Pues bien, cuando has crecido teniendo la oportunidad de acercarte a estas realidades, es muy probable que el paso a seguir sea tratar de construir y entender aquella relación existente entre la obra de Gabo y sus relatos, conforme a la experiencia de descubrirte y redescubrirte en acercamientos a estas poblaciones.
Mi relación con la obra de Gabo no deja de ser peculiar, dado que desde niño siempre resistí a las imposiciones y no accedí a leer su obra cuando en el colegio, y por orden del plan de lectura, tenía que leer Cien años de soledad. Me parecía entonces un libro muy grueso y poco digerible para un adolescente de octavo o noveno grado.
Mis primeros acercamientos con Gabo y su obra encuentran lugar en los pasillos de la Universidad del Atlántico y trabajando como interprete del patrimonio en el Museo del Caribe, donde tuve la oportunidad de adentrarme un poco más en la historia del caribe y la idiosincrasia de sus habitantes.
Fue leyendo “La soledad de América Latina”, el discurso dado por Gabo al momento de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982, que despertó en mí el interés por su obra. Como también insidió el hecho de que en mis años de trabajo en el Museo del Caribe pude descubrir como algunos elementos propios del Caribe se encontraban inmersos en su producción. Elementos tales como la naturaleza, el amor, la violencia y el poder.
Me di a la tarea de comenzar a leer sus novelas, quería hacerlo cronológicamente, razón por la que comencé con La hojarasca en primer lugar, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora respectivamente y así de manera sucesiva.
Por esas cosas fantásticas e inesperadas que tiene la vida, me fui a vivir durante dos años a la ciudad de Sincelejo–Sucre, una pequeña población de la sabana sucreña donde a pesar del tiempo aún se conservan algunos elementos propios de sociedades de orden rural, lo cual siempre hizo interesante mi estadía. Como interesantes y enriquecedores fueron mis continuos viajes a poblaciones de los Montes de María.
Siempre fue increíble vivir y descubrir como en el día a día encontraba en esta nueva realidad, pasajes que parecían sacados de los libros de Gabo; los señores que pasaban con sus burros cargados con leche, verduras, yuca, ñame y demás; las peleas de gallos; el señor en la puerta de su casa con un gallo justo al lado de la mecedora sobre la cual ve caer la noche; los sombreros; los acordeones; las trochas; las casas con los techos de palma; en fin.
Para finalizar, lo que no deja de parecerme curioso en toda esta historia para con la obra de Gabo, es que dado que crecí en cercanías a poblaciones donde reposan elementos propios de su obra, al adentrarme en la misma era como estar viendo estas poblaciones, sin embargo, una vez estudiada parte de la misma, al volver a estas poblaciones muchas veces no sabía si lo que estaba viendo me resultaba familiar por recuerdos de infancia y adolescencia, o si ello era consecuencia de lo que había encontrado en los libros de Gabo.
©Fundación Gabo 2024 - Todos los derechos reservados.