Entrevista con el poeta y escritor Frank Báez sobre los vínculos entre música, literatura y el peso de la influencia garciamarquiana en las narrativas del Caribe.
Frank Báez (Santo Domingo, 1978) llega a Cartagena con una barba isleña y vistiendo una camisa de cuadros blancos y negros en los que algún diseñador ha estampado pirámides, palmeras y quimeras como si fueran fichas exóticas en un tablero de ajedrez. Bajo la ropa transpira como cualquier otro mortal en los 32 grados de temperatura que nos ofrece el día. Por momentos, interrumpiendo sus propias frases, comenta “Estoy demasiado sudado, ¿verdad?”, para luego responderse a sí mismo: “eso también hace parte del Caribe”.
Báez es, ante todo, poeta. Ha escrito seis poemarios, el último de ellos se titula Este es el futuro que estabas esperando (Seix Barral, 2017). Su trayectoria literaria se diversifica con otro libro de cuentos (Págales tú a los psicoanalistas) y una colección de crónicas (Lo que trajo el mar). En el 2017 fue seleccionado por el jurado del Hay Festival como uno de los mejores escritores menores de 40 años en América Latina. Sin embargo, a él le habría gustado que de vez en cuando le llamaran músico, porque sus versos están para ser cantados, divididos entre la palabra escrita y el ritmo:
Pero bueno, la cuestión es si los poetas y los DJ se pueden conciliar.
Si pueden ser uno,
si es posible escribir con una mano poemas y con la otra pinchar discos,
si se puede ser mitad poeta y mitad DJ
si del ombligo para arriba soy poeta
y del ombligo para abajo soy DJ
o al revés
o quizás que un poeta se convierta
en DJ las noches de luna llena
o quizás estoy exagerando
y en el fondo todo DJ quiere ser poeta
y todo poeta quiere ser DJ
En Báez los vasos comunicantes entre las artes no sólo se conectan, sino que se rompen, de modo que música y literatura acaban siendo dos hermanas siameses que comparten un mismo corazón sin que exista una cirugía que las separe.
Yo no veo tanta diferencia entre la literatura y la música. El lenguaje es prácticamente música, música que se convierte en imagen, lo cual le da un valor agregado. Esa magia que te crea la literatura en la que puedes leer mentalmente un texto y escuchar música y ver imágenes es uno de los grandes inventos de la humanidad. Ni siquiera el cine ha llegado a ese nivel. Yo creo que la música es literatura y viceversa. García Márquez, por ejemplo, decía que Cien años de soledad estaba escrito como un vallenato largo. Pensemos también en la Odisea o la Ilíada que prácticamente son poemas cantados por rapsodas. Finalmente el escritor se convierte en eso y escribe un libro porque es la manera más fácil de crear un recuerdo y de que éste quede en un espacio físico.
Siempre he pensado que un escritor sólo se da cuenta de que sus textos están funcionando cuando los lee en voz alta. Las palabras a veces tienen una función concentrada totalmente en el ritmo, como si fueran notas de una composición. Escribir es un poco como hacer arte más que hacer literatura o hacer música, es un poco como elaborar una cultura. Un escritor tiene que tener un buen oído para escuchar todos esos diálogos que vienen de la calle y poder verterlos en una obra. De manera que entre la literatura y la música hay una relación que, si no existiera, no existiría la literatura ni tampoco la música.
El Caribe es básicamente ritmo, nosotros nos comunicamos cantando. En Santo Domingo la gente habla al nivel de la tambora, parece como si te llevaran una clave. Pedro Enrique Ureña decía que hablábamos en octosílabos que se podían medir en medio de las conversaciones. Eso no está muy alejado de la realidad: nosotros tenemos la respiración que nos va dando el ritmo a medida que vamos hablando, y si nos ponemos a movernos un poquito con lo que vamos diciendo de pronto nos volvemos una orquesta. A mí me parece que en la calle tú te encuentras –por lo menos en el Caribe– a un montón de personas que son orquestas: empiezan a hablarte y es como si cantaran, empiezan a tocarse y es como si fueran instrumentos musicales, después empiezan a moverse y pareciera como si estuvieran danzando. Eso es realmente increíble y también está presente en la literatura. Muchas de las grandes obras literarias del Caribe son canciones y provienen de gente que fue analfabeta y que no tuvo el privilegio de poseer cierta cultura impresa pero que fue capaz de cantar sus historias.
Hace poco estuve en Buenaventura, que no es el Caribe propiamente dicho sino el pacífico, y sentí lo mismo: me paré en el malecón de aquella ciudad y oí a la gente rapeando, cantando y contando sus historias. Caminabas por ahí y era como si estuvieras en una discoteca escuchando historias sobre desplazados, las FARC, polizontes, las vidas de esa gente. Era como si te contaran y te cantaran sus cuentos al mismo tiempo.
Así es. La música y el ritmo se encuentran en el Caribe y más allá, en aquellos sitios donde existen mezclas culturales y están ocurriendo crisis sociales, donde la gente de alguna manera requiere de la música y del arte para poder expresarse. Yo sentí eso en Buenaventura, en el pacífico.
García Márquez fue como una especie de explorador que se atrevió a contar las historias de una región que no habían pasado a la literatura. A partir de técnicas e influencias de diferentes escritores –los grandes maestros– tomó toda esta zona del Caribe y la plasmó en sus textos, abriéndole las puertas a un montón de escritores que vinieron más adelante. Me parece que esa fue una forma de legitimar la labor del escritor que ha sido históricamente tan complicada para nosotros y también una forma de legitimar nuestro propio mundo. “Pinta tu aldea y te harás universal”, esa es una frase atribuida a Tolstoi en la que muchas veces no confiamos porque creemos que si hacemos una historia sobre París o Nueva York, donde hay tantas referencias, nos va a resultar más fácil escribirla. En cambio cuando uno escribe del entorno o del barrio en donde se nació, uno no tiene una referencia de eso y todo se nos complica. Por eso es que los grandes escritores, los grandes exploradores, son los que se atreven a contar lo que nadie ha contado anteriormente, y García Márquez hizo eso.
García Márquez es una especie de escritor que a medida que se va alejando va creciendo más, es como una sombra que todavía nos está cubriendo y que por mucho tiempo hasta llegó a considerarse dañina, ya que salir de su influencia era muy complicado. Pero la única forma de salir de la influencia de García Márquez es comprendiendo realmente lo que hizo, que fue encontrar nuevas formas de contar nuestra realidad. Yo creo que también ese legado está. Tú tienes a García Márquez pero eso no implica que tú vayas a seguir el camino de García Márquez, sino que García Márquez te enseña que tú tienes que buscar tu propio camino, tu propia forma de contar esa realidad, ese entorno tuyo. Eso es lo que enseñan los maestros, esa es la lección que le dejan a los escritores, y lo que le dejan a los lectores es el gozo, la pasión por la vida, porque leer a García Márquez realmente te hace más sabio, vivir la vida con mayor intensidad. A mí me parece que eso es lo mejor que se le puede pedir a un escritor.
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