Cuatro poemas que escribió Gabriel García Márquez durante su juventud.
En la formación literaria de Gabriel García Márquez, la poesía ocupó un lugar esencial. Fue el primer género con que el autor colombiano estableció contacto con la literatura. A la edad de ocho años, cuando estudiaba en la escuela Montessori de Aracataca, su maestra Rosa Helena Fergusson lo inició en la lectura de los poetas más destacados del Siglo de Oro español. Esta influencia lo acompañó durante toda su vida y lo impulsó a redactar versos en su adolescencia.
Gabo escribió sus primeros poemas en el bachillerato mientras estudiaba en el Colegio San José de Barranquilla. Eran sátiras en verso dedicadas a sus compañeros de clase que solían ser decomisadas por los profesores. A fines de 1940, gracias al padre Arturo Mejía, estas obras tempranas fueron publicadas en Juventud, una revista estudiantil, con el título “Bobadas mías”.
La obsesión de García Márquez con la poesía llegó a su punto culminante cuando ingresó al Liceo de Varones de Zipaquirá. Allí, influido de lleno por los poetas del movimiento Piedra y Cielo, escribió sonetos bajo el seudónimo de Javier Garcés. “Eran simples ejercicios técnicos sin inspiración ni aspiración, a los que no atribuía ningún valor poético porque no me salían del alma”, relató el autor colombiano en sus memorias, Vivir para contarla. “Había empezado con imitaciones de Quevedo, Lope de Vega y aun de García Lorca, cuyos octosílabos eran tan espontáneos que bastaba con empezar para seguir por inercia. Llegué tan lejos en esa fiebre de imitación, que me había propuesto la tarea de parodiar en su orden cada uno de los cuarenta sonetos de Garcilaso de la Vega”.
Con la firma de Javier Garcés, García Márquez publicó la mayoría de los poemas que hoy conocemos de él. Fue una etapa que terminó en 1947, cuando la literatura (en forma de cuento y novela), el periodismo y el cine se convirtieron en las formas predilectas de su vocación narrativa.
En el Centro Gabo hemos seleccionado cuatro de estos poemas de García Márquez escritos durante su juventud. Los compartimos contigo:
Fue el primer poema (y primer texto) que García Márquez publicó en un medio de circulación nacional. Lo hizo bajo el seudónimo de Javier Garcés, un detalle que comparte con los otros poemas de esta lista. Salió impreso en el suplemento dominical de El Tiempo el 31 de diciembre de 1944. El poeta y ensayista Daniel Arango fue quien aprobó la publicación.
“Canción” inicia con un epígrafe de Eduardo Carranza (“Llueve en este poema”) y está dedicado a Lolita Porras, una amiga de Gabo en Zipaquirá que había muerto recientemente.
Llueve. La tarde es una
hoja de niebla. Llueve.
La tarde está mojada
de tu misma tristeza.
A veces viene el aire
con su canción. A veces…
Siento el alma apretada
contra tu voz ausente.
Llueve. Y estoy pensando
en ti. Y estoy soñando.
Nadie vendrá esta tarde
a mi dolor cerrado.
Nadie. Solo tu ausencia
que me duele en las horas.
Mañana tu presencia regresará en la rosa.
Yo pienso —cae la lluvia—
nunca como las frutas.
Niña como las frutas,
grata como una fiesta
hoy está atardeciendo
tu nombre en mi poema.
A veces viene el agua
a mirar la ventana
Y tú no estás
A veces te presiento cercana.
Humildemente vuelve
tu despedida triste.
Humildemente y todo
humilde: los jazmines
los rosales del huerto
y mi llanto en declive.
Oh, corazón ausente:
qué grande es ser humilde!
Fue escrito a comienzos de 1945 y se cree que está inspirado en Mercedes Barcha, una estudiante que García Márquez había conocido ese mismo año en Magangué y con quien acabaría contrayendo matrimonio trece años después, el 27 de marzo de 1958.
Al pasar me saluda y tras el viento
que da al aliento de su voz temprana
en la cuadrada luz de una ventana
se empaña, no el cristal, sino el aliento
Es tempranera como una campana.
Cabe en lo inverosímil, como un cuento
y cuando corta el hilo del momento
vierte su sangre blanca la mañana.
Si se viste de azul y va a la escuela,
no se distingue si camina o vuela
porque es como la brisa, tan liviana
que en la mañana azul no se precisa
cuál de las tres que pasan es la brisa,
cuál es la niña y cuál es la mañana.
Se publicó el 1 de julio de 1947 en “La Vida Universitaria”, un suplemento que salía todos los jueves en el diario bogotano La Razón, dirigido por el poeta y periodista Juan Lozano. García Márquez cursaba entonces su primer año de Derecho en la Universidad Nacional y debatía sobre asuntos sociales y literarios con sus amigos Luis Villar Borda y Camilo Torres, quienes hacían la mayoría de los contenidos de “La Vida Universitaria”.
No ha muerto.
Ha iniciado un viaje atardecido.
De azul en azul claro
—de cielo en cielo— ha ido
por la senda del sueño
con su arcángel de lino.
A las tres de la tarde
hallará a San Isidro
con sus dos bueyes mansos
arando el cielo límpido
para sembrar luceros
y estrellas en racimos.
—Señor, cuál es la senda para ir al Paraíso?
—Sube por la Vía Láctea,
ruta de leche y lirio,
la menor de las Osas
te enseñará el camino.
Cuando sean las cuatro
la Virgen con el Niño
saldrán a ver los astros
que en su infancia de siglos
juegan la Rueda rueda
en un bosque de trinos.
Y a la seis de la tarde
el ángel de servicio
saldrá a colgar la luna
de un clavo vespertino.
Será tarde. Si acaso
no te han guardado sitio,
dile a Gabriel Arcángel
que te preste su nido
que estás en el más frondoso
árbol del paraíso.
Murió la Marisela,
pero aún queda un lino.
Se publicó en “La Vida Universitaria” de La Razón el 22 de julio de 1947. En él persiste la estética de los poetas de Piedra y Cielo y se introducen dos de los elementos recurrentes en la futura obra literaria de García Márquez: el mar y la pérdida de la infancia.
Yo he visto el mar. Pero no era
el mar retórico con mástiles
y marineros amarrados
a una leyenda de cantares.
Ni el verde mar cosmopolita
—mar de Babel— de las ciudades,
que nunca tuvo unas ventanas
para el lucero de la tarde.
Ni el mar de Ulises que tenía
siete sirenas musicales cual siete islas rodeadas
de música por todas partes.
Ni el mar inútil que regresa
con una carga de paisajes
para que siempre sea octubre
en el sueño de los alcatraces.
Ni el mar bohemio con un puerto
y un marinero delirante
que perdiera su corazón
en una partida de naipes.
Ni el mar que rompe contra el muelle
una canción irremediable
que llega al pecho de los días
sin emoción, como un tatuaje.
Ni el mar puntual que siempre tiene
un puerto para cada viaje
donde el amor se vuelve vida
como en el vientre de una madre.
Qué era mi mar el mar eterno,
mar de la infancia, inolvidable,
suspendido de nuestro sueño
como una paloma en el aire.
Era el mar de la geografía,
de los pequeños estudiantes,
que aprendíamos a navegar
en los mapas elementales.
En el mar de los caracoles,
mar prisionero, mar distante,
que llevábamos en el bolsillo
como un juguete a todas partes.
El mar azul que nos miraba,
cuando era nuestra edad tan frágil
que se doblaba bajo el
peso de los castillos en el aire.
Y era el mar del primer amor
en unos ojos otoñales.
Un día quise ver el mar
—mar de la infancia— y ya era tarde.
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