Catorce frases y pensamientos del escritor colombiano en torno al valor de la amistad y su influencia en su vida como escritor.
Los amigos de Gabriel García Márquez fueron tan determinantes en su desarrollo como escritor que un académico podría construir una biografía minuciosa sólo con enumerar los lazos de amistad que estrechó el autor colombiano a lo largo de su vida. El mismo Gabo confesó en innumerables entrevistas que se había convertido en escritor porque deseaba demostrarle a un amigo mayor que su generación podía tener escritores. Ese ‘amigo mayor’ fue Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador, quien publicó el primer cuento de Gabo, “La tercera resignación”.
A través de sus amigos García Márquez también conoció las obras literarias que acabarían influyendo de forma decisiva su prosa narrativa: La metamorfosis, de Franz Kafka, por medio de compañero de cuarto en una pensión bogotana en 1947; La señora Dalloway, de Virginia Woolf, por recomendación de sus amigos de Barranquilla en 1949 (Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor y Álvaro Cepeda Samudio); y Pedro Páramo, cuando el poeta Álvaro Mutis, durante un viaje en México, le arrojó el libro y le dijo: “Ahí tiene, para que aprenda”.
Durante la escritura de la emblemática novela Cien años de soledad, fueron los amigos quienes ayudaron al colombiano en muchas de sus necesidades económicas y amortiguaron los golpes de la escasez material. Quizás por eso García Márquez siempre afirmó que, sin importar el gran público que esperaba para leerlo, él escribía para sus pocos amigos y con el único objetivo de que con eso lo quisieran más.
Compartimos contigo 14 reflexiones de Gabo sobre la amistad y su papel en la creación literaria:
Yo escribo simplemente para que mis amigos me quieran mucho y para que los que me quieren mucho me quieran más. Por eso hago lo posible para que mis cuentos sean tan sencillos y bien armados, y tan fascinantes para los adultos, como lo es ‘Caperucita Roja’ para los niños.
“Cien años de un pueblo”.
Visión, julio de 1967.
Un amigo que no entiende, simplemente, no es tan bueno como uno creía.
El olor de la guayaba, 1982.
La soledad del escritor es muy grande. Te saca, a veces, del mundo. ¡Y eso que yo trato de agarrarme! Por ejemplo: me aferro a los amigos, a los viejos amigos, trato de ser fiel a ellos.
“El viaje a la semilla”.
El Manifiesto, octubre de 1977.
Tengo un sistema que es agotador con mis amigos: siempre que estoy escribiendo una cosa hablo mucho de ella y se la cuento a los amigos una y otra vez y la vuelvo a contar. Algunos me dicen que yo les he contado el mismo cuento tres veces sin acordarme y cada vez lo encuentran distinto, más completo, y en realidad es eso, porque por la reacción que yo voy notando en ellos voy encontrando terrenos firmes y terrenos flojos. En ese trabajo de ir contando yo voy formándome juicios sobre mí mismo y eso sí me orienta en la oscuridad, como volando por instrumentos.
“Gabriel García Márquez: diez mil años de literatura”.
Bohemia, 1979.
Para hacer Cien años de soledad […] escribía inventándolo todo y en la noche buscaba libros sobre la materia, que los amigos me habían conseguido, e incorporaba los datos que allí encontraba. Pero lo que me resulta curioso es que yo no estaba equivocado o lejos de la verdad en mis invenciones. La obra me llevaba a tal velocidad que yo no me podía parar, y a partir de ese momento se creó una especie de equipo solidario alrededor del libro, y todos mis amigos me ayudaron. Yo le hablaba a José Emilio Pacheco: «Mira, hazme el favor de estudiarme exactamente cómo era la cosa de la piedra filosofal», y a Juan Vicente Melo también lo ponía a investigar propiedades de las plantas y le daba una semana de plazo. A un colombiano le pedí: «Haz el favor de investigarme cómo fueron los problemas de las guerras civiles en Colombia». A otro le pedí la mayor cantidad de datos sobre las guerras federales en América Latina, y siempre tuve amigos haciéndome tareas de ese tipo. Todo el trabajo poético, por ejemplo, que me hizo Álvaro Mutis es invaluable.
“Un halo rodeó Cien años de soledad”.
Elena Poniatowska, septiembre de 1973.
Tuve muy buenas amigas prostitutas cuando era joven. Auténticas amigas. El medioambiente en que vivía era muy represivo, no era fácil tener relaciones con mujeres que no fuesen prostitutas. Cuando acudía junto a alguna prostituta no iba en realidad para hacer el amor, sino por necesidad de estar con alguien, para no estar solo. Las prostitutas siempre son en mis libros muy humanas y su compañía es siempre muy valiosa. Se trata de mujeres solitarias que detestan su profesión. Siempre he mantenido muy buena amistad con prostitutas, incluyendo algunas con las que nunca en mi vida fui a la cama.
“Entrevista con Gabriel García Márquez”.
Playboy, octubre de 1982.
Para mí el sitio ideal es la isla desierta por la mañana y la gran ciudad por la noche. Yo necesito silencio y muy buena temperatura para escribir desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, pero por la noche necesito un poco de alcohol y muy buenos amigos para conversar.
“Entrevista con Gabriel García Márquez”.
Libre, mayo de 1972.
El coronel Nicolás Márquez fue mucho más que un abuelo para mí, fue el mejor amigo que he tenido en la vida y el hombre que me enseñó a ver las cosas. Desde su muerte nada importante me ha ocurrido, todo ha resultado bastante plano.
“Primero soy hombre político: Gabriel García Márquez”.
Excelsior, abril de 1971.
Considero un libro terminado, en primer lugar, cuando me siento seguro de lo que hice. A partir de entonces se desarrolla todo un ciclo que a veces es bastante prolongado: paso el manuscrito a algunos amigos, una docena más o menos, y que son siempre los mismos. Esos amigos leen el libro, discuten conmigo, pues pido una lectura crítica, una lectura de trabajo. Muchas veces oigo recomendaciones para que cambie cosas, y muchas veces acepto esas sugerencias. […] Después de leer una vez, mis amigos sólo volverán al libro impreso. No enseño nunca las correcciones. Si lo hiciese, correría el riesgo de que el libro no acabara nunca. Esos amigos, además de la lectura del libro terminado, siguen de cerca lo que escribo: suelo hablar con ellos sobre lo que estoy escribiendo, contar lo que hago, y observo sus reacciones. Ahí, creo, empieza la ‘lectura de trabajo’: mientras cuento lo que escribo.
“El artesano de la palabra”.
Triunfo, noviembre de 1980.
Lo que más aprecio de mis amigos es que me llamen por teléfono sin ningún motivo.
“Gabriel García Márquez se confiesa a Marcel Proust”.
Hombre de Mundo, 1977.
Los amigos se establecen por afinidades humanas. O sea que los escritores son mis amigos no por ser escritores o intelectuales, si no por esa conexión especial que uno siente respecto al otro.
“Encuentro con Gabriel García Márquez”.
Retrato de García Márquez, 1989.
Durante varios años tuve divididos a mis amigos entre los anteriores y los posteriores a Cien años de soledad. Quería decir con esto que los primeros me parecían más seguros, porque nos hicimos amigos por muchos motivos diversos, pero ninguno por mi celebridad. Con el tiempo me he dado cuenta de mi error: los motivos de la amistad son múltiples e insondables, y uno de ellos, tan legítimo como cualquier otro, es la atracción que suscita la celebridad. Esto funci ona en dos sentidos, por supuesto: también yo he conocido ahora a muchas personas célebres que no hubiera podido conocer antes, las he conocido por su celebridad, y solo por su celebridad, y luego me he hecho amigo de ellas porque he descubierto afinidades que no tienen nada que ver con la celebridad de ellas ni con la mía. Digamos que la celebridad es positiva en este sentido, porque ofrece oportunidades muy ricas para entablar amistades que de otro modo no hubieran sido posibles. Con todo, y a pesar del cariño que les tengo a mis amigos más recientes, mis amigos anteriores a Cien años de soledad siguen siendo para mí un grupo aparte, una especie de logia secreta, fortalecida por un elemento unificador casi indestructible, que son las nostalgias comunes.
El olor de la guayaba, 1982.
He escrito cinco libros tratando de descifrar cómo soy yo, quién soy. Y todavía no lo tengo claro. Pero hay algo que sí sé: soy el mejor amigo de sus amigos, y ese primer puesto no me lo dejo quitar de nadie.
“El regreso a Macondo”.
El Espectador, enero de 1971.
Escribo ahora lo mismo que siempre, sin pensar si tengo más fama, si hay más público esperando. Uno escribe para cinco amigos que sabe quiénes son y que son sus primeros críticos. Si después de eso hay un gran público al cual le gustan los libros que uno escribe, es una cuestión de suerte.
“García Márquez: el gallo no es más que el gallo”.
Pluma, abril de 1985.
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