La lista completa de las personas que fueron al entierro de la última soberana del reino de Macondo.
Hacia finales de 1959, en Bogotá, el escritor colombiano Gabriel García Márquez escribió “Los funerales de la Mamá Grande”. Este cuento -que no sería publicado hasta 1962- relata la historia de María del Rosario Castañeda y Montero, mejor conocida como la Mamá Grande, una matriarca absoluta del reino de Macondo que vivió 92 años y a cuyos funerales asistieron todas las personalidades y símbolos concebibles de la época.
Con la Mamá Grande, Gabo construyó un personaje que se anticipó a la figura despótica del dictador en su novela El otoño del patriarca. En vida, la Mamá Grande fue propietaria de miles de hectáreas de tierra y dueña de un “patrimonio invisible” que comprendía los colores de la bandera, los derechos del hombre, los discursos trascendentales, el orden jurídico y la moral cristiana. Cuando murió su entierro congregó a muchedumbres, grupos de personas que ejercían los más diversos oficios y a representantes de varias instituciones hegemónicas del Estado y la Iglesia.
De modo que podría decirse que a los funerales de la Mamá Grande asistió todo un país personificado a escala en cada uno de los seres que llegaron a Macondo a ver el féretro de su matriarca.
Compartimos contigo una lista completa con todos los personajes pintorescos que fueron a despedirse (y a comprobar la muerte) de la última soberana del reino de Macondo:
En el cuento es descrito como un viejo calvo y rechoncho que decretó nueve días de duelo nacional por la muerte de la Mamá Grande y le rindió honores póstumos en la categoría de “heroína muerta por la patria en el campo de batalla”.
La muerte de la Mamá Grande llegó hasta las habitaciones de Castel Gandolfo, en donde el Papa pasaba el verano. De ahí salió para Macondo a presenciar el entierro y vivió por primera vez “la fiebre de la vigilia y el tormento de los zancudos”.
En el “patrimonio invisible” de la Mamá Grande se encontraban todas las reinas nacionales, por eso no fue extraño que asistieran la reina universal, la reina del mango de hilacha, la reina de la auyama verde, la reina del guineo manzano, la reina de la yuca harinosa, la reina de la guayaba perulera, la reina del coco de agua, la reina del fríjol de cabecita negra y la reina de 426 kilómetros de sartales de huevos de iguana.
Estos viejos militares de guerra se sobrepusieron al rencor que le tenían a la Mamá Grande y fueron a los funerales para solicitarle al presidente de la República el pago de las pensiones de guerra que les debían desde hacía sesenta años. A la cabeza iba el duque de Marlborough.
A los funerales de la Mamá Grande y su extenuante vigilia asistieron grupos representativos de la región que estaban bajo el dominio de la soberana de Macondo. En el entierro se vio a los Gaiteros de San Jacinto, bananeros de Aracataca, hechiceros de la Sierpe, contrabandistas de la Guajira, arroceros del Sinú, prostitutas de Guacamayal, lavanderas de San Jorge, pescadores de perla del Cabo de la Vela, atarrayeros de Ciénaga, camaroneros de Tasajera, brujos de la Mojana, salineros de Manaure, acordeoneros de Valledupar, chalanes de Ayapel, papayeros de San Pelayo, improvisadores de las sabanas de Bolívar, camajanes de Rebolo, bogas del Magdalena y tinterillos de Mompox.
Acompañando al Sumo Pontífice iban los cardenales. En su viaje a Macondo se impresionaron por la bullaranga de los monos alborotados por las muchedumbres.
El día de la muerte de la Mamá Grande congestionaron las calles con sus ventas de masato, bollos, morcillas, chicharrones, empanadas, butifarras, caribañolas, pandeyuca, almojábanas, buñuelos, arepuelas, hojaldres, longanizas, mondongos, cocadas y guarapo.
Senil y a punto de cumplir los cien años, el padre Antonio Isabel fue quien le dio la extremaunción a la Mamá Grande. Se necesitaron diez hombres para subirlo hasta la habitación de la matriarca.
Eran los “doctores de la ley” y “alquimistas del derecho”, prolijos en hermenéuticas y silogismos para justificar el viaje del presidente al funeral de la Mamá Grande. Al final, ellos también asistieron.
Fueron los que divulgaron la muerte de la Mamá Grande por toda la hacienda. Mientras esperaban el suspiro final de la matriarca, dormían amontonados en sacos de sal y útiles de labranza.
Permaneció al lado de la Mamá Grande mientras moría, entreteniéndola con cataplasmas de mostaza y calcetines de lana. Era el médico hereditario de la familia y el único de Macondo por orden de la matriarca.
La sobrina menor de la Mamá Grande que renunció a su herencia en favor de la Iglesia. Al morir, su tía le dejó un anillo con el Diamante Mayor.
Procedentes de Barranquilla, Gabo hace lleva a la ficción de “Los funerales de la Mamá Grande” a sus amigos de La Cueva: Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas.
En las calles congestionadas por las fritangas también figuraban estos hombres con culebras enrolladas en el cuello que pregonaban “el bálsamo definitivo para curar la erisipela y asegurar la vida eterna”.
Antes de morir, con el padre Antonio Isabel y el médico como testigos, la Mamá Grande le dictó al notario la lista de sus propiedades en las que incluía un patrimonio físico conformado por hectáreas de tierra y otro “patrimonio invisible” en donde la soberana del reino de Macondo era dueña de la soberanía nacional, las libertades ciudadanas, la segunda instancia, las constancias históricas, las grandiosas manifestaciones, el peligro comunista y los mensajes de adhesión.
Sus herederos universales. Ellos velaron el lecho y desmontaron la casa de la Mamá Grande cuando los funerales se terminaron.
Siempre al lado del presidente de la República, los ministros acabaron acompañándolo a la Costa para despedir a la Mamá Grande. A ellos se les sumaron los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, los jueces del Consejo de Estado, representantes de los partidos políticos tradicionales (Liberal y Conservador), de la banca, del comercio y de la industria.
Ellos fueron los últimos. Barrieron la interminable basura que dejaron los funerales de la Mamá Grande; seguirán barriéndola “por todos los siglos de los siglos”.
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