Entrevista con la poeta, ensayista y escritora colombiana Piedad Bonnett.
En Cien años de soledad, la novela mítica de Gabriel García Márquez, la peste del insomnio es una enfermedad que conduce gradualmente al olvido. Los habitantes de Macondo, contagiados por este extraño malestar, pasan largas noches en vela y acaban por olvidar el significado de las palabras. José Arcadio Buendía, el fundador del pueblo, decide inventar entonces una máquina de la memoria donde sea posible “repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida”. Era una especie de diccionario giratorio con más de catorce mil fichas que el lector podía controlar con una manivela para hacer girar frente a sus ojos las nociones más importantes en el diario vivir.
En el 2005, casi cuatro décadas después de aquella invención, Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) construyó un diccionario sobre el autor de Cien años de soledad. Lo tituló El mundo según Gabriel García Márquez y, aunque no era giratorio, contaba con una compilación de 275 palabras a través de las cuales el lector podía hacer pasar frente a sus ojos el pensamiento y la voz del escritor colombiano. “Cada ser humano –escribe Bonnett en el prólogo– puede ser comprendido y comprenderse a sí mismo a partir de un pequeño repertorio de palabras que tienen para él un significado particular, específico”. El de Gabo, por ejemplo, incluye Acordeón, Alquimia, Vallenato, Circo y Barbería.
Para darle rigurosidad a su proyecto lingüístico, la autora se basó en entrevistas, obras ficción, columnas de opinión, crónicas y reportajes de Gabo. Un todo bien representado. Al momento de idearlo, Bonnett habrá pensado que si por algún motivo el mundo padecía la desgracia de olvidar el universo garciamarquiano, este libro sería un flotador en el naufragio.
La palabra Poeta también está en este repertorio. Tiene dos acepciones. La primera, extraída de una columna en El Heraldo escrita por García Márquez en 1952, cuenta: “Cuando un poeta lo es de verdad, sigue trabajando sus materiales, aunque la gente, como se dice, «no le ponga bolas», cosa que generalmente acontece con quienes empiezan a transitar por los desfiladeros de la renovación”. Hace mucho tiempo, en una época más cercana a la adolescencia, Bonnett era una poeta que hacía versos aunque no le pusieran bola. Era profesora y escribía. Era madre y escribía. Su primer poemario, De círculo y ceniza, lo publicó en 1989 cuando tenía 38 años. Con su tercer poemario, El hilo de los días, ganó el Premio Nacional de Poesía de Colcultura en 1994. Entonces ahí ya todos sabían quién era la dueña de estos versos:
Aquí golpeaba airadamente el padre sobre la mesa
causando un temblor de cristales, una zozobra en la sopa
volcaba el jarro de su autoridad aprendida, de sus miedos
de su ternura incapaz de balbuceos.
Adelantaba su dedo acusador y el silencio
era como una puerta obstinada que defendía a los niños del llanto.
Aquí solo hay ahora una mesa de cedro, unos taburetes
un modesto frutero que alguien hizo con doméstico afán.
¿Dónde los niños
dónde el padre y la madre arrulladora?
La tarde esplendorosa asoma añil y roja detrás de los vitrales.
Y pareciera que tanta paz, tanto silencio pesaroso
fuera el golpe de Dios sobre la mesa.
Insaciable en su escritura, Bonnett pasó de la poesía a la novela. A sus 68 años, ya ha publicado seis. Ese tránsito le ha convencido de que García Márquez, además de novelista, era un poeta. Lo sabe como lectora y prosista conversa.
Yo creo que García Márquez era un poeta. Ahora que he estado leyendo a Mircea Cărtărescu, que tiene una obra vastísima y posee muchas similitudes con García Márquez, he confirmado que hay otra forma de hacer poesía que es a través de la narrativa. Hay poetas que se expresan por medio de la prosa, pero no sólo la prosa poética, sino también la novela. García Márquez era definitivamente un poeta con un sentido musical impresionante y una capacidad para asociar lo disímil y convertir esa asociación en una cosa muy reveladora.
Sí, El otoño del patriarca es un enorme poema. Pienso que García Márquez era absolutamente consciente de eso. La estructura circular de ese libro la tiene la palabra en sí misma, y es como si el idioma se regodeara en sus propias frases. No es una palabra absolutamente transitiva como la de los narradores austeros y secos, sino que es una especie de barroco exacerbado. Ya ese barroco le dice a uno que detrás del texto hay una mente poética. Alejo Carpentier era también un tipo que era poeta a su manera, lo que pasa es que Carpentier era mucho más racionalista que García Márquez, era muy cartesiano, muy francés. Creo que este es un fenómeno que se da bastante en los países del tercer mundo; uno ve la obra de Bohumil Hrabal, autor checo, y también es muy poético, o la literatura de Rumanía, vinculada necesariamente a una tradición poética. En el fondo, la poesía lo impregna todo. García Márquez era un muy buen lector de poesía y se sabía varios poemas de memoria.
Claro que sí. La poesía mala también ayuda a veces. Cuando uno es adolescente y se relaciona con la mala poesía lo primero que se mueve es el elemento afectivo. La poesía, así sea mala, te mueve las emociones y eso ya es importante porque despierta algo en ti. También desarrolla la musicalidad. La mala poesía por lo general viene acompañada de una música muy bonita. Con eso quisiera aclarar que hay dos tipos de mala poesía: la que no logra tener un ritmo y es insoportable desde todo punto de vista (yo no la quiero), y la mala poesía melodiosa, la que puede tener sonetos muy bien construidos hasta tal punto que te olvidas de su contenido.
El papel de la literatura siempre ha sido y será el mismo. La literatura no es militante. O dicho de mejor manera: no puede tener una intención militante. El papel político y ético de la literatura es intrínseco a ella, independientemente de las intenciones de su autor. Si tú estás comprometido con el mundo que estás pintando o con la palabra que estás usando, ya eso es un gesto político. Entonces no nos podemos equivocar pensando que ahora la literatura debe ocuparse de las mujeres. Recuerdo que una vez, cuando escribí una novela donde había una mujer con muchos conflictos, una feminista me dijo: “no me gustan tus mujeres porque son perdedoras”. Yo le respondí que lo que estaba mostrando era precisamente un mundo de mujeres atrapadas, pues es así como creo que entenderemos el camino liberador de la mujer. No me refiero a mujeres sumisas, sino a mujeres en constante lucha que no logran salir de su cerco. Ana Karerina era eso, Madame Bovary también: mujeres que querían quitarse un yugo y cuya fuerza rebelde las llevó hacia la muerte porque la sociedad las tenía acorraladas. Me parece que esa lucha es lo que la literatura debe representar.
Totalmente. Si te propones hacer una ‘novela de tesis’ eso es lo que pasa. Es el gran ‘pero’ de Carpentier, por ejemplo. Él siempre quería estar demostrando algo. Cuando la racionalidad se exacerba y la literatura se pone al servicio de una idea, por más rica que sea esa literatura termina con una especie de flaqueza. El caso contrario es García Márquez. Él narró sin tesis, contó la historia del papá, la mamá, los hermanos, los tíos, su infancia, el mundo mágico en el que nació y vivió, pero lo hizo con un sentido político tan agudo y un sentido de lo humano tan profundo que sus obras retratan políticamente este país. Todo eso lo logró con la pura intuición literaria, con la mirada del poeta y no con la mirada del ensayista. Carpentier, que participaba también del llamado ‘realismo mágico’, lo que hace es poner sus historias al servicio de una idea, y fíjate cómo ha envejecido su obra, mientras García Márquez sigue completamente vivo.
El verdadero poeta constantemente anda buscando un lenguaje nuevo y ese lenguaje viene del entorno en el que está. El poeta se nutre de las dinámicas y las inquietudes de su época, tiene que saber ser nuevo y viejo a la vez. El problema ahora es que hay mucha banalización como ocurre también con la música. El internet, que es un medio bastante democrático, le ha servido muchísimo a la poesía porque puedes publicar cien poemas en una página que cualquier persona en el mundo puede leer, pero también ha ocasionado que se pierda el aval editorial, de modo que pueden pasar por poesía textos que no tienen nada de poético. Entonces puedes encontrar poemas excesivamente sentimentales y retóricos, y pensar que eso es poesía. Antes tú comprabas un libro de un escritor al que lo había avalado una editorial y eso te garantizaba un producto que había pasado por todo un proceso crítico. Ya después tú decidías si te gustaba o no, si el ADN poético del autor coincidía con el tuyo o si era lo que habías estado buscando. Ahora si te pones a buscar poesía en internet vas a encontrar mucha cursilería. No pretendo quedarme en la idea retrógrada de que todo debería ser como era en el pasado, pero sí creo que esto tendría que ser diferente. Igual la buena poesía siempre estará ahí y siempre habrá quien la detecte.
Esa es una pregunta para el nocaut [risas]. No tiene respuesta.
Te hablaría entonces del poema, no de la poesía. Un poema es un hecho del lenguaje que nace de un forzamiento de la lengua o de un uso muy particular de la lengua cotidiana para descubrir algo o conmover, para remover o incomodar. El poema tiene que hacer eso. Incluso provoca una cosa que es muy linda: lo que tú ya sabías te lo vuelve a decir como si fuera nuevo. En el poema uno descubre un sentimiento que nunca había expresado ni puesto en palabras, y descubre que un mismo tema puede ser representado de diversas formas. Por eso leemos a otros poetas, para entender, digamos, la muerte desde otras particularidades. Esa es la riqueza de la poesía, la cual no consiste en temáticas rarísimas sino comunes y corrientes: la soledad, el amor, la muerte, el Yo, la naturaleza, la belleza, la fealdad, la injusticia… es un repertorio de pocos temas pero tratados de tal manera que se te revelan con un lenguaje que te seduce y la sensación de no saber por qué te atrae tanto.
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