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Béla Bartók en cinco pensamientos de Gabriel García Márquez

Cinco reflexiones del escritor colombiano sobre el compositor húngaro Béla Bartók.

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En 1982, durante una conversación con el periodista Plinio Apuleyo Mendoza, Gabriel García Márquez confesó que su obra narrativa estaba profundamente influida por la música de cámara “desde Schuman hasta Bartók”. Tal vez fue por eso que en diciembre de ese mismo año, cuando viajó a Suecia para recibir el Premio Nobel de Literatura, la Filarmónica de la Sala de Conciertos de Estocolmo interpretó en su honor el Intermezzo Interrotto del Concierto para orquesta de Bartók, uno de sus temas musicales favoritos. “Soy un estúpido que hablo demasiado”, declaró poco después el escritor, avergonzado de que lo hubiesen complacido de aquel modo en la ceremonia.

En esa época, escuchar las piezas de Béla Bartók ya se había convertido en un hábito sustancial de su rutina. El compositor húngaro lo deslumbraba con tal intensidad que transformaba sus maneras de contar historias. A comienzos de los años setenta, mientras escribía El otoño del patriarca en su departamento de Barcelona, solía reproducir una y otra vez el Tercer concierto para piano de Bartók, una costumbre que acabó impactando en el ritmo y la técnica narrativa de la novela. “Quise ocultarlo, pero eso se siente en la estructura y el estilo de El otoño del patriarca. Inclusive estuve a punto de dedicarle el libro a Béla Bartók”, confesó García Márquez en una entrevista concedida a la revista parisina Lire en marzo de 1980.

Al final, no le dedicó el libro, pero lo homenajeó con uno de los tres símiles musicales que atribuyó a tres de sus más celebradas obras de ficción literaria. Si Cien años de soledad era un vallenato de cuatrocientas páginas y El amor en los tiempos del cólera un bolero sobre amores contrariados -se le oyó decir repetidas veces-, El otoño del patriarca podía ser leído como un concierto para piano de Bartók.

En el Centro Gabo hemos reunido cinco reflexiones de García Márquez sobre el compositor húngaro. Las compartimos contigo:

 

1. Compositor para placeres intelectuales

 

Desde el punto de vista emocional, Brahms es mi compositor preferido. Desde el punto de vista intelectual me parece que Béla Bartók –a quien considero un romántico– es mucho más importante.

 

“García Márquez. Un periodista que no pudo ser músico terminó siendo novelista”. Lire. Trascrito por El Tiempo, 23 de marzo de 1980.

 

2. Bela Bartók: músico popular 

 

Lo raro es que cuando uno dice que le gusta la música se piensa casi siempre en la música que por pura pereza mental se ha dado en llamar música clásica. También se la llama música culta, lo que no resuelve el problema, pues pienso que la música popular también es culta, aunque de una cultura distinta. Aun la simple música comercial, que no siempre es tan mala como suelen decir los sabios de salón, tiene derecho a llamarse culta, aunque no sea el producto de la misma cultura de Mozart. Al fin y al cabo, los grandes maestros de todos los tiempos saben que el manantial más rico de su inspiración es la música popular. La foto más conmovedora en la vasta y hermosa iconografía de Béla Bartók es una en que aparece recogiendo una canción de labios de una campesina con una grabadora de cilindro, que nada tenía que envidiar a la primera que construyó Edison, y en la cual quedaron grabadas para la historia las preciosas líneas del Corderito de María.

 

“Bueno, hablemos de música”. Artículo de Gabriel García Márquez publicado en El País, 1 diciembre de 1982.

 

3. El romántico que no se dejó engolosinar

 

¿Qué sucede cuando un artista se aleja de lo popular? Te digo que, si no fuera por Béla Bartók, Stravinski y Schönberg hubieran acabado con la música. No porque no sean grandes músicos, sino porque se dejaron engolosinar tanto por la sabiduría técnica, que eran capaces de hacer cualquier cosa sin contenido, sin inspiración. Por suerte, llegó Béla Bartók, que venía de la gran tradición romántica de Brahms y empezó a buscar sus fuentes en la música popular, como la buscó Beethoven, como la buscaron Bach y todos los grandes músicos de la historia de la humanidad.

 

“García Márquez y la música”. Revista Opina, 1984.

 

4. Un Bartók que sirve para hacer amigos

 

Cuando uno escucha un disco o lee un libro que le deslumbra, el impulso natural es buscar a quién contárselo. Esto me sucedió cuando descubrí por casualidad el Quinteto para cuarteto de cuerdas y piano, de Béla Bartók, que entonces no era muy conocido, y me volvió a suceder cuando escuché en la radio del automóvil el muy bello y raro Concierto gregoriano para violín y orquesta, de Ottorino Respighi. Ambos eran muy difíciles de encontrar, y mis amigos melómanos más cercanos no tenían noticias de ellos, de modo que recorrí medio mundo tratando de conseguirlos para escucharlos con alguien.

 

“La literatura sin dolor”. Artículo de Gabriel García Márquez publicado en El País, 8 diciembre de 1982.

 

5. El otoño del patriarca, un concierto para piano

 

Cuando escribí El otoño del patriarca, que es el libro más difícil de escribir de todos los que he escrito, que es un libro que lo escribí en siete años trabajando todos los días, que es un libro que cuando lograba escribir dos líneas de nueve de la mañana a dos de la tarde, cuando lograba escribir dos líneas salía contento. Por eso: fueron… eso, fueron siete años, y oía muchísima música. Oía muchísima música, oía toda clase de música, pero, sobre todo, música culta. Porque ese libro, además, tenía otra significación en mí, en mi carrera. Era la salida de Cien años de soledad. Cuando yo escribí Cien años de soledad quedé completamente vacío. Tuve que soportar a la crítica y a los amigos y a los lectores diciendo: «Bueno, ¿y ahora con qué vas a salir después de Cien años de soledad?». Y este libro yo lo había empezado antes y después me di cuenta de que no había podido escribirlo porque me faltaba Cien años de soledad, había algo atravesado que no lo dejaba salir. Lo agarré de otra forma con una gran tenacidad. Fue en Barcelona y oía muchísima música. Y cuando se publicó, llegaron dos grandes estudiosos de la música a mi casa, estudiosos que desconocía, diciéndome que querían hablar conmigo. Y me demostraron con gráficas y con unos análisis muy complejos, que yo mismo no alcanzaba a entender, que la estructura de El otoño del patriarca era la misma del Tercer concierto para piano, de Béla Bartók. Jamás me lo había imaginado y, por supuesto, no tenía nada que ver el libro con la teoría que ellos desarrollaron para demostrar que era así. Pero lo que me sorprendió, como si fuera una revelación, fue que una de las cosas que más oía cuando estaba escribiendo El otoño del patriarca era el maravilloso Tercer concierto para piano, de Béla Bartók. ¿Qué sucedió? Son los misterios de la creación.

 

“Entrevista radial a Gabriel García Márquez”. Caracol Radio, mayo de 1991.

 

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