Mustio Collado, el nonagenario personaje de Gabriel García Márquez en Memoria de mis putas tristes, revela que uno de sus múltiples oficios de juventud era el de inflador de cables en El Diario de La Paz. Aunque el oficio parece tener un cierto parentesco con la ingeniería de cables eléctricos, la verdadera actividad tiene más concordancia con el periodismo y se relaciona íntimamente con mis vivencias profesionales en Prensa Latina.
El asunto es así: por los años sesenta, el gobierno cubano había decidido montar su propia agencia de noticias, Prensa Latina, y eligió como director de la oficina en Colombia a Plinio Apuleyo Mendoza y como subdirector a Gabriel García Márquez, con sede en Bogotá. Con Prensa Latina se pretendía superar el indudable cerco de censura impuesto en torno a las actuaciones de la revolución cubana, en especial en estos países.
En esa época, cuando la tecnología de las comunicaciones apenas estaba en pañales, la transmisión de mensajes se realizaba por medio del código Morse. El operador de radio en Prensa Latina trabajaba larguísimas jornadas sentado frente a un radiorreceptor donde recibía desde La Habana las noticias de ese país que no aparecían en los despachos de las tradicionales agencias internacionales de noticias, principalmente las norteamericanas. Una vez procesadas, dichas noticias serían luego enviadas por teletipo a los diarios colombianos y, en muchos casos, cuando esa máquina fallaba, en copias al papel carbón que elaborábamos en la máquina de escribir a punta de “chuzografía” (así llamábamos al acto de mecanografiar con uno o dos dedos de cada mano) y después las llevábamos como mensajeros. El señor Norsa, nuestro operador en Bogotá, traducía y mecanografiaba las palabras del morse mediante un juego impreciso y especial de signos que nosotros, los infladores de cables (Eduardo Barcha, Iván Ocampo de la Pava, Consuelo Mendoza y yo), vertíamos a un lenguaje más comprensivo. Por ejemplo, cuando Norsa nos escribía más o menos esta jeringonza: “H ago. co Fi acom min fun Gbno inau ay ciu matanzas enor compl. azuc darse inicio zaf region pres ano”, nosotros debíamos reescribir: “La Habana, agosto 20. El Comandante Fidel Castro, acompañado de sus Ministros y otros funcionarios del Gobierno, inauguró ayer en la ciudad de Matanzas un enorme complejo azucarero al darse inicio a la zafra de esa región en el presente año”.
Realizada esta primera operación de inflación del cable, que implicaba redactar coherentemente, añadir conjunciones, utilizar las proposiciones y hacer el lead de la misma noticia, nosotros mismos nos encargábamos de llevar el paquete de noticias a los principales diarios de la capital. La sorprendente capacidad de trabajo de Plinio Apuleyo Mendoza (que a menudo le dejaba poco espacio a la iniciativa periodística de Gabo a tal punto que éste siempre tenía tiempo para dedicarse a sus espléndidos relatos) se reflejaba en los reclamos que solíamos recibir de él cuando hacíamos mal el oficio. En cierta ocasión salió el director de su oficina, demudado y rabioso, blandiendo un papel en la cara de Eduardo Barcha para increparle la mutilación en varias partes de una importante noticia sobre la reforma agraria cubana. Eduardo, casi sin inmutarse, le contestó: “ustedes, mis profesores de comunicaciones, me han dicho que después de cinco palabras viene un punto: eso hice, cuadro”, y todos, incluso nuestros dos jefes, nos desternillamos de risa con la ocurrencia.
La experiencia de Prensa Latina duró poco. La empresa cerró casi todas sus oficinas en América Latina, al parecer por discrepancias radicales entre el director de la agencia y el ministerio de comunicaciones en La Habana y los copywriters terminamos en el asfalto. Surgieron nuevos avances en telecomunicaciones mundiales y el oficio de inflador de cables —que solo los más iniciados habrán podido explicarse en Memoria de mis putas tristes— también dejó de existir.
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