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Héctor Rojas Herazo en 7 reflexiones de Gabriel García Márquez

Siete reflexiones de García Márquez sobre Héctor Rojas Herazo a propósito del centenario del autor sucreño.

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Diseño de ilustración Fundación Gabo / Julio Villadiego
Redacción Centro Gabo

Los caminos de Gabriel García Márquez y Héctor Rojas Herazo se cruzaron por primera vez en Barranquilla, cuando Gabo apenas tenía trece años y era un estudiante de bachillerato en el colegio San José. Era 1940. Rojas Herazo acababa de ser contratado como profesor de dibujo. La escena del poeta y pintor sucreño entrando al salón de clases causó mucha impresión en el joven García Márquez. Tanto así que la evocaría varias décadas después en sus memorias, Vivir para contarla:

“Entró en el aula acompañado por el padre prefecto, y su saludo resonó como un portazo en el bochorno de las tres de la tarde. Tenía la belleza y la elegancia fácil de un artista de cine, con una chaqueta de pelo de camello, muy ceñida, y con botones dorados, chaleco de fantasía y una corbata de seda estampada. Pero lo más insólito era el sombrero melón, con treinta grados a la sombra. Era tan alto como el dintel, de modo que debía inclinarse para dibujar en el tablero. A su lado, el padre prefecto parecía abandonado de la mano de Dios”.

Volvieron a verse en Cartagena ocho años más tarde, en mayo de 1948, cuando García Márquez empezó a trabajar para El Universal. El jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, los presentó en la sede del periódico. Se llevaban seis años. Rojas Herazo era el columnista estelar y García Márquez la joven promesa que acababa de debutar en la página editorial.

Fue este encuentro el que determinó su entrañable amistad. Juntos empezaron a recorrer las calles de la ciudad después del cierre de la edición y muchas noches fueron a parar a las fondas del mercado público de Getsemaní, en donde amanecían hablando de literatura o saciaban su apetito con una buena porción de carne en bistec y patacones. Como colegas del mismo medio, ambos escribieron artículos que dialogaban entre sí. Incluso llegaron a inventarse a un escritor, César Guerra Valdés, con el propósito de estremecer el ámbito literario local. El 29 de junio de 1948, García Márquez publicó en su columna «Punto y aparte» una nota en la que contaba el recibimiento de este autor imaginario en la sala de redacción. Rojas Herazo respondió con otro artículo publicado el 1 de julio de 1949 en el que reflexionaba sobre Un jinete y el infinito, supuesto libro de poemas escrito por Guerra Valdés.

En el 2021 se cumplen cien años del nacimiento de Héctor Rojas Herazo, un poeta, pintor y novelista colombiano que dejó un legado significativo a la tradición literaria latinoamericana. En el Centro Gabo hemos seleccionado siete reflexiones de García Márquez sobre este gran artista y narrador del Caribe. Las compartimos contigo:

 

1. Poeta de lo elemental

 

Hablar de Rojas Herazo es una manera de sentirse acompañado por un universo de criaturas totales. La suya es una poesía elemental, cuyo sometimiento a la forma del canto es posible apenas con la fuerza con que el poeta se enfrenta a sus apremios interiores, por la destreza con que maneja sus instrumentos esenciales.

 

“Héctor Rojas Herazo”.

Artículo escrito para El Heraldo, 14 marzo de 1950.

 

2. Un animal de pelea

 

Lo que han debido experimentar los lectores de Rostro en la soledad, lo habíamos advertido en él mismo los amigos de Rojas Herazo, cada vez que lo veíamos enfrentarse con una casi instintiva vehemencia a sus propios conflictos. El suyo era el espectáculo de un implacable animal de pelea. Así es su libro y así el sabor que queda después de él: la sensación de haber masticado escombros, de haber visto derrotar ante nuestros propios ojos las fuerzas que se hicieron adversas al hombre con el pecado original. En muy pocas veces se tiene el privilegio, el regocijo o la desdicha, de estar tan cerca de tanta beligerancia.

 

“Rostro en la soledad”.

Artículo escrito para El Heraldo, 11 de junio de 1952.

 

3. Poesía recogida del subsuelo

 

Poesía desbordada, en bruto, la de Rojas Herazo, no se daba entre nosotros desde que las generaciones literarias inauguraron el lirismo de cintas rosadas  y pretendieron imponerlo como código de estética: Rojas Herazo la rescató del subsuelo, la liberó de esa falsa atmósfera de evasión que la venía asfixiando y en donde el hombre parecía haber reemplazado sus hormonas por refinados jugos vegetales y se enfrentaba a una muerte inofensiva y complaciente.

 

“Héctor Rojas Herazo”.

Artículo escrito para El Heraldo, 14 marzo de 1950.

 

4. Batallas y vísceras arrojadas al rostro

 

Es preciso decir a quienes deseen pesar y medir estos poemas, que Héctor Rojas Herazo ha vivido realmente esta batalla. Él, como hombre y como poeta –que llevado a sus últimas consecuencias es lo mismo–, se ha enfrentado así a los seres y las cosas; los ha abatido y descuartizado. Y ahora, todavía jadeante, sin haberse tomado siquiera una tregua para purificar su ángel de tanta humanidad, levanta ese montón de entrañas, de glándulas, de vísceras calientes y vivas, y literalmente nos lo arroja a la cara en cincuenta páginas y un título: Rostro en la soledad.

 

“Rostro en la soledad”.

Artículo escrito para El Heraldo, 11 de junio de 1952.

 

5. Versos de espesa materia biológica

 

Rojas Herazo volvió a descubrir el animal común y corriente que ve apretarse el cerco de angustia y lo sabe decir con sus terribles palabras de bestia acorralada. Tal vez así la poesía sea menos floral, menos cargada de ornamentos llamativos, pero es, en cambio, espesa materia biológica. Poesía doliente en la carne viva del macho. Última y desgarradora poesía para resistir a la diaria embestida de la muerte.

 

“Héctor Rojas Herazo”.

Artículo escrito para El Heraldo, 14 marzo de 1950.

 

6. ‘La casa entre los robles’, un armisticio después de la contienda

 

Creo que es allí, en ‘La casa entre los robles’, donde está el orden de poesía en que ha de mecerse Rojas Herazo cuando el misterio tenga que someterse a su agresividad. Así de grande y de hermoso ha de ser su trofeo. Porque ‘La casa entre los robles’ no es una pausa ni una capitulación. Es el armisticio. Allí logra el hombre su sitio indisputable después de esa larga y desesperada contienda. Para llegar hasta allí ha sido preciso recorrer desesperada contienda. Para llegar hasta allí ha sido preciso recorrer íntegramente el trecho amargo, la febril y desmedida distancia que va desde Adán hasta el hombre. Desde la criatura inicial que aún tiene arena de ángel en los hombros hasta el hombre –ya perfectamente justificado– que se sienta a la cabecera de su mesa a recrearse en la contemplación y enumeración de su dura conquista: «Todos allí presentes, hermano con hermana, mi padre y la cosecha, el vaho de las bestias y el rumor de los frutos».

 

“Rostro en la soledad”.

Artículo escrito para El Heraldo, 11 de junio de 1952.

 

7. Poesía heredada de grandes poetas

 

La poesía de Rojas Herazo viene golpeada por una herencia legítima. Está situada en el meridiano de Silva, de Barba Jacob, de León de Greiff. En la línea del hombre. La única verdadera y la única posible para encontrar, otra vez, el rumbo perdido del paraíso.

 

“Héctor Rojas Herazo”.

Artículo escrito para El Heraldo, 14 marzo de 1950.

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