Seis historias del escritor colombiano sobre el poeta y premio nobel de literatura chileno Pablo Neruda.
Gabriel García Márquez conoció a Pablo Neruda en 1959, en Caracas, después de que cayera la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En ese entonces Gabo era más conocido por su oficio como periodista que por el de escritor, aun cuando ya había publicado varios cuentos y dos novelas: La hojarasca, en Ediciones Sipa, y El coronel no tiene quien le escriba, en la revista Mito. Neruda, en cambio, ya era considerado el gran poeta público de América Latina, autor de obras canónicas como Residencia en la Tierra, el Canto general y las Odas elementales. En aquella ocasión, el escritor colombiano se conformó con visitarlo, sin escribir nada al respecto. “¡Lo admiraba tanto que no fui capaz de hacerle un reportaje, carajo!”, diría varios años después.
La amistad de Neruda con García Márquez se afianzó más tarde, en 1967, luego de la publicación de Cien años de soledad. A partir de ese momento, las reuniones entre los dos se volvieron un asunto rutinario hasta la muerte del poeta en septiembre de 1973. Comían y viajaban juntos. Incluso participaron en una insólita conversación sobre poesía y novela para la Televisión Nacional de Chile en colaboración con la Office de Radiodiffusion-Télévision Française (ORTF) en 1971, cuarenta y ocho horas después de que la Academia Sueca le concediera el Premio Nobel de Literatura a Neruda.
La naturaleza de estos encuentros entre García Márquez y Neruda, en donde también tenían cabida sus esposas, Mercedes Barcha y Matilde Urrutia, se puede apreciar en “Me alquilo para soñar”, uno de los Doce cuentos peregrinos. Ahí el escritor colombiano convierte a su amigo en un personaje que anuncia la presencia de Frau Frida, la protagonista de la historia.
En el Centro Gabo hemos seleccionado seis anécdotas de García Márquez sobre el poeta chileno que nos permiten acercarnos más a su vida y obra. Las compartimos contigo:
Siempre he creído que Pablo Neruda es el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas. Tanto, que habiéndose metido en un callejón difícil —su poesía política, poesía de guerra— había siempre una gran poesía en todo lo que escribía. Era una especie de rey Midas: todo lo que tocaba lo convertía en poesía. Escribía mucho mientras navegaba, siempre con su tinta verde. Viajaba siempre en barco. Pero la última vez que lo vi —en el aeropuerto de París, de regreso a Chile— tuvo que viajar en avión porque ya le faltaban fuerzas para una travesía.
“Gabriel García Márquez evoca a Pablo Neruda”.
Cromos, octubre de 1973.
Todos los años, por estos días, un fantasma inquieta a los escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura. (…) Los premiados, en general, parecen ser los primeros sorprendidos. (…) Pablo Neruda, en 1971, se enteró tres días antes de que se publicara la noticia, por un mensaje confidencial de la Academia Sueca. Pero la noche siguiente invitó a un grupo de amigos a cenar en París, donde entonces era embajador de Chile, y ninguno de nosotros se enteró del motivo de la fiesta hasta que los periódicos de la tarde publicaron la noticia. «Es que nunca creo en nada mientras no lo vea escrito», nos explicó después Neruda con su risa invencible. Pocos días más tarde, mientras comíamos en un fragoroso restaurante del Boulevard Montparnasse, recordó que aún no había escrito el discurso para la ceremonia de entrega, que tendría lugar 48 horas después en Estocolmo. Entonces volteó al revés la hoja de papel del menú, y sin una sola pausa, sin preocuparse por el estruendo humano, con la misma naturalidad con que respiraba y la misma tinta verde, implacable, con que dibujaba sus versos, escribió allí mismo el hermoso discurso de su coronación.
“El fantasma del Premio Nobel”.
Columna de Gabriel García Márquez para El País de España
y El Espectador, octubre de 1980.
Neruda era realmente un hombre generoso. No había tenido tiempo de leer Cien años de soledad, pero Matilde, su mujer, que lo había leído en Montevideo, le insistía a cada momento: «Tienes que leerla, Pablo, es una gran novela. Tienes que leerla». En esos días, Neruda llegó a Manizales para el Festival de Teatro. Los periodistas le preguntaron su opinión sobre mi libro. Tranquilamente dijo: «Es la mejor novela que se ha escrito en español después delQuijote». Al volver a su hotel, Pablo le dijo a Matilde: «¡Tienes que conseguirme ese libro, porque me acabo de meter en la grande!». Para mí, lo importante es que Pablo leyó el libro y jamás rectificó su concepto de Manizales.
“Gabriel García Márquez evoca a Pablo Neruda”.
Cromos, octubre de 1973.
Comía y hacía siesta, se levantaba, volvía a comer, se acostaba de nuevo. Para él un día era una cosa partida en pedacitos entre la comida y la siesta. Una vez que nos visitaba en Barcelona —la única vez que fue a España después de la guerra civil—, Mercedes, mi mujer, que gusta de guardar a sus hijos las dedicatorias de nuestros amigos escritores, me dijo que le iba a pedir su firma a Pablo. “¡No seas lagarta!”, le dije y me escondí en el baño. “Lagarta no”, respondió Mercedes con mucha dignidad y le pidió el autógrafo a Neruda, que dormía en nuestra cama. Él escribió: “A Mercedes, en su cama”. Miró la dedicatoria y dijo: “Esto queda como sospechoso”, y agregó: “Para Mercedes y Gabo, en su cama”. Se quedó pensando. “La verdad es que ahora está peor”. Y agregó al final: “Fraternalmente, Pablo”. Muerto de risa, comentó: “Quedó peor que al principio, pero ya no hay nada que hacer”.
“Gabriel García Márquez evoca a Pablo Neruda”.
Cromos, octubre de 1973.
Una vez me llamó a Barcelona. “Tienes que venir con tu mujer a cenar mañana conmigo en París”. Yo protestaba: Pablo, tú sabes que a París no viajo en avión, yo no voy sino en tren. Entonces le oí una voz tierna que ponía, las ganas de llorar, y le dije: está bien. “Vámonos”, le avisé a mi mujer. “A Pablo le dio berrinche y hay que comer con él mañana en París”. Cuando bajábamos del avión supe la noticia: le habían concedido el Premio Nobel, y lo primero que hizo fue decirles a los periodistas: “El que merecía ese premio es Gabriel García Márquez”. ¡Entonces comprendí por qué tenía tanto interés en que cenáramos con él!
“Gabriel García Márquez evoca a Pablo Neruda”.
Cromos, octubre de 1973.
Pablo fue un eterno mamador de gallo —vivía riendo—. Sólo dos veces lo vi serio. La primera, terminando de almorzar frente a su cama, puso la servilleta en la mesita con aire de resignación y me dijo: “Bueno, Gabo, no tenemos más remedio que hablar esto...”. Y empezó a hablar sobre los recortes mojigatos que los rusos le habían hecho a ciertos pasajes de Cien años... “Es inconcebible”, dijo, “que estas cosas ocurran a estas alturas de la Revolución soviética. Voy a hablar con algunos amigos que tengo en Rusia para que no vuelva a suceder. Y a ver si es posible que se haga una nueva edición, completa”. La segunda vez fue cuando yo doné el Premio Rómulo Gallegos al Movimiento al Socialismo, en Venezuela. Los rusos se pusieron furiosos y hasta escribieron: “El señor García Márquez debe saber que hasta los más grandes talentos se acaban al enfrentarse a la Unión Soviética”. Pablo estaba serio. Dijo: “En mi opinión, es peor el daño y la división que puede causar en las izquierdas del mundo la espectacularidad de la donación, que el beneficio que le hace al MAS”. Nunca me lo dijo, pero tengo la impresión personal de que mis argumentos lograron convencerlo de lo contrario. Su gran preocupación, su verdadero sacerdocio, era ese: preservar por encima de todo la unidad de los izquierdistas.
“Gabriel García Márquez evoca a Pablo Neruda”.
Cromos, octubre de 1973.
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