Cinco historias del escritor colombiano que nos trasportan al embrujo del mar y sus posibilidades narrativas.
Para Gabriel García Márquez, un costeño ávido de mar, el Caribe era un continente alternativo a América Latina que estaba hecho de agua salada. Esta especie de geografía marina sería determinante para la mayoría de sus escritos de ficción, especialmente en aquellos en donde proliferan los piratas, galeones cargados con oro, buques fantasmas, navegantes ebrios de nostalgia y pueblos con playas de vientos melancólicos.
En sus historias García Márquez convierte al océano en un puente que une varios mundos. De allí brotan ahogados hermosos, ángeles prodigiosos y embarcaciones espectrales que terminan enriqueciendo la trama de sus textos.
Compartimos contigo cinco cuentos de Gabo que nos trasportan a los encantos del mar y sus posibilidades narrativas:
Publicado por primera vez en 1962 por la Revista Mexicana de Literatura e incluido diez años después en el libro de cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, “El mar del tiempo perdido” es un relato donde el mar se convierte en un personaje más de la trama. Su olor a rosas que presagian la muerte, sus maravillosos pueblos de muertos sumergidos en el fondo de sus aguas y sus cambios de forma por el efecto de los meses protagonizan la historia de Jacob, Tobías, Clotilde y Mr. Herbert. Quien lee este cuento descubre que, además de Macondo, García Márquez inventó otros pueblos fantásticos bajo el agua, una especie de Atlántida caribe.
Poco a poco fueron dejando el mar de las catástrofes comunes, y entraron en el mar de los muertos.
Había tantos, que Tobías no creyó haber visto nunca tanta gente en el mundo. Flotaban inmóviles, bocarriba, a diferentes niveles, y todos tenían la expresión de los seres olvidados.
–Son muertos muy antiguos –dijo el señor Herbert–. Han necesitado siglos para alcanzar este estado de reposo.
Más abajo, en aguas de muertos recientes, el señor Herbert se detuvo. Tobías lo alcanzó en el instante en que pasaba frente a ellos una mujer muy joven. Flotaba de costado, con los ojos abiertos, perseguida por una corriente de flores.
El señor Herbert se puso el índice en la boca y permaneció así hasta que pasaron las últimas flores.
–Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida –dijo.
–Es la esposa del viejo Jacob –dijo Tobías–. Está como cincuenta años más joven, pero es ella. Seguro.
–Ha viajado mucho –dijo el señor Herbert–. Lleva detrás la flora de todos los mares del mundo.
Antes de ser publicado en el libro La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, “El ahogado más hermoso del mundo” pudo leerse por primera vez un domingo 12 de marzo de 1972 en el periódico El Espectador. Cuenta la historia de un ahogado que las corrientes marinas llevan a las playas de un pueblo desértico del Caribe. Su tamaño descomunal y su rostro hermoso hacen que la población quede fascinada con él hasta el punto de hacerle un funeral multitudinario lleno de agasajos y llantos. El mar permanece en toda la narración como un espectador omnipresente.
Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesterosa de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
Este cuento fue publicado en 1982 por el periódico El Espectador y posteriormente incluido en el libro Doce cuentos peregrinos. Es uno de los pocos relatos de García Márquez donde el mar no es del Caribe, sino del Mediterráneo. “El verano feliz de la señora Forbes” se ambienta en la isla Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia, y narra la tensión entre dos hermanos latinoamericanos y la señora Forbes, una depresiva y estricta institutriz de origen alemán. El mar será asumido como el paraíso y el lugar limítrofe de la historia, al cual acuden los hermanos para entretenerse y suprimir cualquier vestigio de culpa por intentar envenenar a la señora Forbes.
Mi hermano puso la oreja contra el muro, retuvo el aliento para percibir la mínima señal de vida en el cuarto contiguo, y al final exhaló un suspiro de liberación.
–¡Ya está! –dijo–. Lo único que se oye es el mar.
Preparamos nuestro desayuno poco antes de las once, y luego bajamos a la playa con dos cilindros para cada uno y otros dos de repuesto, antes de que Fulvia Flamínea llegara con su ronda de gatos a hacer la limpieza de la casa. Oreste estaba ya en el embarcadero destripando una dorada de seis libras que acababa de cazar. Le dijimos que habíamos esperado a la señora Forbes hasta las once, y en vista de que continuaba dormida decidimos bajar solos al mar. Le contamos además que la noche anterior había sufrido una crisis de llanto en la mesa, y tal vez había dormido mal y prefirió quedarse en la cama. A Oreste no le interesó demasiado la explicación, tal como nosotros lo esperábamos, y nos acompañó a merodear poco más de una hora por los fondos marinos. Después nos indicó que subiéramos a almorzar, y se fue en el botecito de motor a vender la dorada en los hoteles de los turistas. Desde la escalera de piedra le dijimos adiós con la mano, haciéndole creer que nos disponíamos a subir a la casa, hasta que desapareció en la vuelta de los acantilados. Entonces nos pusimos los tanques de oxígeno y seguimos nadando sin permiso de nadie.
Publicado por primera vez en septiembre de 1971, “El último viaje del buque fantasma” cuenta la historia de una persona en un pueblo del Caribe que cada año, durante una madrugada de marzo, ve pasar por la bahía un trasatlántico fantasmal. Como los habitantes no le creen, este personaje se empeñará en guiar al buque hasta las orillas del pueblo.
Una curiosidad: en una entrevista de marzo de 1981 concedida a la Gaceta de Colcultura, García Márquez afirmó que el nombre del buque fantasma, “halalcsillag”, es una palabra húngara que significa “estrella de la muerte”. El escritor agregó que había escogido ese idioma porque provenía de una región sin mar.
…El trasatlántico estaba allí con todo su tamaño inconcebible, madre, más grande que cualquier otra cosa grande en el mundo y más oscuro que cualquier otra cosa oscura de la tierra o del agua, trescientas mil toneladas de olor de tiburón pasando tan cerca del bote que él podía ver las costuras del precipicio de acero, sin una sola luz en los infinitos ojos de buey, sin un suspiro en las máquinas, sin un alma, y llevando consigo su propio ámbito de silencio, su propio cielo vacío, su propio aire muerto, su tiempo parado, su mar errante en el que flotaba un mundo entero de animales ahogados, y de pronto todo aquello desapareció con el lamparazo del faro y por un instante volvió a ser el Caribe diáfano, la noche de marzo, el aire cotidiano de los pelícanos, de modo que él se quedó solo entre las boyas, sin saber qué hacer, preguntándose asombrado si de veras no estaría soñando despierto, no sólo ahora sino también las otras veces, pero apenas acababa de preguntárselo cuando un soplo de misterio fue apagando las boyas desde la primera hasta la última, así que cuando pasó la claridad del faro el trasatlántico volvió a aparecer y ya tenía las brújulas extraviadas, acaso sin saber siquiera en qué lugar de la mar océano se encontraba…
En 1961, durante una visita al estado de Michoacán en México, García Márquez observó que algunos indígenas del lugar fabricaban ángeles de paja. Esta visión suscitó el germen primordial para la creación de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, un cuento en donde un ángel decrépito cae en el patio de una casa, tumbado por las fuertes lluvias que anegan los hogares del pueblo con cientos de cangrejos. Del mar proviene este ser prodigioso y hacia el mar vuela cuando se marcha del poblado que lo vio llegar.
Una mañana Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.
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