Antropofagia y García Márquez
Lectura

Lo que García Márquez pensaba de la antropofagia y el canibalismo

Tres textos del escritor colombiano sobre el hábito de consumir carne humana.

Redacción Centro Gabo

Siendo muy joven, Gabriel García Márquez se declaró partidario de la antropofagia. El escritor colombiano consideraba –con algo de broma e ironía– que comer carne humana era un acto refinado cuando se mezclaba con una buena intuición estética y una vocación espiritual.

En su obra literaria, el antropófago más conocido quizá sea Aureliano Babilonia, el penúltimo de la estirpe de los Buendía en Cien años de soledad, aunque jamás se le vio probar un bocado de sus congéneres. Para este caso, el apelativo “antropófago” provenía del aspecto que tenía el personaje durante su infancia, cuando andaba por los pasillos de la casa “desnudo y con los pelos enmarañados y con un impresionante sexo de moco de pavo, como si no fuera una criatura humana sino la definición enciclopédica de un antropófago”. Amaranta Úrsula, su tía y amante, lo llama cariñosamente “mi adorado antropófago”.

Las reflexiones sobre la antropofagia y el canibalismo, sin embargo, trascienden esta anécdota de la novela. La mayoría se encuentra en las columnas (denominadas Jirafas) que el escritor publicó en Barranquilla a principios de la década de los cincuenta del siglo XX.

En el  Centro Gabo las compartimos contigo:

 

1. Posibilidades de la antropofagia

 

La inminencia de la antropofagia en los tiempos modernos. Se trata del primer artículo que García Márquez escribió sobre este asunto. Lo hizo bajo el seudónimo de “Septimus” (en homenaje a Septimus Warren Smith, el personaje de Virginia Woolf) y lo publicó en El Heraldo el 16 de noviembre de 1950. Según el joven columnista, el hábito de comer carne humana sería inaugurado por los caricaturistas ingleses e iniciaría “una nueva filosofía” que impactaría en todas las artes.

 

No es exagerado pensar que los hombres de hoy debemos estar preparados para la posible eventualidad de la antropofagia. Después de las cosas que se están viendo, no sería extraño que un día de éstos, agotadas todas las existencias de víveres, se regularice el expendio de mortales sacrificios.

     Siempre he tenido la impresión de que la carne humana, antes de ser el plato predilecto de los pueblos primitivos, lo es y de manera especial de los refinados. Después de haber cumplido con todas las experiencias alimenticias, desde la desabrida dieta vegetariana hasta el suculento hartazgo de la gastronomía desorganizada, es apenas humano que se sientan incontrolables deseos de preparar un grueso bistec con los órganos más tiernos de una vecina adolescente.

     Los caricaturistas ingleses manifiestan especial preferencia por los chistes protagonizados por caníbales, quienes siempre tienen algún comentario que hacer mientras en la olla central hierve paciente y descuartizadamente un misionero o un explorador. Los caricaturistas ingleses podrían ser quienes dieran los primeros el paso inicial hacia el inevitable tránsito de la antropofagia. Ellos, que tantos aspectos humorísticos han encontrado en la ceremonia de preparación de un guiso a base de cazador de tigres, no podrían negar que en sus largas noches de insomnio, mientras le dan vuelta a la próxima caricatura, han sentido en el paladar la urgencia de esa carne de sabor desconocido, pero seguramente tentador que prácticamente ha sido el alimento que ha garantizado el éxito y la subsistencia de sus personajes.

     (…)

     La antropofagia daría origen a un nuevo concepto de la vida. Sería el principio de una nueva filosofía, de un nuevo y fecundo rumbo de las artes, muchos de cuyos cultivadores no vacilarían en componer la gran sinfonía de la infanta sacrificada en un banquete político o el cuadro, hermoso y conmovedor, del mancebo conducido al matadero por una doble hilera de caballeros bien alimentados.

     Todo esto puede no ser más que una pesadilla. Pero no puede negarse que como perspectiva, es una de las costumbres humanas cuya cercanía ya se siente con paso de animal grande.

 

2. Caníbales y antropófagos

 

No es lo mismo practicar el canibalismo que la antropofagia. En esta columna publicada en El Heraldo el 2 de febrero de 1951, García Márquez explicó que los caníbales eran seres retardatarios que se alimentaban de la carne humana sin ninguna consideración estética, mientras que los antropófagos eran personas refinadas que hacían del cuerpo de sus congéneres una herramienta para su formación espiritual.

“Soy partidario de la antropofagia”, declaró Gabo en su texto y elogió el caso de un profesor de arte moderno que homenajeó a su esposa fallecida alimentándose de su cuerpo, previamente cocinado en el horno.

 

Confieso que cada vez que leo una noticia relativa a casos de antropofagia, me siento un poco más optimista sobre el futuro de la humanidad. Siempre he considerado que la antropofagia es un síntoma de refinamiento, al que sólo puede llegarse después de un depurado y concienzudo proceso de formación espiritual. El día que exista un monasterio donde los novicios, al tiempo que cultivan el alma para Dios, cultiven el cuerpo para la mesa de sus sobrevivientes, se habrá llegado a un extremo de compenetración con la naturaleza que no tendría nada de extraño que, todos los días, los monjes tuviera la satisfacción de haber digerido a un santo.

     La carne humana –la más fina de todas– está siendo objeto del más inaceptable despilfarro. Pues resulta inexplicable que tanta substancia de Dios vaya a desmenuzarse en la saludable arcilla de los cementerios, mientras la humanidad les saca serrín a sus sesos para inventar nuevos y cada vez más difíciles medios de subsistencia

     Debo aclarar que soy partidario de la antropofagia. En ningún caso del canibalismo. Nada resulta tan repugnante, tan primitivo y bárbaro como el canibalismo, o sea, la antropofagia practicada sin ninguna consideración estética, por simple apetito, por puro y detestable instinto de conservación. Afortunadamente, el canibalismo ha sido desterrado de los pueblos civilizados y se ha dado con ello un paso decisivo y salvador hacia la antropofagia pura, ejercida con un nobilísimo sentido de la perfección.

 

3. Memorias de un aprendiz de antropófago

 

El 9 de febrero de 1951, siete días después de su nota sobre caníbales y antropófagos, García Márquez publicó en El Heraldo este artículo en el que reafirmaba su posición sobre la dignidad estética de la antropofagia y se defendía de las acusaciones que un colega había hecho en contra suya un par de días antes –le llamó fascista– a causa de su predilección por la carne humana.

Gabo organizó su texto en doce breves apartes, todos ellos numerados.

 

1. Un conocido escritor colombiano –viejo y querido amigo mío– publicó una nota relacionada con algo que se dijo en esta sección acerca de la antropofagia.

     (…)

     3. He dicho: “Soy partidario de la antropofagia”. Y desde cuando lo dije no he cambiado de opinión: la persona humana es un animal más higiénico que todos los que se distribuyen en el mercado público. Prefiero un buen bistec preparado con la pantorrilla de la vecina que usa blue jeans y zapatos de playa, que un guiso preparado con la carne de vaca más apetitosa.

     (…)

     5. Se ha dicho que soy fascista por haber afirmado que soy partidario de la antropofagia. También he dicho que soy partidario de los baños de asiento y nadie ha dicho por eso que soy budista.

     6. Ignoraba que los fascistas fueran antropófagos. Mi amigo, que sabe mucho de esto, lo acaba de afirmar y ello me proporciona un saludable optimismo por el futuro del mundo. Es posible que la antropofagia sea un buen principio para que los fascistas rectifiquen sus tortuosas ideas políticas.

     (…)

     8. He dicho que la carne humana –la más fina de todas– está siendo objeto del más inaceptable despilfarro. Otra prueba de que no soy fascista: nadie despilfarró en la última guerra tanta carne humana como los partidarios de Hitler y Mussolini.

     9. Mi amigo y detractor cordial se considera radicalmente diferenciado de mis ideas estéticas, porque soy partidario de algo que él llama “decadentismo moderno”. Como mis autores favoritos, por el momento, son Faulkner, Kafka y Virginia Woolf y mi máxima aspiración es llegar a escribir como ellos, supongo que es eso lo que el escritor de quien me ocupo llama “decadentismo moderno”. Los autores favoritos de mi amigo y detractor son Ciro Alegría y todos los tratadistas del marxismo. Supongo, lógicamente, que su máxima aspiración es llegar a escribir como ellos.

     (…)

     11. La seriedad es mucho más indigesta que la carne humana. En última instancia, por instinto de conservación, es más prudente alimentarse de carne humana que de trascendentalismo.

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