El Gabito que me tocó a mí

Apartes de mi historia con Gabriel García Márquez y su legado.
Por:
María del Pilar Rodríguez

Sí, Gabito, no Nobel, ni maestro, ni Gabriel: Gabito, el nieto de Papalelo y Mina, el sobrino de la tía Pa… Aún la gente me mira raro cuando me refiero de esa manera al gran escritor, pero la verdad es que después de lo vivido no tengo otra manera de llamarlo, aquí les va la historia…

 

Todo se lo debo a una metida de pata…

 

Supe de su existencia en la secundaria, en Cartagena de Indias, bajo la tutela de Minerva Recuero, mi profesora de español, un personaje que hilaba las figuras narrativas con un preciosismo poético, en medio de una mezcla literaria que me enseñó que tal cual en la vida, en la literatura: ¡En la variedad está el placer!

Premisa que fue contradicha por mi profesor de redacción en mis primeros semestres de Comunicación Social y periodismo en la universidad, quién se obsesionó con mandarnos a leer la obra del nobel –como fuente única-, ante lo cual me revelé. Para mí resultaba inconcebible que pudiera formarme como periodista leyendo a un solo autor. Senté mi más sentida queja, urdí una argumentación y con ello me gané el sobrenombre poco premonitorio de: “La anti Garcíamarquista”.

Por aquella época alternaba mis estudios en la Universidad Autónoma del Caribe en Barranquilla, siendo asistente de prensa en eventos en Cartagena, a los cuales siempre invitaba a una prima, que a su vez siempre iba con una de sus amigas, una señora muy agradable de tez morena y sonrisa grácil llamada Margarita que un buen día decidió en gratitud invitarme a su casa.

Llegué puntual a un edificio a pocas cuadras de mi casa materna en la heroica; me abrió un hombre de cabello blanco, ataviado con una dulzura de padre arrullador, muy deferentemente atendió mi visita,  mientras su esposa -Margarita- se las apañaba en la cocina haciéndome un jugo que me había ofrecido. No recuerdo con exactitud cuánto tiempo duró aquella conversación, el que si tengo fijo en la memoria fue el instante en el que se adueñó de la conversación mi espíritu guerrero... Identifiqué una foto de la niña de la casa con Gabriel García Márquez y una edición de Noticia de un secuestro sobre la mesa de centro de la sala, con un protagonismo "macondiano" que me resultó de todo menos cómodo.

Al ver mi curiosidad por el libro en la mesa, el anfitrión me preguntó: ¿Te gusta la obra de García Márquez?, detonante de mi airado discurso en contra del escritor, que por fortuna fue zanjado a medio camino con sabor a jugo de zapote alivianando  la conversación hasta el momento de la despedida, cuando sucedió lo inesperado: el anfitrión con una sonrisa me extendió la mano y me soltó su nombre completo: Jaime García Márquez.

Semanas después -cuando aún el balde de agua fría en mi cabeza no se secaba- me encontré en un supermercado a Margarita, quién coronó mi avergonzada expresión con una deliciosa risa caribe, disculpándose por no haberme contado que estaba casada con el hermano del escritor y asegurando entre risas: “Tranquila, si a Jaime le caíste lo más de bien, pásate por la casa cuando quieras, él siempre está en la terraza como a las seis de la tarde”.

El reencuentro estaba escrito. El dichoso profesor de redacción, Anuar Saad -un turco de ojos saltones que tenía la ironía como tono de voz promedio y una pluma a punta de la cual se había ganado mi respeto-, dijo: “Vayan a una librería que allá no muerden, compren un libro de un latinoamericano que acabe de salir y me traen un análisis escrito para la próxima clase”. Entré a la librería, empujé la puerta, tropecé una exhibición y algo se disparó hacia mi cabeza y rebotó hacia el piso: un libro gordo rojiblanco con la cara de un niñito espantado en la portada que decía: “Vivir para contarla”. Violento episodio que me indicó que debía leerlo, por supuesto, con el ánimo de seguir alimentando mi teoría "anti Garcíamarquista".

Pero aquellas páginas torcieron mis planes... ¡Y de qué manera! Regresé a Cartagena  y apenas sí medié palabra con mi madre, salí corriendo con el destino claro a pocas cuadras… Jaime García Márquez abrió la puerta, no lo saludé y haciendo gala de mi “prudencia”, empuñando el libro, le dije: “Te tengo noticias… ¡Tú hermano al fin aprendió a escribir!”. Se echó a reír y me invitó a sentarme mientras escuchaba las razones de mi nuevo amor literario, hasta que sonó el teléfono...

- Ya vengo Pili, debo contestar en la otra habitación, aquí en la sala no hay extensión.

Yo estaba muy entretenida mirando el mar cuando la voz de Jaime me soltó encima la lápida:

- Era Gabito, te manda a decir que tienes toda la razón, que al fin aprendió a escribir.

Y así en contra de todos los pronósticos, mi imprudencia estuvo de nuevo de mi lado. De ahí en adelante Jaime y yo tejimos una amistad hecha de cafés, whiskys, tertulias familiares acercados por una distancia compartida con el escritor frente al culto de la personalidad. 

Fue así como gracias a la generosa mesa de Margarita, me enamoré de la tribu García Márquez, una prole repleta de dulzura, de magia, pero sobre todo con una característica particular: todos, sin excepción, saben echar tan bien un cuento que cualquier episodio de la cotidianidad llega a envolverlo a uno como si estuviera viendo la mejor obra cinematográfica. Tradición verbal que se comparten de  generación en generación, repitiendo uno los cuentos del otro hasta que no se sabe de quién son. Todo esto atravesado por un absoluto respeto a los mayores y su lugar siempre de privilegio. Un mundo donde me enseñaron que detrás del Nobel había un hombre – que jamás dejó de ser niño- llamado Gabito.

 

Rechacé una invitación y a cambio me regaló un libro:

 
¡No quería conocer Gabriel García Márquez! Sí, leyeron bien, no quería conocerlo, después de escuchar tanto cuento, a quien realmente quería conocer era a  Gabito, un hombre caribe, de humor prístino, con la imaginación mejor reputada del planeta, lejos del aplauso y del protocolo... Yo quería verlo sonreír, soltar una impertinencia de esas legendarias y poder sentir el hálito del niño de Papalelo, embrujado por rosas amarillas y su carácter de amuleto emblemático.
 
Y  fiel a éste deseo, dije que no la primera vez que me invitaron a la casa del nobel, invitación generosamente extendida por Jaime García, como parte de una decena de intelectuales, periodistas y toda una fauna silvestre que evitaría por supuesto acercarme al personaje que realmente quería conocer. Sin embargo, con la cara lavada de las imprudentes, a los pocos días del encuentro fallido le llevé a Jaime un ejemplar nuevo de “Vivir para contarla” y le pedí que ya que estaba en la ciudad le solicitara a su hermano dibujara para mí una de esas famosas flores suyas en el ejemplar.
 
Tiempo después Jaime me hizo ir a su oficina y  me extendió un paquete diciéndome:
 
- Ahí te mandaron. 
 
En vez de Vivir para contarla recibí El amor en los tiempos del cólera.
 
- Muchas gracias Jaime pero Gabito se equivocó de libro.
 
No tengo idea cómo contuvo las ganas de ahorcarme, simplemente tomó aliento y me dijo:
 
- Tú no tienes arreglo, el libro te lo compro él para que leas uno que todavía no te guste.
 
Leí la dedicatoria al lado de la flor: “Para Pili, una flor más allá”, una dedicatoria que solo logré entender con los años, como una puerta que se me abría a su mundo mágico...
 

La primera vez que lo vi se nos olvidó invitarlo

 
En el 2006 nos inventamos con Jaime una exposición en el Museo de Arte Moderno de Cartagena (MAMC), titulada "Gabito en imágenes". Una recopilación de fotografías de la vida de Gabito que nos enviaron desde Brasil la hija de Jorge Amado, desde Barranquilla Heriberto Fiorillo, desde Bogotá Gustavo Ramírez y desde Cartagena Manuel Pedraza. Exposición que causó gran alboroto en la ciudad porque se presumía que Gabito iría, teniendo en cuenta que estaba en Cartagena, su legendaria amistad con la directora del museo y estando su hermano de por medio.  La inauguración estuvo a reventar pero Gabito no llegó.
 
Sucedió lo increíble, al día siguiente, al ver el registro en el periódico, Gabito llamó a su hermano Jaime a preguntarle por qué no lo habían invitado. Sí, nadie lo invitó, Jaime porque pensó que la señora Yolanda –directora del museo- le diría y ésta por lo mismo pero al contrario.
 
Gabito llegó entonces al Museo de Arte Moderno de Cartagena al día siguiente a ver su propia exposición, hasta que una horda de fanáticos extranjeros al notar su presencia en el museo bloqueó su paso entre fotos y empujones, obligándonos a sacarlo por una puerta alterna, haciendo de nuestro primer encuentro uno más bien fugaz.
 
Y así, entre anécdotas macondianas por el estilo, poco a poco hice parte de mi vida los dichos de la tribu García Márquez… “Hombre que manda en su casa con seguridad es marica”, “tiene tan poca voluntad que anda con la esterita debajo del brazo”, “tienes el corazón más parcelado que el antiguo INCORA”.
 

¡Que escriba la que dice que yo no sé escribir!

 
“Te espero mañana en mi oficina” dijo la voz del hermano sánduche. Llegué, tomé asiento, saludé a los presentes y Jaime dijo: 
 
-Ella es Pili.
 
A lo que las dos mujeres sentadas en el lugar asintieron con una certeza de la que yo desconocía el origen.
 
Eran inicios del 2009, las damas venían de Santa Marta, eran Sandra Rubiano y Alba Ruth Fernández de Castro, las dos gladiadoras de la gerencia de proyectos de la Gobernación del Magdalena que a sangre y fuego estaban logrando sacar adelante el sueño de La Ruta de Macondo capítulo Magdalena.
 
Lo que recuerdo después de eso, fueron un sin número de correos y trámites que trajeron como resultado que el Fondo de Promoción Turística de Colombia me contratara  para hacer la investigación y el guion turístico de la Ruta de Macondo Capítulo Magdalena. ¿Por qué?, porque según dijo Jaime y Gabito, determinaron que la más indicada era Pili, la escritora que decía que él no sabía escribir. Por aquello de evitar "el culto a la personalidad".
 
Duré casi un año de ida y regreso a Aracataca y consultando con Jaime cada enredo que se me armaba en la cabeza por las diversas versiones que Gabito daba de su propia historia en distintas entrevistas a lo largo de su vida, confusión a la que Jaime le dio santa sepultura el día que me dijo: “Gabito te manda a decir que si él ha vivido toda la vida de inventar tú por qué carajo no.”
 

El amigo que más me quiere…

 
La Ruta Macondo Capítulo Magdalena: investigación y guion que le entregué a Gabito y Doña Mercedes el 22 Diciembre de 2009 en Cartagena de Indias, en presencia de Jaime Abello y todo el equipo de la Gobernación del Magdalena. 
 
Y carente de prudencia, siendo la última en intervenir en el evento, tras varios discursos donde no bajaban al escritor de "maestro, nobel, etc", yo tomé mi lugar y luego de saludar, en el podio expresé:
 
- Aquí con el perdón de doña Mercedes yo no le voy a decir maestro, porque no van a pretender que después de haber pasado todo un año hurgándole la vida le diga así, para mí él es Gabito, el nieto de Papalelo y Mina, el sobrino de la tía Pa.
 
La reacción de Gabito no se hizo esperar, se quitó los lentes y me dijo con sonriente curiosidad, como un reto a mi cabeza:
 
- ¿Cómo se llamaba la tía Pa?
 
Contesté instantáneamente:
 
-Elvira Carrillo, página 81 del documento que tiene en frente.
 
Él sonrió, y yo entendí esa sonrisa como una autorización para continuar con mi presentación que finalicé como unos cuarenta minutos después, tras los cuales Gabito se sonrió nuevamente y me pidió que me acercara. Lo hice inmediatamente y una vez que estuve a su lado -montada en unos tacones de todos los centímetros- me miró con curiosidad y dijo:
 
- Y yo esperando que te bajes ¡Y no te bajas!
 
Me reí y me acurruqué al lado de su silla, ante lo cual me dio un beso en la mejilla y expresó:
 
 -A mí me gustó.
 
Luego, bajo la anuencia de doña Mercedes me firmó mi copia del guion con las siguientes palabras: “Para María del Pilar Rodríguez, el amigo que más la quiere. Gabo”
 
Con el guion abrazado y feliz terminé aquel episodio, pensando que nada mejor me podría suceder con el escritor y su mundo, sin sospechar siquiera que a éste cuento le faltaba más de un capítulo aún...
 

El último encuentro: un retrato histórico

 
Corría Mayo de 2013, llevaba más de un año apoyando al fotógrafo Mauricio Vélez –como curadora- del libro marca país “Retratos de Sociedad” –recopilación de retratos de personalidades colombianas-. La fecha de impresión se acercaba y la respuesta frente al sueño del fotógrafo -durante 20 años infructuoso- de hacerle un retrato a Gabito seguía teniendo la misma respuesta: No.
 
Siendo yo la comisionada de menos "aristocracia y poder" para tal fin, algo me decía que podría lograrlo. Decidí elevar la petición a una de mis mayores cómplices en el mundo de las artes, y además insigne miembro del círculo más cercano de doña Mercedes: Yolanda Pupo de Mogollón.
 
Y así, como ha hecho milagros para mantener en pie el MAMC durante 40 años, logró lo que parecía imposible: El 25 de Mayo a las 11 de la mañana, armada de 24 rosas amarillas entré con Mauricio Vélez a la casa de Gabito en Cartagena y presencié el instante mágico en que éste fotógrafo logró inmortalizar su ternura infinita. Imagen que terminó siendo la portada del libro y además -sin yo saberlo- el escenario para dejar testimonio gráfico de una simpática conversación que sostuve con el nieto de Papalelo, la que deseé desde aquellos días años atrás en las que su familia me enseñó a querer al hombre dulce detrás de las letras, Gabito, simplemente: Gabito.

 

Macondo vuelve a mí

 
Semanas después el Vice ministerio de Turismo del país determinó retomar el proyecto Ruta de Macondo. Me llamó la entonces viceministra de turismo Tatyana Orozco y tras los consabidos papeleos -por los días del cumpleaños de Gabito de este año-, inicié la tarea de hacer la investigación y el guion de la Ruta de Macondo Zipaquirá, Bogotá, Barranquilla y Cartagena. Labor en medio de la que estaba cuando fue público su deceso en ciudad de México.
 
Los medios de todo el mundo hablaban de su vida y de su obra, mientras yo a penas digería la responsabilidad que me caía encima, y armada de rosas amarillas seguí leyendo, investigando y escribiendo durante un año, con una pausa de un par de semanas -causa de un accidente de tránsito que tuve- hasta el 24 de Diciembre de 2014 cuando en las oficinas de FONTUR en Bogotá, entregué el último guion de esta etapa del proyecto, al tiempo que el presidente sancionaba la Ley de honores al escritor. Instante en el que nuevamente  volví a pensar que este sería el verdadero final de mi historia con Macondo, pero nuevamente estaba muy equivocada...

 

De investigadora a profesora macondiana...

 
Iniciaba el 2015, cuando una amiga de Cartagena  me puso en contacto con Carmen Alvarado Utria, rectora del Colegio Mayor de Bolívar para que la apoyara en el desarrollo de un proyecto de ruta turística en Cartagena. Nos tomamos un café y de ese primer café no sé cómo salió la idea de crear una herramienta lúdica de formación en la vida y obra de Gabriel García Márquez, para la explotación de ese conocimiento por parte de guías turísticos y bibliotecarios, en cumplimiento de la Ley recién nacida y como una utopía que digna de Macondo.
 
Tal como las mariposas amarillas que perseguían a Mauricio Babilonia, el día que Carmen me llamó -antes de finalizar abril- para comunicarme que el diplomado "Rutas Macondianas, El Realismo de lo Mágico" era un hecho, comprendí que los capítulos de esta historia se tornaban infinitos y que más valía que me acostumbrara a ser como me dicen ahora en Aracataca: "Una mujer Macondiana".
 
En Octubre graduamos nuestra primera promoción de "Gabiteros", estrenándome como catedrática y coordinadora académica, al tiempo que García Márquez y este mundo mágico se volvió tema central de mi agenda como conferencista -antes solo llena de temas de arte plástico-. Oficio que me ha llevado de lugar en lugar, pasando por la Cancillería, la Escuela diplomática colombiana y parece que próximamente al escenario internacional.
 

¿Qué viene?

Ya ni siquiera me lo pregunto, dejo que suceda tan naturalmente como mi más reciente encuentro con doña Mercedes en su residencia de Cartagena, a propósito de la donación de la fotografía de Mauricio Vélez en su versión de obra artística para exhibición permanente en el Claustro de La Merced en Cartagena -donde reposan parte de las cenizas del escritor-.

Lo que sí sé es que sea el camino que sea que tenga escrito el universo para éste idilio que tengo con Macondo, por cliché que suene seguirá siendo una experiencia de realismo mágico.

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