Pese a las abundantes noticias que se tienen sobre la vida y obra de Gabriel García Márquez, existen algunos episodios de su tránsito por el periodismo y las letras que pocas personas se han preocupado por esclarecer. Es el caso de su trabajo como funcionario en Prensa Latina, la agencia de noticias que el régimen cubano creó para neutralizar las tendenciosas noticias que particularmente se daban a la comunidad internacional por las agencias estadounidenses. Como empleado de Prensa Latina en la filial de Colombia durante los años sesenta, ya he dejado consignadas mis experiencias en otros escritos, pero considero que es el momento oportuno de hacer un intento de transcribir lo acontecido por aquella época.
A lo largo de las décadas, varias personas han reclamado su paternidad sobre la creación de la agencia. Si bien el poeta Ángel Augier (ganador del Premio Nacional de Literatura en Cuba en 1991) se ufanaba como fundador de la agencia, lo mismo cabe decir de Mauricio Vicent, quien firmaba como Alfredo Muñoz-Unsain, pero era más conocido como Chango. Igual puede hablarse de García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza, los dos colombianos que entraron en ese nuevo proyecto de la revolución cubana.
Gabo, que trabajaba en Caracas al frente de la revista Momento, recibió la invitación de Plinio para dirigir Prensa Latina en Colombia, pues ya éste había recibido la llamada de Jorge Ricardo Masetti para organizarla. Fue así como dejó Venezuela y se instaló en Bogotá. Mercedes Barcha, su esposa, estaba ya encinta de su primer embarazo. En El viaje a la semilla, su biografía sobre García Márquez, Dasso Saldívar anota que cuando Plinio llegó a Bogotá en el plan de publicar esporádicamente en las revistas Cromos y La Calle, un buen día de abril, por mediación de Guillermo Angulo, conoció a “un mexicano borracho y dicharachero” que se presentó como enviado especial de La Habana por toda América Latina para montar la nueva agencia noticiosa de la revolución. Plinio le dijo que estaba libre y que además tenía un amigo en Caracas con la misma disponibilidad. “Los dos quedaron entonces contratados verbalmente, Plinio como director y García Márquez como redactor, pero ambos con el mismo sueldo” para dirigir la seccional en Bogotá.
Se organizó la oficina en la Calle 18 con carrera Séptima en Bogotá, y fui empleado en ella. Allí hice mis primeros pinitos en el periodismo con Eduardo Barcha, hermano de Mercedes, Iván Ocampo de la Pava y Consuelo Mendoza, hermana de Plinio, quien hacía las veces de secretaria y administradora de la oficina. Nuestro trabajo de copywriters consistía en traducir los garabatos en código Morse de un operador de radio, el señor Norsa, que luego convertíamos en una noticia o un cable al que le dábamos forma gramatical y de ortografía con una titulación apropiada antes de mecanografiar suficientes copias para los clientes de los diarios nacionales que se editaban en Bogotá. A este oficio se lo denominaba “inflador de cables” y es curiosamente el mismo oficio de Mustio Collado, el personaje del libro Memoria de mis putas tristes que García Márquez escribió muchos años después.
Aquellos cables de la agencia cubana que “inflábamos” los llamados copywriters se vendían a los principales diarios de la capital (que los publicaban con reservas), pero además servían para que muchos estudiantes de las universidades Nacional, Libre y Externado se fueran enterando de lo que pasaba en la Isla, dada la escasa información que proveían las publicaciones locales. Las oficinas de Prensa Latina eran amplias y cómodas; la de Gabo, el subdirector, estaba al lado de la del director, Plinio, y más allá había un espacio amplio para los redactores y el operador de radio. Con frecuencia escuchábamos a Gabo, tecleando en su oficina sus propios textos y los despachos que enviaba hacia la sede central en La Habana; a veces también se escuchaba la rasgadura de cuartillas y las maldiciones del escritor por algún desliz. Éramos, recuerda Consuelo Mendoza, como una pequeña familia que a menudo recurría a la caja menor que ella manejaba y con la cual podíamos atender nuestras necesidades. Un día pasé por su recepción a recibir un amigo quindiano y escuché esta súplica de Gabo:
—Consuelo, me dice la Gaba que se acabó la leche de Rodrigo. ¿Me puedes prestar diez pesos de la caja menor mientras nos llega el giro?
Un tiempo después, cuando Gabo aceptó irse a Nueva York para trabajar en las oficinas de Prensa Latina de Manhattan, se suspendieron las tertulias que hacían en la capital los García Barcha y los Mendoza con Jorge Child y su esposa, la pintora cartagenera Cecilia Porras, el cineasta Francisco Norden, el periodista sucreño Pedro Acosta Borrero y el empresario de proyecciones Ítalo de Ruggiero, entre otros. Eran pláticas en las que se hablaba de política y literatura, además de oír vallenatos con bastante frecuencia.
La vida del verdadero fundador de la agencia, Jorge Ricardo Masetti, transcurrió de manera distinta con un matiz de coherencia política que se conectó, brevemente, con la vida del nobel colombiano.
Nacido en Buenos Aires en 1929, Masetti conoció muy joven al médico Ernesto Guevara y entabló desde entonces una amistad particular que lo llevó a Cuba a trabajar a su lado. En realidad, Guevara sabía que un periodista proactivo y leal como Masetti podría llevar adelante su imaginada idea de una agencia de noticias. Y así fue: Masetti organizó la entidad, montó las delegaciones en cada país de América Latina y empezó a rodearse de conocidos intelectuales afines a la Revolución: primero sus compatriotas Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, y un poco después, Plinio Apuleyo Mendoza y García Márquez. También ingresaron a la nómina de colaboradores de Prensa Latina no solo Jean-Paul Sartre, sino también Waldo Frank y C. Wright Mills, entre otros. Un año después de creada, Prensa Latina ya tenía sucursales en Washington, Nueva York, Londres, París, Ginebra, Praga y había firmado convenios con la agencia soviética Tass, la agencia china Hsin Hua, y las agencias egipcia, indonesia y japonesa que le daban un espacio mundial. L’Express de París y el New Statesman de Londres le cedieron a “Prela” sus derechos latinoamericanos por ínfimas regalías; The Nation y The New Republic, de los Estados Unidos, los permitieron en forma gratuita.
Santiago García Isler, hijo de Rogelio García Lupo, realizó un documental llamado A vuelo de pajarito como un homenaje a su padre que, entre muchas vivencias, sufrió cárcel en la década de los cincuenta por oponerse a la explotación del petróleo patagónico por parte de los norteamericanos. En 1958, García Lupo hizo parte de una comisión parlamentaria que investigó el caso Satanovsky, quien había sido asesinado por no entregar unos papeles a la inteligencia de su país. Mucho antes, cuando eran jóvenes, García Lupo y Rodolfo Walsh también habían sido muy amigos, amistad que se consolidó cuando se encontraron con el proyecto de Jorge Masetti. A este, quien venía de La Habana después de acompañar la entrada triunfal de la revolución gracias a su amistad con Guevara, ya le habían encomendado la tarea de crear la agencia de noticias. García Lupo y Walsh se unieron animosamente a ese proyecto de Masetti en el bar La Paz de Buenos Aires.
Por mediación de Plinio, Masetti se conoció con Gabo, dándose desde el principio una notable admiración y amistad profesional mientras se trataron entre 1959 y 1961. Gabo nunca dejó de reconocer la calidad de periodista de su nuevo amigo: en una entrevista realizada en 2008 en Cuba, Gabo dijo: “Masetti y yo hicimos un solo frente periodístico. Andábamos investigando cosas por todos lados”. Y añadía: “Donde aprendí yo a agarrar la noticia y que no se me escapara fue en Prensa Latina”. Años más tarde, entrevistado para el documental La palabra empeñada, una memoria de Masetti presentado en el Festival de Cine de Mar del Plata por su hijo Jorge, Gabo declaró: “fue el mejor periodista que yo recuerde”.
Rodolfo Walsh, al comentar la autobiografía de Masetti, Los que Luchan y los que lloran, recuerda así los orígenes de la agencia: “Fue Prensa Latina la agencia que señaló con meses de anticipación el lugar exacto en Guatemala —la hacienda de Retalhuleu— donde la CIA preparaba la invasión a Cuba, y la isla de Swan donde los norteamericanos habían centralizado la propaganda radial por cuenta de los exiliados”. Además, el periodista de planta, Angel Boan (quien después murió en Argelia) fue el único en conseguir un reportaje con el famoso criminal Caryl Chessman —un caso judicial que había inflamado los sentimientos antinorteamericanos en muchas partes— doce horas antes de su ejecución en California, lo cual le dio una excelente reputación a la agencia. Posteriormente, Prensa Latina cubrió con oportunidad hechos tales como los terremotos de Chile, el golpe militar contra Arturo Frondizi y la revolución de Jesús María Castro León en Venezuela.
Lectores y amigos han señalado que en esta misma época de la agencia, García Márquez se hizo amigo de Fidel Castro. La simpatía entre Fidel y Gabo ha sido materia de interés durante muchos años, en especial por la estrecha relación que se le asigna al escritor teniendo a la vista las fotos de las expediciones de pesca en el Caribe y los muchos encuentros informales de diferentes tipos que comentaban en los despachos internacionales. No obstante, la primera entrevista de Fidel con Gabo tiene dos versiones: en la biografía de Gerald Martin se dice que Gabo se cruzó con el Comandante cubano durante el juicio a Sosa Blanco por unos breves minutos en La Habana. En una entrevista posterior del mismo Gerald Martin a la revista Credencial, dice que ellos se conocieron desde 1975 y que García Márquez debió esperar cuatro semanas en un hotel de La Habana para poder entrevistarse varias horas con Fidel. Una versión distinta de la anterior señala que, en diciembre de 1960, el líder y el escritor se encontraron en Camagüey durante una escala técnica de los aviones ocasionada por el mal tiempo en la isla; ambos charlaron animadamente por un largo rato hasta que llamaron de nuevo a bordo. Por ese mismo tiempo, Gabo ya era empleado de la agencia como subdirector de Prensa Latina en Colombia. En algún momento me pareció entender que el director, Masetti, pasó un par de veces por Bogotá, pero nunca lo vimos en persona en las oficinas de la Calle 18.
La trayectoria de García Márquez en la agencia fue otra: en 1960, como ya lo he mencionado, estaba en Bogotá a cargo de la subdirección de la oficina; en enero de 1961 viajó de Bogotá a Nueva York como asistente en la oficina de Prensa Latina en esa ciudad; luego, en junio, se retiró de la oficina y partió hacia México, país donde trabajó en algunas publicaciones de su amigo Gustavo Alatriste, episodios que ya han sido narrados con propiedad por otras fuentes. En septiembre del mismo año, Alberto Aguirre le publicó El coronel no tiene quien le escriba, una novela corta formidable que ya había aparecido en la revista Mito y que el antioqueño dijo habérsela comprado al autor por 350 pesos mediante un contrato firmado en una servilleta en la piscina del Hotel El Prado de Barranquilla. Allí, en México, terminó la novela que había empezado en Bogotá —cuyos originales conocí inicialmente con el nombre de “Este pueblo de mierda”—, con la cual ganaría en Colombia el premio Esso de Literatura y que luego sería publicada en España y México con el título de La mala hora.
En 1962 Gabo siguió en México, esperando a su segundo hijo, Gonzalo, que nació el 16 de abril de ese año, mientras Prensa Latina permanecía, como hasta hoy, como una agencia del gobierno cubano. En ese periodo, la vida de Masetti tomó un rumbo diferente. Su amigo Rodolfo Walsh lo relató así: “En cada país de América, la ruptura diplomática impuesta por Estados Unidos fue precedida por el cierre de la agencia. Una lucha interna asestó a Prensa Latina el golpe definitivo. Afiliados reciamente, los comunistas montaron en el seno de la agencia una verdadera conspiración anti-Masetti, disfrazándola de lucha ideológica. Masetti contemporizó mientras pudo; al fin, les hizo frente. Se dice que debió intervenir el ejército rebelde para impedir que la diferencia se resolviera a tiros. No me consta, pero de algún modo encaja con la imagen que conservo de Masetti”. Esta versión al parecer tiene que ver con las discrepancias entre el Che y Fidel en torno al papel que debía cumplir la revolución cubana en otros países de América Latina.
Cerrada la agencia, al parecer temporalmente, Masetti regresó su país por la frontera del norte argentino con Bolivia. Entre 1963 y 1964 organizó en la provincia argentina de Salta una guerrilla guevarista llamada el Ejército Revolucionario del Pueblo. Era el primer intento de llevar las condiciones de la revolución cubana a otros países de América Latina. El Che Guevara esperaba encontrarse con Masetti en las selvas bolivianas, en los límites de la provincia de Salta, para iniciar la expedición libertadora en Argentina. La vocación revolucionaria de ambos debía juntarlos en aquella zona selvática donde más adelante sería abatido el Che por fuerzas de la policía boliviana. Luego de unos enfrentamientos con tropas argentinas, Masetti desapareció misteriosamente en Salta, pues su cuerpo nunca fue encontrado y se supone que cayó por un despeñadero. Se toma como fecha de su desaparición el 21 de abril de 1964, cuando el periodista argentino contaba con solo 34 años.
Estos recuerdos, hilados con la ayuda de Consuelo Mendoza y otras consultas en Internet, acaso puedan ser útiles para completar las tareas y ambientes de nuestro fallecido amigo, Gabo, al mismo tiempo que explican una parte de sus convicciones ideológicas que le fueron siempre coherentes con su estilo y con su manera de entender y comprometerse con el mundo contemporáneo.
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