Archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
Lectura

7 anécdotas de García Márquez protagonizadas por el calor

Siete historias biográficas del escritor colombiano ambientadas en el calor del Caribe.

Créditos: 
Archivo Gabriel García Márquez, Harry Ransom Center
Redacción Centro Gabo

Para Gabriel García Márquez el calor era un ingrediente imprescindible en la constitución de sus libros. Si en una novela suya no emanaba el fogaje del trópico ni se sentía el sudor incesante de los personajes, Gabo se daba a la tarea de reescribir el manuscrito las veces que fueran necesarias hasta que cada palabra transpirara un ambiente Caribe.

Esta convicción de narrar el calor con tanta exactitud lo llevó a hacer viajes de última hora a geografías calientes o a inventar improvisados sistemas de calefacción artificial. Al final, el resultado eran historias ardientes como las de Cien años de soledad o “Un día después del sábado” en donde el calor intenso provocaba que los pájaros rompieran las alambreras de las ventanas para morir en los dormitorios.

Compartimos contigo siete anécdotas en las que García Márquez vincula su trayectoria literaria y su producción creativa con el calor del Caribe:  

 

1. Un abrigo con el calor de Aracataca

 

Yo escribía El coronel no tiene quien le escriba encerrado en un hotel de París. Y esa vaina tiene todos los olores y tiene los sabores, tiene la temperatura, tiene el calor, tiene todo. Y El coronel no tiene quien le escriba está escrito en invierno, con una nieve del carajo afuera y con un frío del carajo en el cuarto. Y yo con el abrigo puesto, porque esa vaina tiene todo el calor de Aracataca. Si no lograba que hiciera calor en el libro no sentía que estaba bien.

 

“El viaje a la semilla”.

El Manifiesto, septiembre y octubre de 1977.

 

2. Buscando un calor Caribe para el Patriarca

 

Hubo un momento en que no conseguía que hiciera calor en la ciudad de El otoño del patriarca, y eso era muy grave, pues es una ciudad imaginaria del Caribe. No basta con escribir “hacía un calor tremendo”. Al contrario, es mejor no escribirlo y hacer que el lector lo sienta. Lo único que se me ocurrió fue cargar con toda mi familia para el Caribe y estuve errando por allá casi un año, sin hacer nada. Cuando regresé a Barcelona revisé lo que llevaba escrito, sembré unas plantas de flores muy intensas en algún capítulo, puse un olor que hacía falta en otra parte, y creo que ahora no hay problema y que el libro va disparado sin tropiezos hasta el final.

 

“Entrevista con Gabriel García Márquez”.

Libre, marzo de 1972.

 

3. La revelación de un pueblo fantasma al mediodía

 

Ocurrió un episodio del que, solamente en este momento, me doy cuenta que probablemente es un episodio decisivo en mi vida de escritor. Nosotros, es decir, mi familia y todos, salimos del pueblito de Aracataca, donde yo vivía cuando tenía ocho o diez años. Nos fuimos a vivir a otra parte, y cuando yo tenía quince años encontré a mi madre que iba a Aracataca a vender la casa esa de que hemos hablado, que estaba llena de muertos. Entonces yo, en una forma muy natural, le dije: «Yo te acompaño». Y llegamos a Aracataca y me encontré con que todo estaba exactamente igual, pero un poco traspuesto, poéticamente. Es decir, que yo veía a través de las ventanas de las casas una cosa que todos hemos comprobado: cómo aquellas calles que nos imaginamos anchas se volvían pequeñitas, no eran tan altas como nos imaginábamos; las casas eran exactamente iguales, pero estaban carcomidas por el tiempo y la pobreza, y a través de las ventanas veíamos que eran los mismos muebles, pero quince años más viejos en realidad. Y era un pueblo polvoriento y caluroso; era un mediodía terrible, se respiraba polvo. Es un pueblo donde fueron a hacer un tanque para el acueducto y tenían que trabajar de noche porque de día no podían agarrar las herramientas por el calor que había. Entonces, mi madre y yo, atravesamos el pueblo como quien atraviesa un pueblo fantasma.

 

“La novela en América Latina”.

Universidad Nacional de Ingeniería, septiembre de 1967.

 

4. Virginia Woolf: entre el calor y los mosquitos

 

Leí Mrs. Dalloway mientras espantaba mosquitos y deliraba de calor en un cuartucho de hotel, por la época en que vendía enciclopedias y libros de medicina en los pueblos de La Guajira colombiana, y recuerdo que una sola frase trastornó por completo mi sentido del tiempo, y me permitió vislumbrar en un instante todo el proceso de descomposición de Macondo, y su destino final. Más aún: releyéndola ahora, veinte años después, yo mismo me pregunto asombrado si esa frase no sería el origen remoto del libro que estoy tratando de escribir sobre el enigma humano del poder, y sobre su soledad y su miseria.

 

“Entrevista con Gabriel García Márquez”.

Libre, marzo de 1972.

 

5. Hemingway, otro hallazgo en el calor

 

Cuando salí del periódico El Heraldo, de Barranquilla, me fui para La Guajira un tiempo, con un maletín, a vender libros de medicina, y la enciclopedia Uteha. Así andaba por los pueblos, Aracataca, Fundación, El Copey, Valledupar, La Paz, Villanueva, San Juan del Cesar, Fonseca, Barrancas, Riohacha, La Guajira adentro, no vendiendo nada, y leyendo, de noche, la enciclopedia. Estando un día en Valledupar, con un calor espantoso, en un hotel, me llegó la revista Life, enviada por esos locos de Barranquilla: allí estaba El viejo y el mar, que fue como un taco de dinamita.

 

“Comadreo literario de cuatro horas con García Márquez”.

Gaceta Colcultura, marzo de 1981.

 

6. Salvando al Chocó en un día de sol

 

Una vez recibimos un cable del corresponsal en Quibdó, Primo Guerrero se llamaba, por la época en que se había pensado repartir al Chocó entre los departamentos vecinos, en el que se daba cuenta de una manifestación cívica sin precedentes. Al otro día, y al siguiente, volvimos a recibir mensajes similares, y entonces resolví irme a Quibdó para ver cómo era una ciudad en pie. Hacía un sol de los infiernos cuando, tras miles de peripecias para viajar a un sitio a donde nadie viajaba, llegué a un pueblo desierto y amodorrado en cuyas calles polvorientas el calor retorcía las imágenes. Logré determinar el paradero de Primo Guerrero y, al llegar, lo encontré echado en la hamaca en plena siesta bajo el bochorno de las tres de la tarde. Era un negro grandísimo. Me explicó que no, que en Quibdó nada estaba pasando, pero que él había creído justo enviar los cables de protesta. Pero como me había gastado dos días en llegar hasta allí, y el fotógrafo no estaba decidido a regresar con el rollo virgen, resolvimos organizar, de mutuo acuerdo con Primo Guerrero, una manifestación portátil que se convocó con tambores y sirenas. A los dos días salió la información, y a los cuatro llegó un ejército de reporteros y fotógrafos de la capital en busca de los ríos de gente. Tuve que explicarles que en este mísero pueblo todos estaban durmiendo, pero les organizamos una nueva y enorme manifestación, y así fue como se salvó el Chocó.

 

“El novelista García Márquez no volverá a escribir”.

El Tiempo, diciembre de 1968.

 

7. El metafórico calor de la escritura

 

Mi vida la divido en épocas en que escribo y épocas en que no escribo. Durante la primera adquiero experiencias, y en el período de escribir no puedo parar. Ahora, cuando arribo a la segunda etapa, tengo que emplear, por lo menos, los tres primeros meses para calentar el brazo. Lo que se escribe con el brazo frío es sencilla y llana mentira. La tan divulgada inspiración de los románticos debe haber sido ese calorcito en el brazo.

 

“García Márquez: ‘es un crimen no tener participación política activa’”.

Triunfo, agosto de 1976.

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