Cuento de Bianca Lucía Bernal con máximo reconocimiento en ¡Todos a escribir!

Voces de cuarentena

Esta historia alcanzó el máximo reconocimiento del jurado de ¡Todos a escribir! Historias en los tiempos de la cuarentena y explora, con buena fluidez narrativa, la locura del encierro y las consecuencias domésticas de la pandemia.

Redacción Centro Gabo
04 de Agosto de 2020
Relato escrito por Bianca Lucía Bernal Rodríguez, de 14 años, quien participó en ¡Todos a escribir! Historias en los tiempos de la cuarentena, actividad virtual de Centro Gabo y el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicaciones (MinTIC). Con esta historia, la adolescente consiguió el máximo reconocimiento del jurado en la categoría de 13 a 16 años
 
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Otro día más de lo mismo. Despertar, comer, hacer deberes, jugar y tratar de dormir nuevamente. No hago nada más, solo repito mi rutina sin pensarlo, cada día me cuesta más concentrarme, recordar cosas y mi paranoia es más fuerte que la realidad. Si de los momentos más aburridos de mi corta vida tuviera que escoger uno, definitivamente sería este. 
 
¿Solo yo no encuentro nada que hacer? Todos hacen ejercicio y publican sus rutinas, comen y cuelgan su foto en Instagram, orgullosos hacen TikToks y reaccionan a videos. Todo esto me parece ridículo, para mí es el fin de la humanidad. 
 
La única particularidad de mi cuarentena es que cada vez se torna más irritante y repetitiva. Frecuentemente entro a mis redes sociales y veo a la gente ganando concursos, organizando cumpleaños en casa, jugando en línea, siendo felices y divirtiéndose. ¿Por qué mi cuarentena no puede ser así? 
 
Mi madre no hace más que pedirme que realice los quehaceres domésticos con buena actitud. ¿No entiende que estoy al límite? ¿Que no puedo estar más estresada, que quiero que mi cuarentena sea como la de los demás? No, no creo que lo entienda jamás. 
 
Con desagrado, camino hasta mi balcón a observar a mis vecinos que, como de costumbre, tienen la música a todo volumen y festejan alegremente. No entiendo qué tanto hay que celebrar en un período tan extenuante como este. Miro hacia la esquina donde habita una pareja de ancianos, el señor me penetra con la mirada, causándome incomodidad. ¿Qué me mira ese viejo verde? 
 
“Cada día esa niña está más grande y bella”, exclama la voz del anciano en mi cabeza. 
 
Ya no es una ¡son dos voces las que ahora escucho! 
 
Asustada, giro mi cabeza y poso mi mirada en la señora de la casa de al lado, que mira con disgusto a su hija que baila en la terraza. 
 
“¿Qué hace vestida así? Luego se atreve a preguntar por qué le pasan las cosas”, escucho su pensamiento anticuado. 
 
¿Será que puedo leer mentes? Quizá puede ser mi imaginación. O quizá no. Necesito una señal para saber si esto es real. Una niña pasa sin mascarilla por la calle y se percata de que la estoy mirando. 
 
“¿Qué me ve? ¿Querrá pelear?”, suena molesta en mi mente. 
 
¡Es real! 
 
Entonces rápidamente entro saltando y pellizcándome los brazos, consternada. Para confirmar mi descubrimiento corro al patio y escucho a un chicho cantar. 
 
“Ojalá mis padres entendieran que lo mío es esto y no la ingeniería”, exclama con un aire de tristeza. Definitivamente tiene una buena técnica vocal. 
 
Varias casas después, reconozco a un amigo leyendo un libro. 
 
“No hay cosa que me haga más feliz que leer”, dice. Concuerdo con él. 
 
Camino en dirección a mi habitación y me asomo a la ventana en busca de más y más pensamientos. Muevo la cabeza repetidas veces, pero solo consigo marearme. 
 
Por fin, encuentro otras voces. 
 
“Mi hijo me está llevando al límite, ya no sé si lo quiero o lo odio”, seguro es otra mamá desesperada. 
 
“Solo saben que cumplo 17 años, pero no que llevo 4 muerta por dentro. Menos mal y le pondré fin a esto pronto”, ¿chica en depresión?
 
“Ahora que me despidieron, ¿con qué pagaré el arriendo? No debí robar ese traje, no otra vez”, ya no sé quién dice esto. 
 
“¿Cuándo volveré a ver a mis hijos? Juro que si los veo nuevamente dejaré de tomar”. 
 
Ya las voces son más de cinco, luego serán más de diez, cada vez más fuertes. 
 
“Necesito vender estos bananos, pero tengo tanto miedo de contagiarme, lo hago solo por mi madre...”. 
 
“Ya verás, mujer inútil, ¡te mataré si no haces lo que te ordeno!”. 
 
“Suéltame ya, por favor, no diré nada, te lo juro, ya no me pegues”. 
 
“Hoy jugaremos, hija querida, pero no podrás decirle a nadie, no se pueden enterar de nuestro secreto, ¿de acuerdo?”. 
 
“Tengo miedo, papá. Por favor no me toques más, no me gusta”. 
 
Sumado a las voces, también escucho gritos, despertadores sonando e incluso disparos. 
 
De repente, el mareo regresa y escucho una voz que se destaca entre todas las demás por su familiaridad, la cual trata de decirme algo, de llamar mi atención. Busca desesperadamente una respuesta de mi parte. 
 
“¡Oye! ¡Cuándo entenderás! ¡Estás intentando matar a tu familia!”. “¡Alex! ¡Alex!”, escucho repetidamente. Ahora reacciono, abro los ojos, estoy en mi cama, me duele la garganta y tengo los brazos con rasguños y cortes. Me percato de un intenso olor a quemado proveniente de la cocina. ¡El arroz que mi mamá me mandó a preparar! 
 
Salgo acelerada de mi habitación en busca de mi madre, pensando en esa última voz que escuché. ¿Era sólo mi imaginación o había sucedido realmente? 
 
Veo a mi madre desde lejos sentada en el suelo, hablando por teléfono. Camino cuidadosamente, pasando por la cocina y escondiéndome detrás de la pared. La cocina era todo un desastre: estaba llena de humo, el acero brillante del caldero se había convertido en un negro opaco y el fogón ya estaba apagado. Decido entonces concentrarme en lo que dice mi mamá por teléfono. 
 
“...Es que no sé, doctor. No, ella no consume drogas. Yo solo la había visto un poco desanimada y aburrida, no en otra realidad. No, no se había lastimado antes”, respira profundo, luego continúa: “¿Brote psicótico? ¡Claro que no! mi hija no está loca, además, no hay motivos para que esté estresada hasta ese punto...”. 
 
Mientras mi mamá sigue hablando, regreso confundida hasta la sala, donde está mi perro. 
 
¿Estaba hablando de mi? ¿Qué es un brote psicótico? ¿Y si realmente estoy loca? 
 
Me pregunto, tratando de asimilar todo lo sucedido. 
 
Mi perro camina y se acuesta frente a mí, mirándome, y me comenta. 
 
“Me porté bien hoy, ¿Podrías darme una galletita de premio?”. 
 
Le devuelvo la mirada, dispuesta a responderle, pero me limito a asentir con la cabeza y a buscar su premio ya que, ahora que lo pienso, se merece más de uno. 

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