Seis reseñas cinematográficas del escritor colombiano sobre algunas películas protagonizadas por Gina Lollobrigida.
Como muchas otras personalidades de la industria del cine, Gina Lollobrigida (1927-2023) capturó la atención de Gabriel García Márquez. Tanto fue así que a fines de 1955, siendo corresponsal del diario El Espectador en Europa, el escritor colombiano le dedicó varios artículos. En un de ellos, titulado “Gina, un símbolo nacional”, definió a la actriz como la mujer italiana ideal. “Gina es en realidad un símbolo nacional y su prestigio está patrióticamente confundido con el prestigio internacional de Italia”, escribió.
García Márquez admiraba la belleza física de Lollobrigida y el impacto que su presencia generaba en todas las multitudes cinéfilas del mundo. Sentía por ella un interés que no sólo se circunscribía al ámbito cinematográfico, sino que también se centraba en la cultura popular y la farándula. De ahí que escribiera diversos reportajes sobre la rivalidad entre Lollobrigida y Sophia Loren, una rivalidad construida con chismes y estrategias de mercadotecnia que los medios de aquella década, en un afán por comparar escotes y proporciones, denominaron “la guerra de las medidas”.
Sin embargo, las opiniones de García Márquez en torno a Lollobrigida no siempre fueron elogiosas y se limitaron a las historias que sobre ella circulaban en los tabloides y las secciones de entretenimiento. Durante su período como crítico de cine en El Espectador -desde el 27 de febrero de 1954 hasta el 9 de julio de 1955-, García Márquez redactó seis reseñas críticas sobre las películas protagonizadas por Lollobrigida que se proyectaban en los teatros de Bogotá. Su juicio sobre la actriz podía variar dependiendo de la calidad del filme. Por ejemplo, en Campane a martello (traducida en Colombia como Dos mujeres), la describe como “un poco fría y descolorida”, acaso por “el carácter de su papel”. No obstante, en Altri tempi – Zibaldone n.1 (presentada en las marquesinas del país como Otros tiempos), afirmó que era “una actriz excelente, sobria, inteligente, espontánea, sin sacrificio alguno de sus atractivos”.
En el Centro Gabo hemos recopilado estas reseñas cinematográficas escritas por García Márquez sobre seis largometrajes en los que participó Gina Lollobrigida: Campane a martello, Altri tempi – Zibaldone n.1, Il maestro di Don Giovanni, La provinciale y Le grand jeu. Las compartimos contigo:
Una atractiva muchacha, dedicada al próspero negocio del amor con los soldados norteamericanos en Roma, consigue ahorrar un millón de liras que no deposita en un banco sino que lo envía al párroco de su pueblo, la única persona que le merece confianza. Ella -Gina Lollobrigida- y su amiga íntima -Yvonne Sanson- viajan después de cierto tiempo a la aldea en busca del dinero y allí se encuentran con que el viejo párroco ha muerto, y el nuevo ha confundido los ahorros de la muchacha con donaciones para el asilo de huérfanos. Ese es el cuento centra de Dos mujeres, una encantadora película de Luigi Zampa, en la que lo mejor no es sin embargo la aventura de las muchachas sino el análisis de la vida y los habitantes de la aldea, un análisis hecho con tanta gracia y tanta comprensión que recuerdo mucho el clima creado por Berlanga en Bienvenido, Mr. Marshall, y por Pagnol-Boyer en El premio a la virtud. En esa línea, aunque sin los méritos extraordinarios de la producción española, se encuentra esta película que es, esencialmente, una penetración, alegre, humana y tierna en ocasiones, en la vida íntima de una pintoresca aldea mediterránea.
Son, otra vez, el cura, el alcalde, el boticario, el sargento de policía y el pequeño mundo de las beatas, tratados en un tono humorístico, pero en ningún caso caricaturesco, con mucha comprensión y apreciable calor humano.
Tal vez por el carácter de su papel, Gina Lollobrigida aparece un poco fría y descolorida, al lado de una Yvonne Sanson que habría podido llevarse todas las palmas de no haber sido un cierto recargo de artificio en su actuación. En cambio el alcalde, el cura, la mujer que cuida a los huérfanos -psicológicamente muy bien lograda- son personajes de carne y hueso, enredados en esa conocida maraña de rencillas políticas e inofensiva mezquindad cotidiana propia de todos los pueblos pequeños.
La comparación del alcalde preocupado, con Napoleón absorto después de la derrota, es un detalle de excelente y fino humor, logrado en un limpio y delicioso idioma cinematográfico. No hay fraseología ni en los diálogos ni en la descripción vidual del ambiente. Probablemente sólo hizo falta un poco de mayor rigor en la organización del guion y en el tratamiento de algunas escenas en las que se presiente al fondo el aleteo del melodrama, para que Dos mujeres hubiera sido una creación extraordinaria. Pero es agradable, rápida, digna y, sobre todo, está realizada con audacia en el tratamiento del tema y con una meritoria valentía en la manera de afrontar detalles de la vida corriente que habrían podido saber a cursilería.
El italiano Alejandro Blasetti reconstruye con encantadora maestría varios episodios del pasado: uno picaresco, otro sencillamente cómico, otro satírico, otro graciosamente nostálgico y otro trágico, puramente teatral, con base en una pieza de Pirandello. Nuestras informaciones indican que en l acopia que se proyecta en la ciudad hace falta una secuencia: El tamborero.
Otros tiempos continúa la línea de las películas de episodios, del tipo de las basadas en cuentos de Somerset Maugham; de la inolvidable Al morir la noche, inglesa y con la eficaz colaboración del brasileño Cavalcanti; y de las recientes italianas: Nosotras las mujeres y Tres historias prohibidas. A diferencia de aquellas, Otros tiempos ha sido realizada por un solo director -el mismo de Primera comunión, inolvidable- y esa circunstancia ha proporcionado al film una unidad que era difícil de conseguir dentro de la variedad estilística de los diferentes episodios. En general, la película es encantadora. Como realización es excelente y en cada momento se advierte la mano maestra de un conductor inteligente, espontáneo, seguro de sus propósitos.
Gina Lollobrigida, que intempestivamente ha saltado al primer plano del interés general, desempeña en esta película un papel magistral. Eso es una revelación, pues aparte de sus conocidos y protuberantes atractivos físicos, su prestigio no reposaba en un par de bases diferentes, ni siquiera cuando fue conducida por René Clair, quien evidentemente en Beldades nocturnas la utilizó como un simple animal decorativo. En Otros tiempos, organizada su actuación por un director que parece conocerla muy bien, Gina Lollobrigida es una actriz excelente, sobria, inteligente, espontánea, sin sacrificio alguno de sus atractivos. Vittorio de Sica, en cambio, en su interpretación de un descolorido y atolondrado abogado de Nápoles, revela una honrosa deficiencia: su rostro es demasiado lúcido, demasiado inteligente para un papel como el que se le ha encomendado y que De Sica no toma en serio en ningún momento, porque no hace otra cosa que burlarse magistralmente de su personaje.
Errol Flynn se está gastando el dinero ganado en una larga trayectoria profesional, en películas que parecen hechas exclusivamente para reivindicar su antiguo prestigio de espadachín. Una de ellas es Espadas cruzadas, realizada en Italia, con el anzuelo de una Gina Lollobrigida agobiadoramente vestida a la moda medieval, que es una Gina Lollobrigida sin ningún atractivo a la vista.
Errol Flynn se está cargando su dinero, al parecer no exactamente para ganar más dinero sino para no perder demasiado pronto su nombre de conquistador. De manera que él es el centro de la acción, en su papel de apuesto espadachín perseguido por las mujeres. Es el narcisismo del climaterio. Y la película realizada con base en esa preocupación es un cuento largo y estúpido, mejor contado ya una docena de veces, en el que lo único que parece virginal es el personaje que persigue al conquistador para hacerle oír la lectura del decreto que amenaza su soltería.
Como ocurre con todas las películas realizadas por un equipo de técnicos norteamericanos, la técnica de Espadas cruzadas es intachable. El color es original, pero aplicado sin ningún criterio estético. Y la acción absolutamente insustancial, demasiado recargada; y la fotografía, de tarjeta de Navidad, y la dirección enteramente impersonal. En resumen: un entretenimiento para débiles mentales.
El fecundo y desigual Christian Jacque ha sacado un formidable partido al legendario aventurero francés que -como muy acertadamente lo advierte Time- es una mezcla de Rob Roy y Robin Hood. Es imposible saber a qué atenerse con Christian Jacque, a quien a veces le salen mal películas que habrían podido ser buenas, y viceversa. Esta es, sin embargo, una buena película, muy bien realizada, con un realismo convincente y encantador. Especialmente la secuencia de la captura del estado mayor es un episodio inolvidable. Y la comedia es en general divertida, rápida, sin astracán, sin vana espectacularidad en la cual se confirman el formidable talento de Gérard Philipe, la tridimensionalidad de Gina Lollobrigida, y la desigualdad de Christian Jacque, autor de Legionario a la fuerza, que es precisamente el reverso de Fanfan la Tulipe.
Con base en una novela de su compatriota Alberto Moravia, el director italiano Mario Soldati ha hecho una película correcta, una de esas películas intachables desde el punto de vista técnico, pero demasiado normales en su contenido. En esas circunstancias, el juicio está casi siempre condicionado al gusto personal del espectador. En nuestro caso particular, La adúltera tiene la desventaja de ser un cuento muy conocido desde diferentes ángulos, un poco convencional, contado en una prosa hábil pero innecesariamente explicativa. El personaje interpretado por Gina Lollobrigida se parece curiosamente a la propia actriz, en un grado que permite pensar que el director se limitó a acomodar las tendencias naturales de la intérprete al personaje, ante la imposibilidad de que ella tomara posesión de su papel. No es extraño esto en el caso de Gina Lollobrigida, una actriz que ha hecho su carrera sobre los inquietantes carriles de sus atractivos físicos, y de quien directores tan diferentes y notables como René Clair y Alejandro Blasetti no han podido sacar un partido distinto del puramente ornamental.
El film está contado a través del personaje de Gina Lollobrigida. Pero en última instancia, y desde el primer momento, el personaje más interesante y al mismo tiempo el mejor analizado e interpretado es el profesor, abnegado esposo de una esposa que está muy lejos de participar de los atributos de su marido. Gabriel Ferzetti, el intérprete, se ha hecho cargo de su papel en una forma admirable, y especialmente a su comprensión de un director inteligente y profundamente conocedor de lo que tiene entre manos, se debió la calidad, la fuerza dramática, la autenticidad del momento culminante del film: la escena en que el profesor penetra en la alcoba de la hija de su pensionista. Esta sola escena habría podido salvar a La adúltera de la mediocridad, si no fuera porque además la salvan el estilo reposado y seguro, tan seguro con la fotografía tranquila y expresiva de Aldo Tonti.
Entre la insoportable producción italiana que nos ha venido en los últimos meses, La adúltera es una película notable. Nada extraordinario, nada diferente, nada inolvidable, pero de todos modos con mucho de buen cine y especialmente con una honestidad en el guion y la dirección que no pueden pasar inadvertidos en nuestro infinito festival de cine puramente mercantil. Si a alguien se debe atribuir el hecho de que a pesar de todo la historia de La adúltera sea una historia sin interés, tiene que ser a Alberto Moravia, que no ha hecho otra cosa que presentar un aspecto diferente de la psicología de su famosa La romana. Si alguien tiene todavía interés en esa clase de conflictos pasionales, encontrará numerosos motivos para sentirse satisfecho con La adúltera.
El gran juego, una realización de Robert Siodmack -el gran director de Los asesinos-, es la misma película hecha en 1930 por Jacques Feyder, con un guion de Charles Spaak. Con base en ese mismo guion, Siodmack ha vuelto a hacer el film, en colores, con Gina Lollobrigida y Jean-Claude Pascal. No conocemos la versión original de Feyder, pero el gran director ha escrito sobre sus propósitos con El gran juego, una página que merece transcribirse para la mejor comprensión de su idea. Dice Feyder en Le cinéma, nôtre métier, un interesante libro escrito en colaboración con su esposa, Françoise Rosey, que en la primera versión de El gran juego desempeñó el papel que correspondió a Arlety en la segunda.
(…)
En realidad, El gran juego de Feyder fue casi esencialmente un experimento técnico. No figura entre sus mejores películas ni se le menciona con mucho entusiasmo en los textos históricos. De allí que no parezca extraño que la nueva versión de Siodmack -que se exhibe actualmente- sea una película bien realizada pero sin nada de particular, y con un cierto tartamudeo no muy convincente en el momento culminante. La dirección es fría, la fotografía desganada aunque con notables aciertos en la utilización del color, y Gina Lollobrigida mejor actriz que de costumbre. Tan bella e inquietante como de costumbre.
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