Redacción Centro Gabo
Mié, 10/16/2019 - 16:05
La infancia de Gabriel García Márquez en Aracataca, Magdalena, estuvo poblada de fantasmas. Eran espectros que salían al encuentro del futuro escritor en las horas más pavorosas de la noche. En la casa de sus abuelos maternos algunas habitaciones tenían sus propias apariciones y se convertían en territorio prohibido para los niños. En el cuarto del hospital, por ejemplo, penaba el alma de la tía Petra –muerta cuando Gabriel tenía dos años– y se aparecía cantando romanzas tristes inventadas por ella misma.
Otro fantasma con el que García Márquez convivió fue el de un niño que mataron de un tiro en una cantina del pueblo por derramarle el trago a un forastero. El coronel Nicolás Márquez siempre le recordaba ese asesinato a su nieto cada vez que lo llevaba a una cantina a tomar un refresco.
En Vivir para contarla, Gabo cuenta que su abuela Tranquilina Iguarán alimentaba con sus supersticiones los miedos entre los más pequeños de la casa. “Era la mujer más crédula e impresionable que conocí jamás por el espanto que le causaban los misterios de la vida diaria”, relata el escritor, “veía que los mecedores se mecían solos, que el fantasma de la fiebre puerperal se había metido en las alcobas de las parturientas, que el olor de los jazmines del jardín era como un fantasma invisible, que un cordón tirado al azar en el suelo tenía la forma de los números que podían ser el premio mayor de la lotería, que un pájaro sin ojos se había extraviado dentro del comedor y sólo pudieron espantarlo con La Magnífica cantada”.
Este universo paranormal fue determinante en la obra literaria y periodística de García Márquez donde los espíritus se pasean como personajes cotidianos del diario vivir. Desde el Centro Gabo hemos seleccionado cinco historias del autor colombiano protagonizadas por fantasmas (también te recomendamos 5 historias de terror de Gabriel García Márquez para leer en Halloween). Las compartimos contigo:
Este fue un drama en tres actos que García Márquez publicó en El Heraldo entre el 22 y el 24 de mayo de 1950. Probablemente se trate de los primeros intentos de hacer teatro del autor colombiano. La historia que cuenta se desarrolla en 1948 dentro de un castillo abandonado de la costa atlántica americana y está protagonizada por siete fantasmas: el Patriarca, un anciano que fue profesor de alquimia en el siglo XII; Alba, una dama a quien su marido hizo picadillos en una caballeriza; Gido, un monje decapitado del siglo XVII; Rebeca, una novia a quien su padre enterró viva la víspera de su boda; Giocondo, un joven al que sus hermanos encadenaron en la torre del castillo; Jhon, un fantasma egocéntrico graduado en Oxford; y James, traductor irlandés que se dedica al estudio de las lenguas. En la pequeña obra todos coexisten entre el espanto, el drama y la comedia.
REBECA:No oigo ningunos clarines. Lo que se acerca son pasos de animal grande.
GIDO:Alabado sea Dios. ¿Qué es lo que veo?
(Por la entrada de la derecha entra una mujer que no figuraba en el reparto, montada en un enorme elefante blanco.)
PATRIARCA(poniéndose en pie):Señora, este fantasma no figura entre los registros del castillo.
MUJER DEL ELEFANTE (digna): No tengo necesidad de figurar en el registro de mis propiedades. Esto no es una notaría.
PATRIARCA: Estamos en un congreso de fantasmas. ¿Quién es usted?
(La mujer, de un salto, desciende del elefante.)
MUJER: ¡Soy la marquesa!
ALBA, GIDO, REBECA (a coro): ¿Usted?
MUJER: Sí, yo soy la marquesa y quisiera saber qué hacen ustedes en mis propiedades.
PATRIARCA (conciliatorio): Somos un grupo de refugiados fantasmas, señora. Ignorábamos que este castillo fuera de su propiedad y…
MUJER: Pues ya lo sabe. Este castillo me lo obsequió mi buen Boris para que tuviera algo nuevo en este miércoles.
PATRIARCA: Pero usted ha interrumpido un congreso trascendental. ¿Sabe lo que eso significa?
MUJER: No lo sé ni me importa; sólo me interesa saber que hoy en miércoles y que los miércoles tengo que aparecer en esta sección por encima de todos los cadáveres.
PATRIARCA: Cadáveres no, señora: ¡fantasmas!
MUJER: Lo mismo da. Los fantasmas no son más que cadáveres con ciertas prerrogativas.
El recurrente drama del personaje que no sabe que desde hace mucho tiempo ha muerto y se ha convertido en un fantasma. En este caso, Gabo relata la historia de un doctor en Cartagena, el doctor Conde Ribón, que se entera de su muerte por casualidad el día en que va a revalidar la cédula de ciudadanía. Ese día, el funcionario de la oficina del registro civil le diagnostica su condición de fantasma. El texto fue publicado en El Heraldo el 24 de octubre de 1950.
Lo que más debió sorprender al doctor Conde Ribón, fue esa facultad desconocida y extraña que le permitía movilizar con tanta soltura su propio fantasma. Sus amigos no habían notado nada de particular, ninguna modificación sustancial en su comportamiento, que permitiera sospechar que el doctor Conde Ribón no era realmente el doctor Conde Ribón, sino su propio fantasma ambulante. Tan imperceptiblemente, con tanta perfección se operó el tránsito, el tránsito entre la vida y la muerte, que sólo un acucioso funcionario del registro civil pudo descubrir que el doctor Conde Ribón no era realmente un ciudadano, sino uno del millón ochocientos mil fantasmas que andan sueltos por el país.
Un artículo sobre un fantasma que no asusta sino que convive con las personas. García Márquez dice habérselo encontrado en las calles de Barranquilla y así lo narra en su columna La Jirafa de El Heraldo, el 17 de marzo de 1951. En su relato, el escritor informa que en la ciudad todos conocen la existencia del fantasma en bicicleta y lo asumen como una especie de patrimonio público. Antes de morirse el fantasma era un hombre que trabajaba en un taller de mecánica en el mercado público y que tuvo seis hijos en seis años con la misma mujer. Los paseos en bicicleta fueron su forma de liberarse del estrés y los llevó a cabo durante veinte años hasta que una madrugada regresó muerto a su casa sobre el asiento de la bicicleta. Desde entonces aparece recorriendo las calles sobre dos ruedas, acompañando a las mujeres solitarias y conversando con los ciudadanos desvelados.
Hay un hombre misterioso que a las tres de la madrugada pasea en bicicleta por las calles de la ciudad. Lo he visto la noche de mi llegada, envuelto en una atmósfera fosforescente que atribuía a un extraño sistema de alumbrado eléctrico. Pero al día siguiente, un compañero de hotel me dijo a la hora del desayuno: “Pues sepa que a usted le ha salido un muerto”.
Entonces me han relatado la historia del hombre que durante toda su vida estuvo paseando en bicicleta y que, tal vez como resultado de la velocidad adquirida en cuarenta años de continuos ejercicios ciclísticos, había seguido pedaleando después de muerto. Ahora es una especie de fantasma municipal, que a nadie infunde miedo, que ofrece seguridad y confianza a las mujeres que asisten solas a la primera misa. La ciudad está orgullosa de él por ser el único ciclista metafísico del mundo.
El viejo y misterioso encanto de los pueblos depende de la preservación de sus fantasmas. Así lo afirmó Gabo en este artículo donde celebró la aparición de un nuevo fantasma en Sincelejo. Se trató de un niño decapitado y desnutrido que peregrinó por el barrio Las Peñitas en la capital del departamento de Sucre. Para el novelista colombiano, espectros nocturnos como este son “una institución municipal tan respetable como el barbero, el burro del aguador o el camellón de cemento por donde se pasean las muchachas al atardecer”. El texto salió publicado en El Espectador el 9 de junio de 1954.
El fantasma, una institución que se creía perdida para siempre, ha reaparecido en Sincelejo provisto de todos los elementos recomendados por la mejor tradición. Dos jóvenes, vecinos del barrio de Las Peñitas, (…) hicieron ayer este sensacional descubrimiento que inaugura una nueva era fantasmal en las poblaciones de Bolívar, donde en épocas pasadas fueron los fantasmas objeto de hermosas y sorprendentes especulaciones.
El fantasma de Sincelejo es convincente: un niño escuálido, decapitado, como corresponde a un descendiente directo del legendario jinete sin cabeza, y al parecer muy desnutrido. Cuando no está en los puros huesos, la obligación de un buen fantasma es manifestar a simple vista una desnutrición sobrenatural, que impida confundirlo con un nocturno deambulante de la ciudad. Si además de esa condición, el fantasma cumple la otra, no esencial pero sí muy espectacular, de dejar su cabeza olvidada en el cualquier parte, y si además tiene la evidente apariencia de un párvulo muerto de hambre como ocurre con el extemporáneo fantasma de Sincelejo, en ese caso no hay motivos para dudar de su ortodoxia, y celebrar su aparición como una prueba de que aún la humanidad no está completamente perdida porque aún la protegen sus fantasmas.
Cuando los fantasmas son modernos y aparecen en las fotos. Esta fue una breve nota que García Márquez publicó en El Espectador el 4 de junio de 1955. Recrea un acontecimiento sobrenatural ocurrido en Inglaterra cuando un espíritu posó para una fotografía.
Los fantasmas, acomodándose a las nuevas circunstancias, empiezan a aficionarse a la mecánica. En el domicilio del marqués de Ely, en Hove, cerca de Brighton, Londres, ha hecho su misteriosa aparición un fantasma exclusivamente fotogénico. En su departamento particular, el joven marqués –25 años– tomó con luz artificial la fotografía de una amiga, convencido de que estaba solo con ella. Pero la fotografía reveló que el marqués se equivocaba: además de ellos había un fantasma en la habitación. Un fantasma que nadie ha conocido personalmente sino en fotografía y que por consiguiente nadie puede decir cómo es en realidad, pues no hay testimonio de que el conflictivo, original y modernizado espectro sea igual o por lo menos parecido a sus retratos.
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