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No estoy aquí: discurso de Gabriel García Márquez para inaugurar una sala de cine en Cuba

Palabras pronunciadas por el escritor colombiano en La Habana, Cuba, el 8 de diciembre de 1992 durante la inauguración de la sala de cine Glauber Rocha de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.

Redacción Centro Gabo

Esta mañana, en un periódico europeo, leí la noticia de que no estoy aquí. No me sorprendió, porque antes oí decir que ya me había llevado los muebles, los libros, los discos y los cuadros del palacio que me regaló Fidel Castro, y que estaba sacando a través de una embajada los originales de una novela terrible contra la Revolución Cubana.

Si ustedes no lo sabían ya lo saben. Ésta es quizás la razón por la cual no puedo estar aquí esta tarde para inaugurar esta sala de cine que, como el cine, y como todos los que tienen que con el cine, tal vez no sea más que una ilusión óptica. Pues nos ha costado tantos sustos e incertidumbres esta sala, que hoy –quinientos años, un mes y veintiséis días después de la llegada de Colón– no podemos creer que en realidad sea cierta.

En distintos momentos de esta historia ocurrieron varios milagros, pero hubo uno definitivo: el impresionante desarrollo científico del país. Fue otra de las grandes ilusiones que se hicieron realidad alrededor de esta casa. Nunca cine alguno ha tenido tan brillantes y generosos vecinos. Cuando esta sala parecía de veras condenada a no existir, ellos tocaron a nuestra puerta, no para pedirnos algo, sino para darnos la mano. Es por ello que la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en justa reciprocidad, comparte hoy con la comunidad científica de Cuba el disfrute de esta sala, con la seguridad de que tenemos mucho que decirnos los unos a los otros.Esto no es nuevo: Saint-John Perse, en su espléndido discurso del Premio Nobel, demostró hasta qué punto son comunes las fuentes y los métodos de las ciencias y las artes. Como ustedes ven, para no estar aquí, no es poco lo que he podido decirles. Ojalá que esto me anime a traer de nuevo mis muebles, mis libros, mis cuentos, y que la Ley de Torricelli nos hiciera el favor de permitirnos traer de alguna parte otras primeras piedras para muchas obras como ésta.

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