Una antología de los mejores discursos del escritor colombiano disponibles en el Centro Gabo.
Entre 2009 y 2010, poco antes de la publicación de su libro Yo no vengo a decir un discurso, Gabriel García Márquez le confesó a su editor Cristóbal Pera que en la lectura de todos sus discursos era posible descubrir su evolución como escritor. Desde el primer discurso que dio en 1944 en la ceremonia de grado del Liceo de Varones de Zipaquirá, hasta el último que leyó sesenta y tres años después en el IV Congreso Internacional de la Lengua realizado en Cartagena, Gabo fue confeccionando una obra independiente de su ficción y sus reportajes que poseía la curiosa cualidad de que había sido escrita especialmente para ser leída en público.
Muchos de estos discursos, pronunciados en su mayoría en países de América Latina, son piezas narrativas de alto nivel crítico en las que el autor reflexionó e imprimió su sello personal a temáticas relacionadas con la literatura, el oficio periodístico, la paz mundial, el valor de la amistad y la autonomía sociopolítica de los países latinoamericanos.
Compartimos contigo diez de los mejores discursos del escritor colombiano que puedes leer o escuchar en la sección Gabo Habla del Centro Gabo:
Con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura, “La soledad de América Latina” fue leído por primera vez el 8 diciembre de 1982 en la Casa de Conciertos de Estocolmo, Suecia. Constituyó una defensa a la autonomía de Latinoamérica para llevar a cabo sus propias revoluciones culturales sin la intromisión nociva de otras naciones más desarrolladas. En este discurso García Márquez destaca el aura mágica y absurda que adquiere la realidad en el continente y pide que a los latinoamericanos se les deje recorrer en paz su propia senda política.
América latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de un cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? (Ver discurso)
Se trata de un breve discurso que García Márquez pronunció el 10 de diciembre de 1982 durante el banquete del Premio Nobel celebrado en la Sala Azul del Ayuntamiento de Estocolmo. Fue escrito a cuatro manos con su compatriota Álvaro Mutis y consiste en un reconocimiento de la poesía como un componente esencial en la narrativa del escritor colombiano.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora evidencia de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. (Ver discurso)
“El mejor oficio del mundo” está considerado como un manifiesto sobre la ética y las claves del oficio del periodista. El discurso inauguró la LII Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa realizada el 7 de octubre de 1996 en Los Ángeles, Estados Unidos. Allí Gabo habló sobre la naturaleza de la noticia, el reportaje, los postulados éticos del oficio y el peligro de sacralizar las primicias. Sin duda alguna este es un texto que todo estudiante de periodismo y comunicación social debería leer.
…El periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente. (Ver discurso)
Ante la amenaza de una guerra nuclear que acabara con toda la vida en el planeta, el escritor colombiano escribió este discurso que leyó en Ixtapa, México, el 6 de agosto de 1986 en la II Reunión Cumbre del Grupo de los Seis conformado por Argentina, México, Tanzania, Grecia, India y Suecia. Una pieza textual antibélica que recuerda los gastos desproporcionados de la carrera armamentística de las potencias mundiales y hace un fuerte llamado de atención a los dirigentes políticos para evitar el apocalipsis atómico.
…Propongo que hagamos ahora y aquí el compromiso de concebir y fabricar un arca de la memoria, capaz de sobrevivir al diluvio atómico. Una botella de náufragos siderales arrojada a los océanos del tiempo, para que la nueva humanidad de entonces sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quiénes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del Universo. (Ver discurso)
El 3 de mayo de 1970 en el Ateneo de Caracas, Venezuela, García Márquez relató la historia de sus primeros cuentos publicados en el periódico El Espectador y cómo fue empujado por la vida a convertirse en escritor. Es también un discurso célebre porque en él se incluye la narración de un cuento de Gabo titulado “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”.
…El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. (Ver discurso)
El discurso que García Márquez dedicó a los militares. Fue pronunciado el 12 de abril de 1996 en Bogotá durante la inauguración de la Cátedra de Colombia impulsada por las Fuerzas Militares. El escritor colombiano explica allí sus encuentros y desencuentros con los militares a lo largo de su vida y reflexiona en torno a las costumbres y normas que imperan en el ámbito castrense.
Era imposible no pensar en conclusión que tenían una naturaleza distinta. Por lo general, los hijos de los militares son militares, viven en sus barrios propios, se reúnen en sus casinos y en sus clubes, y sus mundos transcurren de puertas para dentro. No era fácil encontrarlos en los cafés, raras veces en el cine, y tenían un halo misterioso que permitía reconocerlos aunque estuvieran de civil. El mismo carácter de su oficio los ha vuelto nómades, y esto les ha dado la oportunidad de conocer al país hasta en sus últimos rincones, por dentro y por fuera, como ningún otro compatriota, pero por su propia voluntad no tienen el derecho de votar. Por un deber elemental de buena educación he aprendido infinidad de veces a reconocer sus insignias para no equivocarme al saludarlos, y más he demorado en aprenderlo que en olvidarlo. (Ver discurso)
“Jubilemos la ortografía” propuso García Márquez en este discurso, leído por primera vez el 7 de abril de 1997 en Zacatecas, México, durante la inauguración del I Congreso Internacional de la Lengua Española. La propuesta, como era de esperarse, levantó una polémica entre académicos y hablantes de lengua castellana.
Me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. (Ver discurso)
El último discurso que dio Gabo. Fue pronunciado el 26 de marzo de 2007 en Cartagena, Colombia, durante la apertura del IV Congreso Internacional de la Lengua Española que le rendía ese año un homenaje al escritor colombiano y celebraba los 40 años de la primera edición de Cien años de soledad. En su discurso, García Márquez evocó los meses de escasez material y emoción literaria en los que escribió la novela de la familia Buendía.
A mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté ante la máquina de escribir y empecé: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. No tenía la menor idea del significado ni del origen de esa frase ni hacia dónde debía conducirme. Lo que hoy sé es que no dejé de escribir ni un solo día durante 18 meses, hasta que terminé el libro. (Ver discurso)
García Márquez escribió estas palabras una semana después del fallecimiento del escritor argentino Julio Cortázar y las publicó en el diario El País el 22 de febrero de 1984. Posteriormente, el texto sería transformado en discurso y sería leído el 12 de febrero de 1994 en conmemoración del autor de Rayuela. Aquí Gabo reconstruye su visión personal de Cortázar y algunos momentos que vivieron juntos.
A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortázar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez apenas creíbles, que culminó con las primeras luces en una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órgano de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas. Ni Carlos Fuentes ni yo olvidaríamos jamás el asombro de aquella noche irrepetible. (Ver discurso)
Gabriel García Márquez preparó este discurso para el cumpleaños número setenta del poeta colombiano Álvaro Mutis. Junto con el discurso dedicado a Cortázar y otro al expresidente Belisario Betancur, “Mi amigo Mutis” conforma el grupo de textos que enaltecen los lazos de amistad que conservó Gabo a través del tiempo. Fue leído en la Casa de Nariño el 25 de agosto de 1993 y contiene datos de interés biográfico, así como cavilaciones críticas en torno a la poesía de Mutis.
…La obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos. (Ver discurso)
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