Once prólogos del escritor colombiano que son de libre acceso en el archivo del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas.
Desde el 2014, en el archivo digital del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, es posible acceder a más de 27 mil documentos privados del escritor Gabriel García Márquez. En esos documentos se encuentran manuscritos, fotografías, cartas, borradores y apuntes a través de los cuales los internautas pueden conocer con mayor profundidad la vida y obra del autor colombiano, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982.
Desde el Centro Gabo hemos buscado para ti once prólogos de García Márquez que puedes hallar en aquel vasto océano de información, muchos de ellos corregidos con el puño y letra del novelista. Leerlos es una oportunidad para abordar una faceta poco investigada de Gabo y cuya composición narrativa goza del mismo espíritu imaginativo de su literatura y su periodismo.
Compartimos contigo estos once prólogos del escritor colombiano:
Este es un prólogo que García Márquez escribió para el libro Abel Quezada: el cazador de musas publicado en 1989 por la Editorial Joaquín Mortiz. Como un homenaje al caricaturista y pintor nacido en Monterrey, Gabo relata la historia fantástica de un cuadro que le regaló Quezada donde una mujer está bebiendo una copa de vino criollo de una botella a medio vaciar. En las mañanas, la botella del cuadro permanece intacta, pero en las noches el vino desaparece como si la mujer pintada se lo hubiese bebido. Al día siguiente, la botella vuelve a estar a medio vaciar.
Tengo un cuadro de Abel Quezada en el comedor de mi casa. Es el retrato de una mujer de unos cuarenta años sentada junto a una columna roja, solitaria y triste, con una garrafa de vino rosado ya casi vacía y una copa a medio consumir. Lleva una túnica blanca con flores de abril, y un peinado de Mona Maris, y no es posible saber si la luz de sus ojos es por el verde de mar en reposo o por el fulgor de sus lágrimas. Pues tanto su semblante como la soledad de su vino delatan una vieja congoja. De noche, cuando se apagan las luces del comedor, la garrafa está vacía y sólo queda el último sorbo en el fondo de la copa. Pero a la mañana siguiente está otra vez llena hasta la mitad y la copa a medio consumir.
Un prólogo de Gabo escrito en 1998 para la novela Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea quien, en 1947, impulsó la vocación literaria de García Márquez desde la página cultural de El Espectador donde era director. Zalamea tenía una columna diaria titulada “La ciudad y el mundo” que firmaba con el seudónimo de “Ulises”.
En el Centro Harry Ransom el manuscrito del prólogo aparece incompleto, pero es posible leerlo completo en el archivo digital del periódico El Tiempo.
Es difícil concebir un hombre con tantas ideas propias sobre el oficio de escribir, ni más claridad y poder para contagiarlas. Ese modo de ser, más que una pasión, fue en él un vicio insaciable y corruptor que lo atormentó sin pausa ni reposo hasta su muerte inadmisible a los cincuenta y seis años. Los más afortunados fuimos lo que compartíamos con él la tertulia del periódico a las cinco de la tarde, que es una instancia desaparecida en el periodismo de hoy. Tenía un olfato casi sobrenatural para desentrañar las vocaciones ocultas y sustentar las definidas, pero sin un ápice de complacencia. Era el lector más lúcido de manuscritos crudos, y por lo mismo el más temible. Sin términos medios, pues lo mejor de su corazón fue la voluntad radical con que nos convencía de romper los borradores que no le parecían dignos de publicarse. Lo que se opone a lo bueno -solía citar- no es lo malo sino lo mediocre. O de otro modo: un escritor es más valiente por lo que se atreve a romper que por lo que se atreve a publicar.
Escrito en 1988 para libro-reportaje del periodista italiano Gianni Mina, Habla Fidel, este prólogo ahonda en la figura del dirigente cubano Fidel Castro y su habilidad para construir y pronunciar discursos. Un retrato íntimo narrado por el escritor colombiano.
Dos cosas llamaron la atención de quienes oíamos a Fidel Castro por primera vez. Una era su terrible poder de seducción. La otra era la fragilidad de su voz. Una voz afónica que a veces parecía sin aliento. Un médico que lo escuchaba hizo una disertación tremendista sobre la naturaleza de esos quebrantos, y concluyó que aun sin discursos amazónicos como el de aquel día, Fidel Castro estaba condenado a quedarse sin voz antes de cinco años. Poco después, en agosto de 1962, el pronóstico pareció dar su primera señal de alarma, cuando se quedó mudo después de anunciar en un discurso la nacionalización de las empresas norteamericanas. Pero fue un percance transitorio que no se repitió. Han transcurrido 26 años desde entonces, Fidel Castro acaba de cumplir sesenta y uno, y su voz parece todavía tan incierta como siempre, pero continúa siendo su instrumento más útil e irresistible para el muy delicado oficio de la palabra hablada.
Prólogo al fotógrafo italiano Gianfranco Gorgoni en su libro Cubano 100%. Data de 1997. Allí Gabo hace una breve reseña de la historia de los grandes fotógrafos del siglo XX para después centrarse en el trabajo de Gorgoni sobre la vida cotidiana en Cuba.
Aquel Primero de Mayo de su primera visita, Cuba empezaba ya a superar la mala época en que las muchachas se pintaban una raya en las pantorrillas, para que pareciera la costura de unas medias que no tenían, había que hacer cola hasta para conseguir un sitio en las colas, y no era extraño encontrar por la calle un automóvil sin puertas cuto conductor iba sentado en una silla de comedor. Los cubanos habían aprendido a sobrevivir al bloqueo impuesto por los Estados Unidos doce años antes, y la Cuba nueva empezaba a mostrar una cara distinta. Pero el pudor continuaba. Es muy difícil fotografiar a Cuba, porque los orgullosos cubanos son muy reticentes a mostrar las carencias que tantos años de bloqueo les han causado. Gorgoni, sin embargo, tomó su primera foto desde que llegó al aeropuerto, y diez años después había tomado más de 12000. Una selección drástica de ellas, son las 200 de este libro. Pocos extranjeros han tenido ocasión de ver tan de cerca estos años de consolidación.
En este prólogo escrito en 1991 para el libro Alejandro Obregón, García Márquez cuenta las diferentes aventuras que vivió junto al pintor colombo-español, destacando la historia de un autorretrato de Obregón que el artista terminó a tiros y que luego regaló a Gabo. Es un prólogo perfecto para conocer la personalidad de Obregón y sus particulares métodos de trabajo.
Sucedió la noche de Año Nuevo de 1979, en Cartagena de Indias, cuando dos mujeres muy cercanas a Obregón, en medio de la fiesta familiar, se pasaron de tono en una disputa sobre cuál de las dos era la dueña del autorretrato todavía olorosa a trementina. «Sentí que el cuadro se estaba volviendo más importante que yo», me dijo Obregón. «De modo que resolví matarlo». Sacó un revólver Smith & Wesson, negro, 38 largo, cañón largo, con cachas de madera, y disparó contra el lienzo la carga completa de balas blindadas. El primer tiro dio en el centro del ojo único. El segundo y el tercero, disparados con el pulso firme y una puntería escalofriante de cazador maestro, entraron por el mismo agujero. La fiesta familiar del Año Nuevo se acabó, por supuesto, pero la disputa se acabó también para siempre. Nadie se atrevió a hablar más del cuadro delante de Obregón, aunque de ningún otro se habló tanto a sus espaldas.
“La función comienza cuando se llega al cuento” es una reflexión de Gabo sobre el exilio de los latinoamericanos escrita en 1977 para abrir la publicación ¡Exilio!, de los escritores Lizandro Chávez Alfaro, Poli Délano, Miguel Donoso Pareja, José Luis González, Pedro Orgambide y Dimas Lidio Pitty. Un prólogo sobre el viaje, la distancia y la nostalgia.
Para muchos latinoamericanos tal vez el exilio ya sea la patria. Sobrevivientes del genocidio, la tortura o la cárcel, vagabundos en París o en Nueva York, peones golondrinas, militantes políticos, becarios conspiradores, compañeros efímeros que uno encuentra en Suecia o en México; obreros, escritores, estudiantes, forman –formamos– una legión errante que se identifica por ciertos rostros de desdicha o de furia fecunda, y a veces también por la risa de los viejos chistes repetidos hasta el cansancio, y viajes y migraciones voluntarias o impuestas por la patria ajena y ancha del mundo.
Todos se conocen. Todos se preguntan por un trabajo, por una visa, por un lugar donde vivir, por los amigos invisibles que ya no viajan porque ya no podrían viajar sino en los sueños de los que sobreviven. Ese es el exilio. Y también los encuentros fugaces, la calle de una ciudad que se parece tanto a la de uno, pero que no lo es, aunque todas sean la misma esquina del mundo…
Escrito en 1993 para el libro En canoa del Amazonas al Caribe, este prólogo relata los pormenores fantásticos que antecedieron al científico cubano Antonio Núñez Jiménez en su expedición de tres mil cuatrocientas ochenta y cinco leguas náuticas en canoa desde el Amazonas a Cuba, a través de veinte países. Un texto sobre el poder de la imaginación y la aventura que recuerda, en algunos apartes, los viajes de Melquíades y las expediciones de José Arcadio Buendía.
Antonio llegaba siempre cargado de cosas que parecían recatadas de los naufragios que iba a padecer: un banderín de señales, una camiseta con el escudo de su heráldica personal, botas a prueba de serpientes, artes de pescar fabricadas con hilos y huesos primarios para engañar a los peces de la Edad de Piedra con que pensaban sobrevivir. Apartaba los platos, los cubiertos, la canasta del pan que ya estaban puestos para empezar a cenar, y extendía en la mesa un mapa dibujado en sus delirios equinocciales por los cartógrafos de Orellana, o de Magallanes, o tal vez de don Enrique el Navegante, de quién sabe quién, y el comedor de se llenaba de rugidos de fieras mitológicas, de canciones de caníbales heridos de amor, de blasfemias de misioneros desmoralizados por no encontrar a Dios en los infiernos de la Amazonia.
Originalmente se trató de un discurso de García Márquez pronunciado el 25 de agosto de 1993 en la Casa de Nariño durante la celebración del cumpleaños número setenta del poeta Álvaro Mutis. Cuatro años después, el discurso sería usado como prólogo para el libro La mansión de Araucaíma y otros relatos, publicado en 1997. En “Mi amigo Mutis”, Gabo narra su relación con el poeta colombiano, la amistad que los une y el valor de su obra, tanto en el ámbito de poesía como en el de la narrativa.
Nadie puede imaginarse cuál es el altísimo precio que paga Álvaro Mutis por la desgracia de ser tan simpático. Lo he visto tendido en un sofá, en la penumbra de su estudio, con un guayabo de conciencia que no le envidiaría ninguno de sus felices auditores de la noche anterior. Por fortuna, esa soledad incurable es la otra madre a la que debe su inmensa sabiduría, su descomunal capacidad de lectura, su curiosidad infinita, y la hermosura quimérica y la desolación interminable de su poesía.
Lo he visto escondido del mundo en las sinfonías paquidérmicas de Bruckner como si fueran divertimentos de Scarlatti. Lo he visto en un rincón apartado de un jardín de Cuernavaca, durante unas largas vacaciones, fugitivo de la realidad por el bosque encantado de las obras completas de Balzac. Cada cierto tiempo, como quien va a ver una película de vaqueros, relee de una tirada En busca del tiempo perdido. Pues una buena condición para que lea un libro es que no tenga menos de 1.200 páginas. En la cárcel de México, donde estuvo por un delito del que disfrutamos muchos escritores y artistas, y que sólo él pagó, permaneció los dieciséis meses que él considera los más felices de su vida.
[…] Basta leer una sola página de cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos.
Otro discurso transmutado en prólogo. Gabo lo escribió en 1990 para inaugurar la exposición de arte titulada “Figuración y fabulación: 75 años de pintura en América Latina, 1914-1989”, a cargo de Milagros Maldonado. Allí el escritor colombiano resalta el poder transformador de la imaginación en América Latina de cara al siglo XXI.
Entramos, pues, en la era de la América Latina, primer productor mundial de imaginación creadora, la materia básica más rica y necesaria del mundo nuevo, y del cual estos cien cuadros de cien pintores visionarios pueden ser mucho más que una muestra: la gran premonición de un continente todavía sin descubrir, en el cual la muerte ha de ser derrotada por la felicidad, y habrá más paz para siempre, más tiempo y mejor salud, más comida caliente, más rumbas sabrosas, más de todo lo bueno para todos. En dos palabras: más amor.
Un prólogo de García Márquez que el Centro Harry Ransom conserva en inglés. Fue escrito en 1980 para la inauguración de una exposición de arte del pintor colombiano Darío Morales. Cuenta el crecimiento de Morales como artista, sus viajes fuera del país (especialmente Francia) y sus mujeres de óleo.
Somebody tried to convince Darío Morales that it was useless to suffer such hardships and counseled to return home to Cartagena de Indias, the noisy Caribbean city of his birth, where it would be easier to him to make ends meet. Darío Morales turned down the advice with a cryptic argument: “Wherever I go, I will always be the same”. In Paris he could, at least, feed upon languid writers called spiritual nourishment: he had the opportunity to see with his owns eyes, whenever he desired, the finest paintings in the world. What’s more, at the time he’d just read an evening paper that the Laint Quarter alone harbored eleven thousand anonymous painters from all corners of the globe who lived under the same conditions as he, and not one of them, as far as any statistician could remember, had ever died of hunger. This news made him feel less alone, which is extremely cheering when you’re young and in Paris with nothing to eat.
Este texto de García Márquez escrito en el 2002 prologó un catálogo de pinturas del artista Cubano Tomás Sánchez, a quien Gabo considera un autor de paisajes proféticos.
Creo que el destino de Tomás Sánchez es crear con su obra el modelo del mundo que debemos construir de la nada después del Juicio Final. La idea se le ocurrió a un viejo crítico que se había propuesto explorar trazo por trazo los paisajes milimétricos de Tomás Sánchez para descubrir los secretos de su arte, y todavía no ha vuelto a casa. Empezó por extraviarse en el ámbito de las hojas más cercanas, copió sus nervaduras geométricas, sus estomas sedientos, creyendo divagar por un bosque fácil cuyo mérito se fundaba en la repetición, y terminó por descubrir lo contrario: no había dos hojas idénticas.
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