Mucho antes de casarse con Gabriel García Márquez y de pasar a la posteridad como La Gaba, Mercedes Barcha Pardo fue una estudiante juiciosa y destacada del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Mompox, donde estudió internada durante cuatro años en su adolescencia. Fue en esta temporada, a finales de 1947, que la joven escribió y publicó un pequeño ensayo sobre el río Magdalena en el periódico estudiantil “Ecos del Pinillos”.
Desde ese momento ya se establecería un paralelo curioso con su futuro marido y premio nobel de literatura, pues este también había empezado su carrera literaria en un periódico estudiantil: la revista Juventud del Colegio San José de Barranquilla, donde publicó algunas croniquillas y coplas burlescas en 1940. Poco después, su carrera literaria empezó en serio con la aparición de su primer cuento, La tercera resignación, en El Espectador de Bogotá en septiembre de 1947, casi al mismo tiempo que Mercedes escribía y era premiada en su colegio con la publicación de su ensayo Importancia del río Magdalena.
Mercedes Barcha tenía razones de sobra para saber de la importancia del río Magdalena. Nació en 1932 en Magangué, un vibrante puerto que se convirtió en el epicentro del transporte de carga y pasajeros por el río después de que Mompox perdiera importancia en el siglo 19 debido a que el brazo que pasaba por allí languideció y los buques empezaron a preferir el brazo de Loba en sus viajes. De hecho, fue en Magangué que el joven García Márquez tomó el buque de vapor que lo llevó hasta las tierras del interior cuando se fue a estudiar a la distante Bogotá en 1943. Mientras tanto, Mercedes pasaba su juventud junto a los ríos de su región: primero en su natal Magangué, luego en Sucre, donde conoció al que llamaban Gabito, y finalmente en Mompox donde aprendió y escribió sobre el Magdalena.
Es muy posible que Mercedes Barcha fuera la fuente principal de García Márquez a la hora de escribir sobre Mompox, pues no hay evidencia de que el escritor de Aracataca haya visitado alguna vez esta joya colonial. Sin embargo, sus calles e iglesias aparecen descritas con detalle en una escena de El general en su laberinto, cuando Simón Bolívar las visita en su viaje por el río hacia la muerte en 1830. Por eso es posible que, como una vez me dijo la momposina Betty Sinning, por estar describiendo a Mompox a través de los recuerdos de su esposa y no los suyos es que García Márquez pone a su Libertador a decir: “Mompox no existe. A veces soñamos con ella, pero no existe”.
No habría sido esta la única vez en que la obra de Gabriel García Márquez fue escrita con ayuda de su esposa, pues esta conocía tanto o más que él algunos de los temas de su natal costa Caribe que aparecieron en la literatura del nobel. Y tal vez por eso el autor también llegó a decir que era Mercedes la que en secreto escribía los libros que aparecían bajo su firma. Más allá del grado de verdad que haya en esta broma, lo cierto es que el único texto que Mercedes Barcha publicó con su nombre es este ensayo colegial, que todavía hoy nos puede decir mucho sobre su personalidad y su influencia en la posterior obra de su esposo.
En su texto, Barcha empieza lamentando la dificultad de hablar del río porque siente que su conocimiento del lenguaje no le alcanza para describir los portentos de esta belleza natural:
“Difícil se me hace hablar de este tesoro que posee nuestra querida y amada Patria… porque para hablar de lo bello, de lo grande, de lo rico, se necesita recordar las bellezas literarias de los grandes propulsores de nuestra ‘Lengua Madre’”.
Imposible era en ese momento para Mercedes Barcha saber que diez años después habría de casarse con uno de esos “grandes propulsores de nuestra Lengua Madre” y que ella llegaría compartir con él todo lo bello, lo grande y lo rico durante 56 años. Sin embargo, la joven estudiante no se deja amilanar por su falta de palabras y las busca entre los nombres que los habitantes originarios de la región les daban a sus medios de transporte:
“… en tiempos antiguos se navegaba en pequeñas embarcaciones construidas por los indios a su antojo, a las que daban el nombre de balsas, canoas, champanes, barcazas, etc.”.
Su interés por los nombres de estas embarcaciones es similar al que tienen los aborígenes que aparecen en El otoño del patriarca cuando le dicen al general que “habían llegado unos forasteros que parloteaban en lengua ladina pues no decían el mar sino la mar y llamaban papagayos a las guacamayas, almadías a los cayucos y azagayas a los arpones”. Al igual que en la novela del dictador, en el texto de Mercedes Barcha predominan las frases larguísimas, apenas separadas por comas, que llegan a constituir párrafos que nos dejan sin aliento si los leemos en voz alta (algo muy común en los escritos de los estudiantes jóvenes).
Pero si en esta novela de García Márquez hay un patriarca que domina toda la historia, en el breve texto de Mercedes Barcha se repite insistentemente la idea de “madre”, como sinónimo de grandeza y omnipotencia. Como ya vimos, primero hace alusión a la Lengua Madre como el repositorio del cual debe extraer las palabras para hablar de la Magdalena. Y poco después repite, varias veces y en mayúsculas, la palabra “madre” en relación con el río:
“… río Magdalena, la arteria del comercio fluvial colombiano, el RIO MADRE de nuestra Patria. Paupérrimas resultan estas palabras para expresar, como son mis deseos de hija de esta querida MADRE NACIONAL, la importancia de este grandioso baluarte… este inapreciable cofre del seno maternal de nuestra gloriosa patria”.
Aunque usa varias veces la palabra “patria”, que en su origen significa “país del padre”, el texto de Barcha remite más bien a una relación de madre e hija, con ella como la descendiente directa de la madre-río a cuyas orillas nació. Como solían hacer los escritores del movimiento poético de Piedra y Cielo que por esa época era el más leído en Colombia, Mercedes Barcha también equipara el paisaje con una figura femenina e intenta cantar sus bellezas haciendo que las palabras se igualen con el paisaje. García Márquez haría lo propio con el río Magdalena, solo que él lo llamó “el río padre de La Magdalena” en su novela El amor en los tiempos del cólera, y para él parece un padre maestro que enseña riquezas de la naturaleza y la vida. Padre y madre a la vez, el río se volverá el escenario que acoge a Fermina Daza y Florentino Ariza en su amor de postrimerías y será un personaje que renace al final de la novela con el renacimiento de la relación de los protagonistas. Tanto en Barcha como en García Márquez el río es un ser vivo, al que hay que amar y reverenciar como una figura tutelar de los hijos que de él se han alimentado, corporal y espiritualmente.
Para terminar su breve texto, Mercedes Barcha vuelve a mencionar a los “poetas y escritores, que extasiados en la sublime belleza de este precioso tesoro colombiano, han dedicado el exquisito numen de sus versos y escritos” al río. Pero su temperamento pragmático parece hacerse evidente cuando cierra su presentación dando los nombres de los hombres de empresa y gobierno que estimularon los progresos en la navegación fluvial en tiempos coloniales y de la primera república:
“Antes de terminar, desearía hacer mención de algunos de sus tantos benefactores, siendo los primeros aquellos famosos hombres que responden a los nombres de Venero de Leyva y Juan Bautista Elbers… inmensos e innegables fueron los servicios que ellos le prestaron a nuestro río Magdalena”.
Mientras en la obra de García Márquez los buques del río sirven sobre todo para la levitación de enamorados (“sin navegación fluvial no hay amor”), en el ensayo de Barcha también son importantes los avances técnicos y económicos que se han dado por el río. De esta manera, en muy pocos párrafos, Mercedes Barcha parece integrar las fuerzas masculinas y femeninas en su retrato del río Magdalena, haciendo una exaltación de su carácter de madre de la nación y valorando el aporte de hombres que lo hicieron productivo y navegable. También en la obra de García Márquez el río de La Magdalena fue el lugar de unión entre el hombre y la mujer (El amor en los tiempos del cólera) y entre la vida y la muerte (El general en su laberinto).
A pesar de su brevedad y de su estilo infantil, este texto alcanza a insinuar las razones que explican por qué esta joven curiosa e inteligente se interesó en un escritor nostálgico y soñador y por qué esté escritor se enamoró para siempre de esta mujer inolvidable que combinaba las virtudes de la madre amorosa y de la emprendedora realista, un verdadero cocodrilo sagrado del gran río Magdalena.
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