Cinco textos del escritor colombiano para leer en trayectos por carreteras.
Uno de los viajes por carretera más intensos en la vida de Gabriel García Márquez se dio en junio de 1961 sobre las autopistas interestatales de los Estados Unidos. Gabo, su esposa Mercedes Barcha y su hijo Rodrigo salieron de Nueva York rumbo a Nueva Orleans en un autocar Greyhound. De acuerdo con Gerald Martin, el biógrafo oficial del escritor colombiano, aquel viaje duró dos semanas y estuvo lleno de “hamburguesas de cartón molido”, “perritos calientes de aserrín” y muchos litros de Coca-Cola. En el recorrido, García Márquez conoció Maryland, Virginia, las dos Carolinas, Georgia, Alabama y Mississippi. Con cada parada corroboraba en el mundo real las ficciones sobre el Sur que había leído en las obras de William Faulkner.
Entre las anécdotas más difíciles de ese viaje está una que sucedió en Montgomery. En aquella ciudad la familia García Barcha no pudo conseguir una habitación de hotel porque nadie quería alquilar un cuarto a unos “sucios mexicanos”. Era una época convulsa donde las comunidades de afroamericanos reclamaban sus derechos civiles y la discriminación racial cobraba vidas en estados como Alabama y Georgia.
Aquel viaje fue, sin duda, inolvidable. Con él García Márquez expandió su conocimiento en torno a los trayectos por carretera, una temática que luego se volvería recurrente en sus historias. Es por eso que desde el Centro Gabo queremos compartir contigo cinco textos del escritor colombiano que son indispensables para andar sobre ruedas y sentir el placer de las travesías terrestres.
Espectros dentro de automóviles, relatos en movimiento. García Márquez publicó este artículo el miércoles 27 de enero de 1982, casi once meses antes de recibir el Premio Nobel de Literatura. Habló de las historias recurrentes que se dan en los caminos sin importar su ubicación geográfica. El copiloto fantasma es una de ellas. Se trata de un muerto que en las noches aparece en el asiento que está al lado del conductor. Personas en México, Francia e Inglaterra lo han avistado, apenas con algunas variaciones. El mismo Gabo cuenta que en Ciudad de México dejó pasar un taxi porque vio un pasajero al lado del chofer, pero después de unos minutos, cuando el taxi avanzó unos metros, aquel pasajero desapareció.
Hay cuentos que se repiten en el mundo entero, siempre del mismo modo, y sin que nadie pueda nunca establecer a ciencia cierta si son verdades o fantasías, ni descifrar jamás su misterio. De todos ellos, tal vez el más antiguo y recurrente lo oí por primera vez en México.
Es el eterno cuento de la familia a la cual se le muere la abuelita durante las vacaciones en la playa. Pocas diligencias son tan difíciles y costosas y requieren tantos trámites y papeleos legales como trasladar un cadáver de un Estado a otro. Alguien me contaba en Colombia que tuvo que sentar a su muerto entre dos vivos, en el asiento posterior de su automóvil, e inclusive le puso en la boca un tabaco encendido en el momento de pasar los controles de carretera, para burlar las incontables barreras del traslado legal. De modo que la familia de México enrolló a la abuela muerta en una alfombra, la amarraron con cuerdas y la pusieron bien atada en la baca del techo del automóvil. En una parada del camino, mientras la familia almorzaba, el automóvil fue robado con el cadáver de la abuelita encima, y nunca más se encontró ningún rastro. La explicación que se daba a la desaparición era que los ladrones tal vez habían enterrado el cadáver en despoblado y habían desmantelado el coche para quitarse, literalmente, el muerto de encima.
Durante una época, este cuento se repetía en México por todas partes, y siempre con nombres distintos. Pero las distintas versiones tenían algo en común: el que la contaba decía siempre ser amigo de los protagonistas. Algunos, además, daban sus nombres y direcciones. Pasados tantos años, he vuelto a escuchar este cuento en los lugares más distantes del mundo, inclusive en Vietnam, donde me lo repitió un intérprete como si le hubiera ocurrido a un amigo suyo en los años de la guerra.
Otro texto de García Márquez sobre los relatos sobrenaturales que encuentran un escenario perfecto en las carreteras. Fue publicado el 19 de agosto 1981 en El País (España). Narra casos inexplicables como el de una “dama de blanco” que aparece a medianoche en la carretera que va de París a Montpellier en Francia o el de un Skoda fantasmagórico que surge de la nada a toda velocidad en vía contraria. Historias para no dormirse al volante.
En las fondas de carreteras, como en las ventas antiguas de los caminos de herradura, los camioneros curtidos, que no parecen creer en nada, relatan sin descanso los episodios sobrenaturales de su oficio, sobre todo los que ocurren a pleno sol, y aún en los tramos más concurridos. En el verano de 1974, viajando con el poeta Álvaro Mutis y su esposa por la misma carretera donde ahora apareció la dama de blanco, vimos un pequeño automóvil que se desprendió de la larga fila embotellada en sentido contrario, y se vino de frente a nosotros a una velocidad desatinada. Apenas si tuve tiempo de esquivarlo, pero nuestro automóvil saltó en el vacío, quedó incrustado en el fondo de una cuneta. Varios testigos alcanzaron a fijar la imagen del automóvil fugitivo: era un Skoda blanco, cuyo número de placas fue anotado por tres personas distintas. Hicimos la denuncia correspondiente en la inspección de policía de Aix-en-Provence, y al cabo de unos meses la policía francesa había comprobado sin ninguna duda que el Skoda blanco con las placas indicadas existía en realidad. Sin embargo, había comprobado también que a la hora de nuestro accidente estaba en el otro extremo de Francia, guardado en su garaje, mientras su dueño y conductor único agonizaba en el hospital cercano.
El bus de las nueve: un lugar perfecto para enterarse del mundo. Esta fue una columna que García Márquez escribió bajo el seudónimo “Septimus” el 22 de septiembre de 1952 en el periódico barranquillero El Heraldo. Gabo resalta la capacidad que tienen los buses y sus pasajeros para desentrañar las noticias de la ciudad, a veces con un conocimiento que supera al de la policía y los reporteros. Entre las personas que están a bordo, el chisme y la verdad proliferan. “La noticia así es más interesante”, dice el escritor en este texto.
A las nueve de la mañana se conoce en los buses urbanos el complemento anecdótico, la parte más humana de la noticia local, ese aspecto de sana comadrería que se omite en los periódicos acaso porque, en la generalidad de los casos, somos los hombres flacos quienes hacemos los periódicos. En la prensa se sabe que un ladrón penetró a una casa y se robó un cofre de joyas. En el bus de las nueve se conoce la dudosa procedencia de las joyas y el estado de la piyama en que la dueña de casa salió corriendo a llamar al policía de la esquina. A la clientela del bus de la nueve le llama la atención, más que las dramáticas circunstancias en que se cometió un crimen, el susto que se llevó una de ella cuando oyó el pistoletazo. Y en verdad que la noticia así es más interesante. Aunque uno se siente inclinado a justificar el punto de vista del criminal, sólo para que las mujeres de los grandes canastos de pescado, los mazos de gallina y los húmedos ramos de legumbres, tengan siempre un susto que contar en el bus de las nueve.
Escrito en 1976, publicado el 6 de septiembre de 1981 en el periódico El Espectador e incluido, once años después, en el libro Doce cuentos peregrinos. Este cuento relata la historia de Nena Daconte, una joven de familia pudiente, y Billy Sánchez de Ávila, un pandillero con distintos traumas familiares. Ambos habían estudiado juntos, pero su atracción comienza cuando Billy Sánchez asalta una caseta de mujeres en los balnearios de Marbella (en Cartagena de Indias) y la encuentra completamente desnuda. Tiempo después, la pareja establece un noviazgo desenfrenado, sincero, incluso contrariado, con algunos guiños a la relación no aprobada de Florentino Ariza con Fermina Daza en El amor en los tiempos del cólera. Acaban casándose y recorriendo Europa para la luna de miel. En ese viaje, Nena Daconte pincha su dedo con una rosa, haciéndose una herida que no para de sangrar. A bordo de un Bentley convertible, la pareja recorre las carreteras de Madrid, Hendaya, Bayona, Burdeos y París dejando el rastro de la sangre de Nena Daconte en la nieve.
Antes de Bayona volvió a nevar. No eran más de las siete, pero encontraron las calles desiertas y las casas cerradas por la furia de la borrasca, y al cabo de muchas vueltas sin encontrar una farmacia decidieron seguir adelante. Billy Sánchez se alegró con la decisión. Tenía una pasión insaciable por los automóviles raros y un papá con demasiados sentimientos de culpa y recursos de sobra para complacerlo, y nunca había conducido nada igual a aquel Bentley convertible de regalo de bodas. Era tanta su embriaguez en el volante, que cuanto más andaba menos cansado se sentía. Estaba dispuesto a llegar esa noche a Burdeos, donde tenían reservada la suite nupcial del hotel Splendid, y no habría vientos contrarios ni bastante nieve en el cielo para impedirlo. Nena Daconte, en cambio, estaba agotada, sobre todo por el último tramo de la carretera desde Madrid, que era una cornisa de cabras azotada por el granizo. Así que después de Bayona se enrolló un pañuelo en el anular apretándolo bien para detener la sangre que seguía fluyendo, y se durmió a fondo. Billy Sánchez no lo advirtió sino al borde de la media noche, después de que acabó de nevar y el viento se paró de pronto entre los pinos, y el cielo de las landas se llenó de estrellas glaciales. Había pasado frente a las luces dormidas de Burdeos, pero sólo se detuvo para llenar el tanque en una estación de la carretera pues aún le quedaban ánimos para llegar hasta París sin tomar aliento. Era tan feliz con su juguete grande de 25.000 libras esterlinas, que ni siquiera se preguntó si lo sería también la criatura radiante que dormía a su lado con la venda del anular empapada de sangre, y cuyo sueño de adolescente, por primera vez, estaba atravesado por ráfagas de incertidumbre.
Una de las primeras notas de García Márquez relacionadas con los viajes sobre ruedas. Salió impresa el 17 de junio de 1948 en el periódico cartagenero El Universal y cuenta el diálogo entre dos pasajeros de un bus: un indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta y una negra que quiere ser estéril. La descripción de ambas personas nos aproxima a los rasgos con los que el escritor describirá, muchos años después, a los personajes de sus cuentos y novelas.
En un puesto del bus, detrás de la negra, viene de viaje el indio. Es un ejemplar perfecto de estos hombres –mitad primitivos, mitad civilizados– que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta cargados de plantas medicinales y de fórmulas secretas para el buen amor. Los ojos, ligeramente circunflejos, sostienen sobre el rostro cetrino una lejana afirmación asiática. Liso el cabello y rabioso, este del indio deja pasar por su físico una violenta ráfaga de caballo. Es un nativo silencioso, observador, que viste con una recia manta criolla y fuma cigarrillos norteamericanos.
Durante todo el viaje el indio parecía estudiar la seriedad de la negra. Entre ellos se interponía un complicado mapa de costumbres, de usos diversos. Como si los pocos metros que los separaban se hubieran desenvuelto, de pronto, en una insalvable distancia sociológica. Pero la negra, inesperadamente, le ha dado al indio la oportunidad de una larga y sostenida conversación. Por entre el cansancio del viaje se oyen correr las dos voces sordas, pausadas, entre el silencio de una civilización absurda. Suena la voz del indio que es de cáñamo retorcido, de lazo doblegado por la soberbia de los potros; y la de la negra que es una diáfana voz de agua filtrada. El indio le ha dicho que allí, en la cajita que trae sobre las piernas, hay una culebra cascabel. La negra se estremece con un fingido terror que no lleva sino la intención de dejar al indio satisfecho en su dignidad. Sin embargo, la negra tiene fe en el evangelio de este hombre sacerdotal y le pide «un remedio para no tener hijos».
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