Historias sobre la verdadera (y falsa) fecha de nacimiento del escritor colombiano.
En el proemio de la Teogonía, ese relato mitológico sobre el origen de los dioses griegos, cuando las Musas le hablaron por primera vez a Hesíodo dijeron estas palabras: “Sabemos decir muchas mentiras semejantes a verdades, pero sabemos, cuando lo deseamos, cantar verdades”. Sin preverlo, o quizás porque precisamente lo preveían, aquellas hijas de Zeus estaban señalándole a Hesíodo la condición natural del novelista: la de un embustero compulsivo portador de verdades reveladoras.
Gabriel García Márquez era uno de estos seres. Decía muchas mentiras y cantaba la verdad cuando lo quería. Uno de sus engaños predilectos, tan sólo develado hace un par de décadas, fue la fecha de su nacimiento: al escritor, que nació el 6 de marzo de 1927, le gustaba afirmar que era un vástago de 1928. Así podía argumentar que su llegada a este mundo ocurrió en el mismo año de la Masacre de las Bananeras, un episodio sangriento y vergonzoso que marcó la historia de los movimientos obreros en Colombia y que luego fue inmortalizado en Cien años de soledad.
Con el artificio de 1928 burló a varios incautos, entre ellos amigos, periodistas y representantes de instituciones prestigiosas. El primero en caer fue Luis Harss, un emblemático cronista de la literatura latinoamericana que publicó en 1966 el libro Los nuestros. En el capítulo dedicado a Gabo, Harss cuenta: “Allá nació García Márquez en 1928: en Aracataca, un caserío microscópico en las postrimerías atlánticas de Santa Marta, probablemente muy parecido a Macondo”.
Después le tocó el turno al secretario de redacción de la revista argentina Primera Plana, Ernesto Schoo. En junio de 1967 publicó un reportaje titulado “Los viajes de Simbad García Márquez”. Apenas dos semanas antes había salido a la venta la primera edición de Cien años de soledad y el éxito de la novela se veía venir como un alud de tierra. En una parte de su texto, Schoo escribe: “Gabo es joven, nació en 1928, y su paso lo delata: camina con un paso saltarín y, a la vez, tan aplomado y denso como el del cowboy de las películas, que avanza por la silenciosa calle principal del pueblo para medirse con el villano”. Schoo no presintió que García Márquez, riendo con picardía secreta, era el verdadero villano, disparando balas traviesas contra la estructura de su reportaje.
La broma de 1928 la creyeron más tarde la revista Visión, en su artículo “Cien años de un pueblo” publicado el 21 de julio de 1967, y la periodista Rita Guibert, en su libro de entrevistas 7 Voces (junio de 1971). Incluso Mario Vargas Llosa, que para la época era amigo personal del colombiano, pisó la cáscara de plátano con la publicación de García Márquez: historia de un deicidio. Gabo, sin embargo, en una muestra de honradez melquiadezca ya le había advertido al escritor peruano en una carta: “Pienso que una de mis diversiones más sanas es confundir a la posteridad con los datos más contradictorios", confesó, "y utilizo como instrumento a los periodistas”.
El tiempo transcurrió y el inventor de Macondo continuó fabulando el año falso de su nacimiento. De forma paralela a sus novelas, en el aparente mundo real, Gabo estaba participando de una graciosa historia de ficción promovida por él pero escrita por otros. En octubre de 1982, a falta de unos días para que fuera anunciado el ganador del Premio Nobel de Literatura, su siguiente víctima fue la periodista Claudia Dreifus, quien le hizo una entrevista para la revista Playboy. Luego, cuando le dieron el Nobel, fue la Academia Sueca la que se creyó el cuento de 1928 y siguió creyéndolo hasta muy entrado el siglo XXI, en el 2013, cuando los encargados de las fichas biográficas decidieron corregir la fecha en la página web del Premio.
Esta sistemática mamadera de gallo ha engañado incluso a los astrólogos. En 1982 el diario ABC publicó una carta astral de Gabo basada en los datos falseados de su nacimiento. La carta decía: “Es un piscis tres veces acuario y gracias a la influencia de Plutón posee el don de la persuasión, con un inconsciente influido por virgo que lo hace analítico, intolerante, perfeccionista y pedante. Es un sicólogo nato al que le irritan las pequeñeces, increíblemente intuitivo, que hace pensar que tiene información privilegiada y secreta”. Trece años después, en una entrevista para la Radio Televisión Española, la periodista Ana Cristina Navarro volvió a preguntarle por esta carta astral construida a partir del equívoco 1928.
– ¿Usted dictó este horóscopo? –dijo leyéndosela en voz alta.
– Todo eso es perfecto, por fortuna –respondió García Márquez riendo–. Aunque es falso que me irriten las pequeñeces. Las pequeñeces me irritan si son irritables, pero hay algunas que no lo son.
Por más de sesenta años los expertos del zodíaco chino lo consideraron un miembro de la generación del Dragón. En su disciplina narrativa veían la energía aprovechada del Yang, sobre su apego a los pueblos del Caribe comentaban que era lo más natural en quienes son dueños del elemento tierra, los paridos en el año de la Masacre de las Bananeras. Tal vez Gabo los escuchaba hablar y soltaba una carcajada siniestra. Reía con ganas en el baño o en su habitación convencido de su verdadero signo: el Conejo. Y en su caso ese conejo podía ser el de Alicia en el País de las Maravillas.
El 8 de septiembre de 1996 cayó otro periodista. Gustavo Tatis, de El Colombiano, publicó una entrevista con García Márquez titulada “Gabo, el otro”. Luego, en 1998, el escritor colombiano volvía a hacer de las suyas al celebrar su cumpleaños número setenta (y no setenta y uno, como correspondía).
El chiste acabó cuando Dasso Saldívar, primer biógrafo de Gabo, publicó El viaje a la semilla y demostró con documentos y testimonios familiares que el 6 de marzo de 1928 era un espejismo. Eligio García Márquez, el menor de los hermanos, corroboró esta hipótesis, y Gerald Martin, en su biografía definitiva de García Márquez extinguió las últimas risas de aquella tomadura de pelo. Finalmente, Gabo reconoció a 1927 en sus memorias, Vivir para contarla, y acabó con la discusión. Ya había contado su chiste, uno que le duró más de seis décadas. Ni El otoño del patriarca, ni El amor en los tiempos del cólera tardaron tanto en terminarse.
No obstante, como para probar que García Márquez no es dueño de su destino ni de todo lo que inventa –y que la ficción es más poderosa que el sólido cuerpo de las evidencias–, cada nuevo 6 de marzo, el chiste de Gabo revive en algunas partes. Entonces un periodista desprevenido o un crítico confiado pisa la cáscara de plátano. “1928”, escribe. Y el nacido bajo el signo del Conejo, donde quiera que esté, lo lee y sonríe.
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