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De Nereo López a García Márquez: fotografías de un universo macondiano

De Nereo López a García Márquez: fotografías de un universo macondiano

Orlando

Wed, 07/09/2025 - 09:19

“Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”, pregonaba Melquíades, el gitano de Cien años de soledad, mientras sacudía las pailas y los calderos de Macondo con sus lingotes imantados. Nereo López nunca tuvo estos fierros asombrosos, considerados la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, pero llegó a la misma conclusión con su arte fotográfico. Descubrió que todo cuanto era alcanzado por sus ojos tenía un alma y que sólo había que despertarla con la cámara. Con esa convicción guardó para la posteridad la vida de un mundo que se habría extinguido sin él. Y así, tras el chasquido de su obturador, fueron preservándose trenes, carnavales, corralejas, indígenas, ríos, barcos, artistas, ciudades, pueblos y parrandas.

En 1964, después de asistir a una exposición suya en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, la crítica de arte Marta Traba publicó una columna en la Nueva Prensa donde elogiaba este poder para invocar los espíritus de las cosas. “Las imágenes de Nereo afirman que vale la pena vivir”, escribió, “y que la belleza puede depositarse sobre cada cosa viva”. Otro crítico, Walter Engel, afirmó que Nereo “no es un técnico al servicio de una buena cámara, sino un cazador de vida”.

Fue por esta habilidad para retratar lo importante que en 1968 lo escogieron como el único fotógrafo colombiano que acompañaría a Pablo VI en su gira por Colombia. “Andar con el papa es como codearse con el más allá, como tener licencia para husmear en el cielo”, diría al respecto. Catorce años después, en 1982, Colcultura lo nombró el fotógrafo oficial para cubrir la entrega del Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Las imágenes que tomó entonces todavía queman. En una de ellas Gabo tiene puesto un sombrero vueltiao y se inclina ante las polleras de una mujer que le sonríe. En otra el escritor abraza una caja vallenata, mientras Emilianito Zuleta estira su acordeón. No se percibe el invierno sueco, los dos grados bajo cero que entumecen la piel, pues el trópico sigue intacto con el lente de Nereo. Da igual si las fotos son en Estocolmo y en blanco y negro.

La oportunidad de retratar a García Márquez surgió como una consecuencia natural de un artista que desde el inicio de su carrera representó en fotografías lo que Gabo había encarnado en palabras. Son tantos los puntos de encuentro entre ambas poéticas, que la serie fotográfica de Nereo López sobre la Guajira y la geografía del cuento “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” están inspiradas por una misma circunstancia: los viajes que el escritor y el fotógrafo hicieron junto a Rafael Escalona y Manuel Zapata Olivella por los pueblos del Caribe colombiano. Nereo podría ser incluso una versión en carne y hueso del fotógrafo en bicicleta con cámara de fuelles y papeles de magnesio que en la historia de Gabo acompaña la caravana de la abuela desalmada. Me pregunto si también habrá algo suyo en Jeremiah de Saint-Amour, el fotógrafo de El amor en los tiempos del cólera que retrataba niños, sobre todo del Nereo veinteañero que tenía un humilde estudio fotográfico en Barrancabermeja y tomaba cursos de fotografía infantil por correspondencia con un instituto de Nueva York.

Convencidos de que la obra de Nereo López dialoga incesantemente con la de García Márquez, en la Fundación Gabo hemos seleccionado varias imágenes del fotógrafo cartagenero que convergen con los escenarios literarios, biográficos y periodísticos de Gabo. Fotos que son palabras, palabras que son fotos. Las compartimos contigo en los cien años del nacimiento de Nereo:    

Gabriel García Márquez en los tiempos de la desinformación: los textos apócrifos de un Premio Nobel

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