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Bogotá en 13 reflexiones de Gabriel García Márquez

13 reflexiones de García Márquez sobre la capital de Colombia.

Redacción Centro Gabo

Gabriel García Márquez llegó por primera vez a Bogotá a principios de 1943, luego de surcar el río Magdalena a bordo del David Arango desde Magangué hasta Puerto Salgar y atravesar la sabana bogotana en tren. Nunca había visitado un lugar que estuviera por encima de los cien metros sobre el nivel del mar, de modo que la capital colombiana, con sus 2640 metros de elevación, lo dejó boquiabierto. El frío, la persistente llovizna y las calles con hombres vestidos de negro y sin una sola mujer fueron algunas de las cualidades de la ciudad que más lo impactaron.

“Bogotá era entonces una ciudad remota y lúgubre donde estaba cayendo una llovizna insomne desde principios del siglo XVI. Me llamó la atención que había en la calle demasiados hombres deprisa, vestidos como yo desde mi llegada, de paño negro y sombreros duros. En cambio, no se veía ni una mujer de consolación, cuya entrada estaba prohibida en los cafés sombríos del centro comercial, como la de sacerdotes con sotana y militares uniformados”, escribió en sus memorias, Vivir para contarla. “Mi mayor impresión fue cuando me deslicé bajo las sábanas y lancé un grito de horror, porque las sentí empapadas en un líquido helado. Me explicaron que así era la primera vez y que poco a poco me iría acostumbrando a las rarezas del clima. Lloré largas horas en silencio antes de lograr un sueño infeliz”.

Aquella primera vez en la capital, García Márquez iba en busca de una de las becas que ofrecía el Ministerio de Educación para cursar el bachillerato (una beca que obtendría y con la que podría estudiar en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá). Todavía no cumplía los dieciséis años de edad.

Con los años, a medida que se adentraba en la ciudad y aprovechaba su inmensa vida cultural, las impresiones tristes y lúgubres de García Márquez sobre Bogotá fueron reemplazadas por otras más positivas. En 1947, por ejemplo, cuando se matriculó en la Universidad Nacional para estudiar Derecho, descubrió los paseos en tranvías y los cafés donde se reunían poetas, escritores e intelectuales y se vendían empanaditas de maíz con carne. Siete años después, cuando fue contratado por El Espectador en 1954, Bogotá se convertiría para él en una urbe rebosante de cine y de historias magníficas dignas de un reportaje.

Tanto importó esta ciudad para la formación cultural de García Márquez y sus nostalgias que en marzo de 1977, durante una entrevista con el periodista Germán Castro Caicedo, Gabo evocó sus épocas de estudiante universitario y confesó: “me doy cuenta de que ya casi soy un viejo santafereño cuando hablo de ello”.

En el Centro Gabo hemos seleccionado trece reflexiones que el escritor colombiano hizo sobre Bogotá en distintas entrevistas a lo largo de su vida. Las compartimos contigo:

 

1. La ciudad más impresionante

 

Me han hecho muchas entrevistas y me han preguntado siempre cuál es la ciudad que más me ha impresionado en el mundo. Creo que las conozco casi todas y siempre contesto lo mismo: «¡Bogotá!». Es la ciudad que más me ha impresionado y que más me ha marcado. Recuerdo perfectamente mi primera llegada a París. Recuerdo perfectamente la primera llegada a Roma, la primera llegada a New York… ninguna me ha impresionado nunca tanto como la de Bogotá.

 

“Gabo cuenta la novela de su vida”. El Espectador, marzo de 1977.

 

2. Santa Fe, mejor que Bogotá

 

El nombre de Bogotá no me suena bien y por eso la llamo Santa Fe. Ese es un simple problema fonético.

 

“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.

 

3. Capital fría y gris

 

Yo era un muchachito cuando vine por primera vez a Bogotá. Había salido de Aracataca con una beca para el Colegio Nacional de Zipaquirá, y luego de un viaje endiablado por el río y una trepada feroz de la montaña en tren, tuve mi primer contacto con la capital –que era un lugar lejanísimo, un verdadero otro mundo– en la estación de ferrocarril. Iba de la mano de mi acudiente, porque entonces la distancia entre el hogar y el estudiante obligaba a que a este le nombraran un acudiente, y todavía tenía miedo de morirme de una pulmonía, pues en la Costa se hablaba de que los calentanos no soportaban el frío de Bogotá. Pero, bien abrigado y todo, me monté en un carro con mi acudiente y empecé a ver esa ciudad yerta y gris de las seis de la tarde. Había miles de enruanados, no se oía ese alboroto de los barranquilleros, y el tranvía pasaba con cargamentos humanos. Cuando crucé frente a la Gobernación, en la avenida Jiménez abajo de la 7ª, todos los cachacos andaban de negro, parados ahí con paraguas y sombreros de coco, y bigotes, y entonces, palabra, no resistí y me puse a llorar durante horas. Desde entonces Bogotá es para mí aprehensión y tristeza. Los cachacos son gente oscura, y me asfixio en la atmósfera que se respira en la ciudad, pese a que luego tuve que vivir varios años en ella. Pero, aún entonces, me limitaba a permanecer en mi apartamento, en la universidad o en el periódico, y no conozco más que estos tres sitios y el trayecto que había entre unos y otros; ni he subido a Monserrate, ni ha visitado la Quinta de Bolívar, ni sé cuál es el Parque de los Mártires.

 

“El novelista García Márquez no volverá a escribir. Se dedicará a la música y

compondrá un «concierto para triángulo y orquesta»”. El Tiempo, diciembre de 1968.

 

5. Nostalgia por Bogotá

 

Cuando volví a estudiar, en 1943, Bogotá era todavía una magnífica ciudad, pequeña, humana, que realmente empezaba en la plaza de Bolívar y terminaba en San Diego. Cuando pienso en esa Bogotá, lo que siento es una inmensa nostalgia, una inmensa nostalgia de los grandes momentos que viví. Me formé aquí. Primero como estudiante y después como periodista. Llegué a El Espectador, fui su corresponsal y seguí permanentemente vinculado a la HJCK.

 

“Nostalgias cachacas de un costeño varado”. El Tiempo, abril de 1990.

 

6. Forastero en la capital

 

En ninguna ciudad del mundo me he sentido tan forastero como en Bogotá.

 

“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.

 

7. La Bogotá diversa del presente

 

Bogotá ha cambiado mucho. Ya Bogotá es una síntesis de todo el país.

 

“El periodismo, una vacuna contra la gloria”. El Mundo, abril de 1983.

 

8. El falso pleito entre costeños y cachacos

 

En Colombia hay dos mentalidades que se presentan lo mismo en la Costa que en Bogotá. Una mentalidad que se avergüenza de los valores nacionales y se muere de la pena de ser colombianos. Esos que se sienten muy universales son de un provincianismo asqueroso, la otra es la gente echada pa'lante (…). Ese pleito falso entre costeños y cachacos se debe acabar, porque el problema no es de regiones, sino de mentalidad.

 

“No hay nada más difícil que ser colombiano”. Cromos, abril de 1983.

 

9. Tardes de versos y versos y versos

 

Cuando terminé mi bachillerato y me fui para Bogotá, a la universidad, mi diversión más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la plaza de Bolívar hasta la avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizás de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que me hiciera la caridad de conversar conmigo, sobre los versos y versos y versos que acababa de leer. A veces encontraba a alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.

 

“Comadreo literario de cuatro horas con García Márquez”.

Gaceta de Colcultura, marzo de 1981.

 

10. La Bogotá de Simón Bolívar

 

Los lectores de El General en su laberinto dicen no quiero a Bogotá, porque Bolívar no la quería. No es cierto que no la quiera, ni es cierto que no la quería Bolívar. Lo que pasa es que mi libro ocurre en un momento en que Bolívar está en un estado de depresión y de derrota terrible y con una gran desilusión. Él amó tanto a Bogotá que nunca pensó que la capital de ese inmenso mundo con que soñaba fuera Caracas. Siempre quiso que fuera Bogotá. Fue feliz en Bogotá.

 

“Nostalgias cachacas de un costeño varado”. El Tiempo, abril de 1990.

 

11. Un torero viejo en Bogotá

 

Una vez me propusieron presidir una corrida en Bogotá a beneficio de los periodistas y dije que sí. La víspera se me abrió mi úlcera de duodeno y fui a la corrida con una ambulancia en la puerta por si acaso. Pues al final me hicieron bajar y dar la vuelta al ruedo, me tiraron sombreros, flores, o una bota de vino que me abrió una ceja. Como un torero viejo.

 

“La fama es un oficio de 24 horas”. El Tiempo, marzo de 1989.

 

12. Las empanaditas de El Molino

 

Cuando era estudiante, un poco antes de la fundación de la HJCK, había un café que se llamaba El Molino, que estaba exactamente en la esquina de la Jiménez y la Séptima, donde estuvo El Tiempo hasta hace poco. Entonces era un lugar de reunión de artistas, escritores, intelectuales, presididos por León de Greiff. Lo que fue después el café Automático. Entonces era un joven estudiante enloquecido por la fiebre de la poesía. Iba a El Molino a ver de lejos esa mesa presidida por el maestro De Greiff. Y ellos comían unas empanaditas deliciosas que vendían ahí. Y yo nunca tenía dinero. Eran empanadas de maíz con carne dentro. Debían ser como todas; pero la anécdota misma te va a explicar por qué te la estoy contando tantos años después. Muy pocas veces tenía para comprar empanadas… a veces levantaba para el tinto que valía cinco centavos. Y el sueño de mi vida no era crecer, y estar en El Molino con De Greiff, con Eduardo Zalamea, con Jorge Rojas… El sueño de mi vida era crecer para poder comerme todas las empanadas de El Molino. Y cuando volví y lo pude hacer, ya no solo no había empanadas, ya no existía El Molino. Lo habían demolido.

 

“Nostalgias cachacas de un costeño varado”. El Tiempo, abril de 1990.

 

13. La solemnidad bogotana

 

Hay pocas cosas a las que yo les tengo más terror que a la solemnidad, y yo, viejo, soy del país más solemne del mundo, que es Colombia. Y solamente no es solemne en Colombia la franja del Caribe. Nosotros, los del Caribe, vemos el resto del país, en especial a la gente de Bogotá, como unos tipos de una solemnidad aterradora.

 

“García Márquez: ahora doscientos años de soledad”.

Triunfo, noviembre de 1970.

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