Mi padre Alfonso trabajaba como camarógrafo en RTI, era un viernes de febrero del 68 cuando le avisaron que al día siguiente tendrían que trabajar un turno adicional, ¿la razón?, un tal Gabriel García Márquez, que estaba causando revuelo en el país y el continente había accedido a dar una entrevista para la televisión colombiana sobre su nueva novela. Nada que hacer, había que trabajar.
Mi padre no dijo nada a su jefe de producción sobre el hijo que debía cuidar los sábados, posiblemente en el estudio nadie estaría a gusto con un mocosito mal oliente y juguetón rodando entre cableado, cámaras y equipos de iluminación, así que para pasar desapercibido mientras grababan decidió dejarme con una asistente de sonido detrás de unas cortinas que servían para cerrar el estudio. Allá estuve por aproximadamente una hora que duró la grabación, en silencio, mientras la asistente asustada, presumo, me hacía mimos para mantenerme calladito.
Al terminar, mi padre se acercó al escritor con un bebé en una mano, y un libro que en la portada mostraba un galeón en medio de una floresta sostenido por un tridente de flores amarillas, en la otra; alguien de la producción, cercano a mi padre, le tendió un bolígrafo a García Márquez, y con la sonrisa más inefable del mundo le firmó el libro con agrado.
Así me lo contó mi papá hace más de treinta años, y ahora, cinco décadas después de aquel suceso que marcó la vida de mi padre y, supongo que la mía también, vuelvo a abrir el libro que tengo guardado como el tesoro más grande que me ha podido acompañar, y observó con deleite la dedicatoria de aquel sábado del 68: “mientras tú tienes uno, yo ya tengo cien…con cariño, Gabo”.
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