Diseño de ilustración Fundación Gabo / Julio Villadiego
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El periodismo como una forma del arte. Entrevista a Leila Guerriero

Entrevista con la escritora y periodista argentina Leila Guerriero.

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Diseño de ilustración Fundación Gabo / Julio Villadiego
Orlando Oliveros Acosta

El 22 de octubre de 2022, durante el Festival Gabo, la escritora y periodista argentina Leila Guerriero participó en una charla sobre poesía junto a Juan Villoro, Ricardo Silva Romero y Federico Díaz-Granados. El evento se realizó en la biblioteca del Gimnasio Moderno de Bogotá mientras caía uno de los grandes aguaceros del año.

Media hora después de que iniciara la conversación, cuando el moderador instó a definir el tema de aquella tarde, Guerriero citó a Rodrigo Fresán y dijo: “Los poetas son escritores cableados de una manera diferente”. En ese preciso momento, una descarga eléctrica tronó en el cielo y las luces de la biblioteca se apagaron de golpe. Volvieron a encenderse a los pocos segundos. Guerriero aprovechó el suceso para señalar hacia arriba, en la dirección donde se suponía que se encontraba Dios. “Me dieron la razón”, dijo riéndose. “Necesitábamos un acto poético. Gracias”.

El resto de la charla continuó de forma intermitente, pues las luces parpadearon de nuevo y se activaron las alarmas que advertían de la proximidad de una tormenta. Aunque los escritores invitados intentaron mantener la calma, sus voces se perdían en el molesto aullido de los altoparlantes. Parecía como si la aprobación de Dios no fuera suficiente cuando la lluvia pensaba todo lo contrario.

Entrevisté a Leila Guerriero mientras esperábamos que escampara. Quería saber de qué manera funcionaban los cables en las cabezas de los periodistas. La primera pregunta, sin embargo, fue para romper el hielo.

 

¿A qué libro y película volverías siempre?

 

Películas muchas. De esas que uno siempre espera que sean más grandes que la vida. Volvería a una de Kubrick, seguramente. Pienso ahora en una que fue muy maltratada por la crítica que se llama Ojos bien cerrados [Eyes Wide Shut]. Es una película maravillosa, compleja, oscura y llena de capas. Me gustó desde el primer minuto en que la vi. Son como siete películas dentro de una. Los libros los tengo un poco más claros: el diario de Cesare Pavese y Madame Bovary, de Flaubert.

 

El Festival Gabo al que has sido invitada está celebrando los 40 años del Premio Nobel otorgado a Gabriel García Márquez. ¿Cuál crees que sea el mayor legado del narrador colombiano?

 

Creo que su mayor legado fue el haber señalado el periodismo como un camino al que había que prestarle atención, la creación de la que fue la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y que ahora es la Fundación Gabo, y la idea muy lúcida de que a los periodistas había que formarlos desde lo práctico con talleres que tenían a referentes latinoamericanos. Al poner al frente de esos talleres a Juan Villoro, Martín Caparrós o Alma Guillermoprieto, muchos periodistas de generaciones posteriores empezaron a ver que lo que estos maestros hacían se podía hacer y que ellos tenían los mismos intereses y conflictos a la hora de ejercer el periodismo. Por supuesto, los legados de García Márquez son muchos. Tiene, en primer lugar, una obra monumental de ficción y de no ficción. Creo que su primer legado es como autor. Pero en lo que respecta a mi oficio, me parece importante que Gabo señalara al periodismo y haya dicho “es por ahí”. Habría podido decir que le encantaría una fundación para jóvenes poetas, pero no: decidió que valía la pena formar a periodistas. Eso fue una gran apuesta, un gran legado y un riesgo porque podría no haber funcionado.

 

Participaste en una charla sobre poesía. Siendo tú una periodista, ¿crees que exista algo como la poesía del periodismo?

 

No creo que exista algo como la poesía del periodismo. Lo que sí me parece es que la poesía nutre la prosa de cualquier autor o autora, sea periodista o sea Dios (quiero decir, que escriba no ficción o escriba ficción). En algunos casos, la buena no ficción echa mano de una escritura un poco más lírica y poética, aunque creo que hay que tener la rienda muy corta con eso porque uno puede pasarse de decibeles y transformar un texto periodístico en un texto demasiado barroco en el cual la sobreescritura haga que se pierda de vista la información.

 

¿Cómo nutre la poesía al periodista?

 

Si bien no creo que haya una poesía del periodismo, sí creo que leer poesía forma el oído y, por tanto, el fraseo y la música del lenguaje. Todo eso termina transformando a un texto periodístico en algo de calidad muy superior. Cuando un texto periodístico está bien hecho se convierte en una forma del arte.

 

Entre tus crónicas hay una sobre un mago manco y otra sobre una nadadora a la que le falta una pierna. ¿Hay algún interés especial y recurrente en retratar personas a las que les falta algo físico?

 

No. Es cierto que hice un perfil de René Lavand, que era un mago muy talentoso al que le faltaba un brazo, y otro de María Inés Mato, una nadadora de mares helados a la que le falta una pierna. Pero no recuerdo haber entrevistado a otra gente con esta clase de partes perdidas del cuerpo. Sin embargo, es probable que esta amputación sí se repita en algún sentido más metafórico, pues siento que en todas las personas que entrevisto y que me atraen hay una especie de herida, y una herida puede leerse como una forma de falta: uno se hiere porque se perdió algo o porque no pudo llegar a algo. Podría pensarse que la naturaleza humana es eso: estar herido y tratar de reponerse de alguna manera.

 

Si la condición humana consistiera en cargar faltas, vacíos y agujeros, ¿con qué piensas que podrías llenar estos huecos?

 

Con nada, por suerte. No me refiero con esto a ese vacío total y grave que todos llamamos depresión. Ese que es pesado, enfermizo y que no te permite seguir adelante porque vacía la vida. Me refiero a ese otro vacío que representa una “falta” que hace que uno vaya “en busca de”. En ese vacío está el deseo y creo que hay algo bueno allí. Es una potencia del ser. Tenemos una falta y la vamos a llenar con algo. Así nacen las vocaciones. Vamos hacia lo queremos porque existe un vacío. Si estuviéramos llenos no habría lugar a ese movimiento y, por tanto, no se produciría la vida. La satisfacción plena no forma parte de la naturaleza humana.

 

El periodismo, la crónica, ¿para qué sirven?

 

El periodismo tiene una función social. Sirve para visibilizar historias y darle voz a los que no la tienen. Es cierto también que quienes escribimos crónicas lo hacemos para tratar de comprender mejor un mundo muy complejo y con capas tectónicas que se están moviendo todo el tiempo. Sin embargo, más allá de esos fines, creo que en el periodismo hay una dimensión en la cual uno escribe para uno mismo. La crónica es la gran excusa para ir a la realidad con un motivo noble y meterse a fondo en la vida y las historias de los demás con un cierto permiso social. En mi caso, me gusta escribir no ficción y siento un regocijo estético en la escritura.

 

¿Qué puede ofrecerles la crónica a las próximas décadas del siglo XXI?

 

 Lo que puede ofrecer la crónica hoy —en un mundo en el que todo está tan dividido entre buenos y malos, blancos y negros, derechas e izquierdas, etcétera…— es una mirada más compleja, inteligente, sutil y no reduccionista. Me gustaría pensar que la crónica seguirá manteniendo el camino del buen periodismo que es, de alguna forma, muy parecido al viejo: ir, reportear, estar allá mucho tiempo, hablar con mucha gente, volver, tomarse un tiempo y luego escribir. La crónica es un género que arroja visiones de la realidad que desafían al lector y lo colocan en el lugar de la duda más que en el de la certeza. Eso siempre es más interesante que aquel periodismo que levanta el dedo y nos dice para dónde hay que mirar y lo que hay que pensar.

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