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