Los elogios que el escritor colombiano hizo a los Premios Óscar de 1954.
El 25 de marzo de 1954 se celebró la vigésima sexta entrega de los Premios Óscar. Sobre el escenario de un recinto histórico, el RKO Pantages Theatre de Hollywood, Audrey Hepburn recibió la estatuilla a mejor actriz (por su papel en Roman Holiday), William Holden fue reconocido como mejor actor (por Stalag 17) y From Here to Eternity se llevó el premio a la mejor película. Para Gabriel García Márquez, que en ese momento se desempeñaba como periodista y crítico de cine en el diario El Espectador, el veredicto del jurado fue apropiado y justo. Tanta fue su satisfacción con los ganadores que, al día siguiente, publicó un artículo donde afirmaba que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas había recuperado el buen gusto por el llamado séptimo arte.
El texto se titulaba “Los Oscar de 1953” (no de 1954, pues a su juicio se juzgaban las películas del año anterior) y allí el escritor colombiano describió a la joven Hepburn como una mujer “sutil y casi alada” que actuaba con “modales naturales y suaves, como una real actriz”, algo muy distinto a lo que ofrecían en la pantalla grande Marilyn Monroe, Jane Russel y Ava Gardner (esta última también había sido nominada para los premios de ese año por su papel en Mogambo).
Sobre William Holden -que le ganó la batalla a Marlon Brando (Julio César) y a Burt Lancaster (From Here to Eternity)- dijo que era “todo un actor” aunque no figurara en “la legión de astros consagrados” y sobre la mejor película, From Here to Eternity -cuyo director, Fred Zinnemann, también recibió la estatuilla a mejor director-, comentó que se trataba de un largometraje sencillo que se alejaba de los experimentos ópticos y ociosos de los filmes de aquellos tiempos para recuperar la senda de la calidad cinematográfica.
En el Centro Gabo hemos recuperado esta reseña crítica que García Márquez hizo de los Premios Óscar de 1954. La compartimos contigo:
Marilyn Monroe, Ava Gardner, Jane Russell y todas sus compañeras sofisticadas y ondulantes en la explotación comercial de medidas anatómicas deben estar hoy un tanto afligidas. Porque Hollywood, que ha tenido en ocasiones desaciertos, en esta vez ha vuelto por los fueros del buen gusto. La concesión de los Oscar en 1953 representa, sin duda ninguna, un afortunado movimiento hacia la justicia en la entrega de los más codiciados trofeos de la industria cinematográfica. En primer término se ha seleccionado como la mejor actriz del año pasado a Audrey Hepburn, una joven actriz belga, educada en Inglaterra, y que hizo recientemente su primera película para los Estados Unidos. Roman Holiday -cuyo título en castellano es La princesa que quería viviry que coincidencialmente podrá a ser apreciada en estos días por el público bogotano- puede no ser una película grandiosa -léase «superproducción»-, ni espectacular, ni complicada, pero es una comedia llena de gracia y de fineza, que se sale por muchos aspectos de los trajinados moldes hollywoodenses y permite adivinar algo de la vida de una princesita contemporánea. En ella, al lado de Gregory Peck, Audrey Hepburn, sutil y casi alada, una imagen de encanto sin afectaciones de taller, actúa con modales naturales y suaves, como una real actriz. La linda intérprete de Gigi, de Colette, en las tablas neoyorquinas, se impuso victoriosamente sobre sus rivales veteranas de Hollywood. Y la meca del cine se ha inclinado favorablemente ante esta adorable figura europea, mostrando, antes que todo, imparcialidad, y luego, que el arte es y seguirá siendo siempre el elemento más valioso de la pantalla.
El mejor actor del año fue William Holden, a quien Bogotá acaba de apreciar -o tal vez no lo ha apreciado lo suficiente- en Stalag 17o Infierno en la tierra. No figura tampoco entre la legión de «astros consagrados», pero es todo un actor. Y, como la película del año, el Oscar fue para De aquí a la eternidad, de la Columbia Pictures. El buen gusto, como antes dijimos, estuvo presente y el premio fue para una cinta sin trucos, que no representa ninguna de las «revoluciones» de los últimos tiempos, como no sea la de que trata de orientar al cine por los caminos de la buena calidad.
La Paramount Pictures, productora de las películas en que actúan Audrey y William Holden, y la Columbia, realizadora de la mejor película del año, deben estar plenamente satisfechas. Mientras que otros se dedicaban a experimentos ópticos y a innovaciones en las pantallas, estas dos firmas comprendieron que lo que alejaba a las gentes de los cines no era la falta de anteojos de polaroid, o de lentes ultramodernos, sino el descenso en la calidad del cine. El arte y el buen gusto han triunfado, y éste es el significado de los Oscar de 1953.
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