Doce consejos del escritor colombiano para futuros guionistas de cine.
En agosto de 1987, durante una entrevista concedida para el periódico El Espectador, Gabriel García Márquez comentó que su relación con el cine y la literatura era una especie de matrimonio mal avenido. “No pueden vivir juntos ni separados”, dijo. Aquella confesión resumía la prolija actividad creativa del colombiano tanto en el ámbito de la escritura como en el audiovisual: a lo largo de su vida fabuló diez novelas, treintaiocho cuentos e incontables guiones para cine y televisión. Varios de sus trabajos saltaron de la literatura al cine, como La mala hora, o del cine a la literatura, como La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada.
Gabo fue un asiduo guionista que inventó sus propias historias y adaptó diversas obras de la literatura universal. Entre sus trabajos destacados se encuentran los guiones de las películas Presagio (ganador de un premio Ariel al mejor guion original en 1974), El año de la peste (premio Ariel al mejor guion original en 1980), María de mi corazón (premio India Catalina a mejor película), una adaptación para la televisión de la novela María de Jorge Isaacs y la serie Amores difíciles, que consistió en seis largos episodios dirigidos por cineastas de diferentes países de América Latina.
Desde el Centro Gabo, basándonos en las memorias del taller de guion impartido por García Márquez en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (publicadas en el libro Cómo se cuenta un cuento), compartimos contigo doce consejos del escritor colombiano para futuros guionistas:
Las líneas generales de una historia pueden elaborarse colectivamente, pero a la hora de escribir el guion, solo uno tiene que encargarse de la tarea.
La gente no siempre entiende los argumentos. Por eso, lo mejor es contárselos directamente. Yo por lo menos agradezco esa deferencia.
El trabajo del guionista no sólo exige un nivel de perspicacia. Exige también una gran humildad. Uno sabe, como guionista, que está en una posición subalterna con respecto al director. Uno es el amanuense del director o, por lo menos, alguien que lo está ayudando a pensar. La historia es de uno, sí, pero uno sabe que, al fin y al cabo, cuando pase a la pantalla, será del director.
Casi todos los guionistas sueñan con ser directores y a mí me parece bien, porque todo director debería ser capaz de escribir un guion. Lo ideal sería que la versión final de un guion la escribieran juntos el director y el guionista.
No hay nada peor que estirar una historia arbitrariamente. Ahora bien, me atengo a una convicción: si no puedes contar una historia en una cuartilla, resumirla en una cuartilla, entonces da por seguro que a esa historia le sobra o le falta algo.
Hace falta un curso de moviola –es decir, de montaje práctico– para los futuros guionistas. Aprender a pasar de una escena a otra –algo que parece tan sencillo– puede resultar muy difícil para quien no sepa ver esa operación como un problema dramático y visual. Si uno pudiera acabar de escribir el guion ante la moviola –con el director al lado, por supuesto–, todo sería mejor. Y se lograría mantener siempre la coherencia del relato. El cine sin continuidad no tiene sentido.
Si una escena no funciona o se cae, ¿qué le vamos a hacer?, hay que buscar otra. Lo curioso es que casi siempre se encuentra una mejor. Si uno se hubiera dado por satisfecho con la primera, habría salido perdiendo. El problema más serio se presenta cuando uno encuentra de entrada la mejor. Entonces sí que no hay nada que hacer. Pero ¿Cómo saberlo? Es como saber cuándo está lista la sopa. Nadie puede saberlo si no la prueba.
Uno no puede equivocarse nunca al insinuar el género. El espectador tiene que saber de entrada si lo que está viendo es un drama o una comedia. El popurrí puede venir después. Ahora bien, la dosis la pone el guionista.
A las comedias se les perdonan ciertos lugares comunes, porque no se toman en serio.
Hay que aprender a desechar. Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que echa al cesto de la basura. Si desecha es porque va por buen camino.
Si uno se empeña en escribir un guion, no debe desanimarse por los obstáculos. Al destino del guionista hay que oponer el honor del guionista. Hay que tratar de escribir guiones óptimos, aunque después los directores hagan barbaridades con ellos.
Hay muchos métodos para escribir guiones pero la verdad es que ninguno sirve: cada historia trae consigo su propia técnica. Para el guionista lo importante es poder descubrirla.
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