Una selección de diálogos entre el escritor colombiano y Elena Poniatowska ocurridos en 1973.
En septiembre de 1973, en México, la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska le hizo una extensa entrevista a Gabriel García Márquez en una época en la que el futuro Premio Nobel de Literatura se había cansado de ofrecer sus opiniones a los periodistas. “Desde que se inventó la grabadora, hay que estar opinando sobre todo y a toda hora y a mí ya me hartó esta opinadera”, le dijo Gabo.
Se habían conocido en el D.F, bailando en las fiestas que organizaba el novelista Carlos Fuentes, por los años en que García Márquez urdía la trama de Cien años de soledad. Poniatowska fue una de las primeras lectoras de los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, cuyos borradores adquirió a través del poeta Álvaro Mutis (a quien visitaba en la cárcel de Lecumberri).
Para la época en que se produjo la entrevista, Poniatowska había publicado Hasta no verte Jesús mío (1969) y La noche de Tlatelolco (1971), dos obras fundamentales en el periodismo y la literatura testimonial latinoamericanos. García Márquez, por su parte, era ya un autor célebre a raíz de la publicación de Cien años de soledad seis años antes y se encontraba concluyendo El otoño del patriarca.
En el Centro Gabo hemos seleccionado cinco momentos de este diálogo en el que el escritor colombiano relata sus obsesiones literarias y la concepción de Cien años de soledad. Los compartimos contigo:
Elena Poniatowska: ¿Cómo hiciste Cien años de soledad?
García Márquez: Para hacer Cien años de soledad consulté médicos, abogados, y junté en mi casa una enorme cantidad de libros de medicina, alquimia, filosofía, enciclopedias, botánica y zoología, para que cada dato estuviera muy bien verificado y comprobado; no quería un solo error, a no ser las faltas de ortografía, que quedaban en manos de Pera. No podía detenerme en lo que estaba escribiendo para ponerme a estudiar alquimia; entonces escribía inventándolo todo y en la noche buscaba libros sobre la materia, que los amigos me habían conseguido, e incorporaba los datos que allí encontraba, pero lo que me resulta curioso es que yo no estaba equivocado o lejos de la verdad en mis invenciones. La obra me llevaba a tal velocidad que yo no me podía parar, y a partir de ese momento se creó una especie de equipo solidario alrededor del libro, y todos mis amigos me ayudaron. Yo le hablaba a José Emilio Pacheco: «Mira, hazme el favor de estudiarme exactamente cómo era la cosa de la piedra filosofal», y a Juan Vicente Melo también lo ponía a investigar propiedades de las plantas y le daba una semana de plazo. A un colombiano le pedí: «Haz el favor de investigarme cómo fueron los problemas de las guerras civiles en Colombia». A otro le pedí la mayor cantidad de datos sobre las guerras federales en América Latina, y siempre tuve amigos haciéndome tareas de ese tipo. Todo el trabajo poético, por ejemplo, que me hizo Álvaro Mutis es invaluable. Cuando yo llegué en 1961, el grupo que estaba en Difusión Cultural (de la UNAM): Pacheco, Monsiváis, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, y por otro lado Jomí García Ascot y Álvaro Mutis, trabajaron para mí [se ríe]. Ahora me doy cuenta de verdad que todos ellos estaban trabajando en Cien años de soledad, y no solo no lo sabían entonces, sino que tengo la impresión de que no lo saben todavía.
Elena Poniatowska:Gabo, ¿siempre tuviste la certeza de que estabas escribiendo un gran libro?
García Márquez:Lo malo es que yo siempre he tenido esa certeza con mis libros, y creo que sin esa certeza no se puede escribir.
Elena Poniatowska:¿Por qué?
García Márquez:Es que sentarse a escribir un libro, sentarse a escribirlo en serio, es una cosa tan dura, tan difícil, que si uno no tiene la certeza de que realmente está escribiendo El Quijote en cada teclazo que da, no se metería a este oficio, porque hay muchas cosas más agradables que hacer. Sobre todo uno que no escribe por plata, porque mira que yo había publicado cinco libros que ni siquiera se conocían y nunca había recibido un centavo por ellos. ¡Y luego de dejar de trabajar meterme en esto de Cien años de soledad, que resultó ser un negocio por casualidad, ¡aunque nunca se me ocurrió que pudiera serlo! Al contrario, el oficio de escritor es tan árido que uno necesita tenerle mucha fe.
García Márquez: Oye, ¡qué buen amigo es Mario [Vargas Llosa], qué tipo, qué buen amigo! Mira que ponerse a escribir durante un año un libro sobre mí; dedicar un año de su vida a escribir un libro acerca de otro escritor, uno con el cual se está en competencia directa, puesto que nuestros mercados son los mismos y nuestros lectores también. Mira, ¡eso no lo hace cualquiera! ¡Ese Mario es un ser aparte!
Elena Poniatowska: ¿Y tú has leído Historia de un deicidio, o sea tu historia?
García Márquez:No.
Elena Poniatowska:¿Cómo que no? ¿Por qué no?
García Márquez:Porque si me revelaran todos los mecanismos secretos de mi escritura, las fuentes, qué es lo que a mí me hace escribir, si esto me lo dijeran a mí creo que me paralizaría, ¿entiendes?
Elena Poniatowska:¿No sabes tú mismo cuáles son tus fuentes?
García Márquez:No, y no he querido leer lo de Mario por esto.
Elena Poniatowska:Gabo, ¿le tienes miedo a la parálisis?
García Márquez:Claro que le tengo miedo.
Elena Poniatowska:Gabo, ¿y si tú hubieras tenido resuelta tu situación económica habrías escrito Cien años de soledad con la pasión y premura con que lo hiciste?
García Márquez: Si hubiera tenido resuelta mi situación económica, Cien años de soledad podría ser de cuatro o cinco tomos. Yo fui comprimiéndolo todo y si trabajé tan bárbaramente es porque tenía que terminar ese libro a toda costa para atender mi casa, que se estaba viniendo abajo. Ahora, si yo hubiera tenido recursos económicos, habría seguido escribiendo quién sabe hasta dónde, porque a Cien años de soledad podrían seguírsele agregando generaciones y generaciones hasta llegar al día de hoy, porque el tiempo no está medido cronológicamente. De hecho me salté dos generaciones, las dejé fuera.
Elena Poniatowska:¿Tú crees en lo que dice Mario Vargas Llosa que uno escribe con sus obsesiones?
García Márquez:Sí, creo que es bastante evidente en mis libros. Todos se parecen.
Elena Poniatowska:Entonces, ¿tú crees que, como los poetas, tienes un solo grito que repetirás a lo largo de tu vida?
García Márquez:Quizá porque El otoño del patriarca, que estoy corrigiendo y que durante un tiempo forcé deliberadamente a que no se pareciera a nada de lo anterior, poco a poco ha ido agarrando su cauce y aunque no se parece a Cien años de soledad ni a El coronel no tiene quien le escriba, se parece, eso sí, al primer libro que escribí: La hojarasca, es decir, como si yo hubiera dado la vuelta completa.
Elena Poniatowska:¿Y por qué no has publicado aún El otoño del patriarca?
García Márquez:Porque así como la falla principal de mi primerísima novela, La Casa, era el no encontrar el tono, tuve la impresión de que agarraba esta nueva novela por el tono que no era.
Elena Poniatowska:¿Y qué entiendes tú por tono?
García Márquez:Mira, si pudiera yo explicártelo en teoría musical tal vez sería más exacto, pero vamos a poner un ejemplo que todo el mundo conoce y que es el Concierto de Violín en re mayor de Beethoven. Yo creo que Beethoven no hubiera podido hacer ese concierto si no encuentra el tono exacto: re mayor; si lo hubiera hecho en cualquier otro tono no le hubiera salido. Yo viví inconforme con mi novela porque no encontraba el tono; ese día todo lo demás se resolvió; y esta sensación de hallazgo –como debió tenerla también Beethoven– la tuve yo yendo a Acapulco. Iba yo manejando mi Opel, pensando obsesivamente en Cien años de soledad, cuando de pronto tuve la primera frase; no la recuerdo literalmente, pero iba más o menos así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». La primera vez que me vino la frase le faltarían uno o dos adjetivos, la redondeé; cuando llegué a Acapulco la tenía completica de tanto que la había madurado entre curva y recta; me senté, la anoté y tuve la certidumbre irrevocable de que ya tenía la novela; fue como un gran descanso; se me quitó un enorme peso de encima; el peso de siete años sin escribir una palabra. Íbamos a estar en Acapulco una semana de vacaciones y no aguanté; a los tres días me vine, me senté frente a la máquina, agarré esa frase y sin un plan previo empecé a escribir durante ocho horas diarias, a veces más y sin detenerme, para que no se me fuera la idea. A medida que aumentaban las cuartillas, aumentaban también mis deudas [se carcajea].
Elena Poniatowska:Oye Gabo, en la primera versión de La Casa que hiciste cuando tenías 18 años, ¿utilizaste también esa imagen que tanto llama la atención del abuelo que lleva al niño de la mano a conocer todo aquello que puede resultarle fantástico, como el trozo de hielo?
García Márquez:Sí, fíjate, la imagen inicial de Cien años de soledad, que es la del viejo que lleva al niño a ver el hielo, ya estaba en la primera tentativa que intitulé La Casa, y después al releer mi obra la encontré también en La hojarasca, cuando el abuela lleva al niño al entierro. Esta imagen del abuelo llevando al niño a conocer cosas la tengo perfectamente identificada porque mi abuelo me llevaba a mí a conocer todo lo que llegaba a Aracataca. En esa época estaba ahí la compañía bananera, la United Fruit Company, y todo lo que iba apareciendo en los Estados Unidos, todas las novedades técnicas, las traía esta compañía a Colombia; entre otras el cine, el radio, así como cosas tan estupendas como el circo y los fuegos artificiales. Entonces a mí me parecía fascinante ir todos los días de la mano de mi abuelo a la llegada del tren a las once de la mañana.
Elena Poniatowska:¿A poco iban todos los días?
García Márquez:Sí, casi todos los días; mi abuelo iba mucho porque recogía cartas, papeles, cosas de estas que tenía que ver con sus negocios, y para mí cada día que llegaba el tren era como el descubrimiento de una maravilla.
Elena Poniatowska:Pero, ¿qué llegaba en el tren?
García Márquez:Llegaban gitanos, llegaban enanos, toda clase de cosas; cuando llegó el circo, llegó un dromedario, un camello con cara de borrego; llegaron ferias enteras; los hombres armaban ruedas giratorias, ruedas de la fortuna, montañas rusas, caballitos. Mi abuelo me llevaba siempre de la mano a verlo todo; me llevó al cinematógrafo y aunque no recuerdo películas, sí recuerdo imágenes. Mi abuelo no tenía noción de censura y ni a él ni a nadie le parecía malo que un niño de cinco, seis, siete años fuera a las películas cada vez que hubiera estreno. Así es que se me quedaron toda clase de imágenes, pero la más vívida y la que se repite siempre es la del viejo que lleva al niño de la mano. Prácticamente esa es la base, yo creo que es el punto de partida de Cien años de soledad, porque siempre que trataba yo de empezar el libro recurría a esta imagen; así empezaba mis capítulos y sabía que esa era la clave, el punto de partida de la novela. Que del deslumbramiento ante el hielo sucediera todo. Y claro. Ele, me doy cuenta que este niño que estaba descubriendo todo, este niño al que iban llevando, soy yo.
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