En las dos primeras cajas del archivo de Gabriel García Márquez en el Harry Ransom Center, de Austin, Texas, está uno de los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana: la novela En agosto nos vemos. Pocos tenían noticia de su existencia hasta que se hizo público que su familia había decidido no publicarla póstumamente y que, en lugar de eso, reposaría paciente en su archivo personal para los investigadores que fueran hasta el estado de la estrella solitaria a conocerla. Desde 1999 los lectores de García Márquez sabían de su existencia, pues el nobel colombiano publicó su primer capítulo en la revista Cambio, y unos años después apareció otro de sus apartados bajo el título “La noche del eclipse” en el mismo mensual. Al parecer, el proyecto original era componerla de fragmentos independientes que se pudieran leer como cuentos separados y que, unidos, constituyeran el cuerpo de la novela. Efectivamente, la novela está hecha de capítulos que funcionan como episodios de una serie, lo que recuerda el proyecto que el propio García Márquez había abordado con sus estudiantes de guion en los noventa: crear cientos de historias de media hora para la televisión. Siguiendo este mismo espíritu, En agosto nos vemos bien podría pensarse como una miniserie de cinco capítulos, más cercana a los proyectos televisivos con los que García Márquez soñó que a sus otras novelas.
El argumento de la novela son los viajes que su protagonista, Ana Magdalena Bach, hace a una innombrada isla del Caribe para visitar la tumba de su madre cada 16 de agosto, aniversario de su deceso. A pesar de tener un marido que “la trataba con la cortesía y la complicidad de un amante secreto”, en uno de estos viajes Ana Magdalena decide acostarse con un hombre que conoce en el bar de su hotel. Después de esto, cada año seguirá cumpliendo la cita con su madre y buscando una aventura erótica en su viaje ritual. En sus aventuras en la isla tiene ocasión de estar con un criminal buscado por las autoridades, un obispo protestante del que casi se enamora y un desconocido que al final de la noche le deja 20 dólares de deshonra, entre otros episodios. Finalmente, unos años después Ana Magdalena tiene que trasladar los restos de su madre a tierra firme y terminan sus viajes a la isla. A pesar de que la historia y sus capítulos constituyentes están casi listos, las varias versiones que se conservan de la novela demuestran que García Márquez no llegó a tomar decisiones finales sobre la ubicación de ciertas rememoraciones que hacen los personajes, o sobre la edad y nombres de estos. Parece que el esfuerzo que se requería para dejar lista esta novela el autor prefirió usarlo para terminar Vivir para contarla y para Memoria de mis putas tristes, su última novela publicada, de 2004. Y la idea de que un editor o uno de sus hijos la terminara para poder sacarla al mercado es tan ridícula como decir que se puede contratar a un estudiante de arte para que pinte la esquina de un cuadro que no terminó Vincent Van Gogh.
La novela está escrita con un estilo más descriptivo que reflexivo, aunque la protagonista tiene algunos monólogos internos. El español que García Márquez usa aparece moderado en este texto, sin ninguno de los excesos poéticos de novelas anteriores. La acción de la historia está ambientada en el cambio de milenio (lo más adelante en el tiempo que llegó el autor en cualquiera de sus ficciones) y no hay elementos mágicos en la trama, excepto los de la magia propia de la seducción (“siguió besándola mientras le quitaba la ropa pieza por pieza con una maestría mágica de los dedos”, “la asombró la maestría de mago de salón con que la desnudó”). Sin embargo, en algún fragmento afortunado de la narración García Márquez vuelve a hacer uso de sus buenas artes de narrador de feria, como en sus viejas novelas:
“Abrumada por las emociones de aquella tarde vagó sin rumbo ni sentido por arrabales de pobres, y se encontró sin saber cómo en la carpa de un mago ambulante que podía adivinar con su saxo una melodía popular conocida que alguien del público estuviera recordando en silencio. Pocas veces acertaba, pero cuando lo conseguía provocaba un asombro general que le salvaba la noche. Magdalena no se había atrevido nunca a intervenir, pero aquella vez preguntó en broma dónde estaba el hombre de su vida, y el mago le contestó con una imprecisión certera: -Ni tan cerca como tú quisieras ni tan lejos como tú crees”.
Una de las cosas que llama la atención de esta novela es la omnipresencia de las referencias y los comentarios sobre música en la narración. Desde el nombre de la protagonista, hasta el hecho de que es hija del director de un conservatorio y está casada con otro músico, nos parecen indicar que la novela fue escrita mientras García Márquez pensaba continuamente en música, un asunto que siempre dijo que era una importante parte de su vida. Además del nombre y profesión de los personajes, en la novela se muestra que estos siempre están escuchando y comentando música de diferentes autores e intérpretes: Debussy, Agustín Romero, Mstislav Rostropóvich, Edvard Grieg, Agustín Lara, Celia Cruz, Van Morrison, Aaron Copland, entre varios otros. Además, García Márquez puso en boca de los personajes reflexiones sobre música que parecían claramente personales y que incluso ya había expresado en entrevistas (algo que también hizo en Memoria de mis putas tristes): “Siempre había pensado que la obra de un gran músico era inseparable de su destino, y creía haberlo comprobado con el estudio sistemático de la música y las vidas de los grandes maestros […]”.
Pero sin duda el nudo central de esta nouvelle es el tratamiento moral que el autor hace del tema. El adulterio, un tema usualmente asociado con protagonistas varones, es tratado aquí desde el punto de vista de una mujer, quien, a pesar de cuestionarse continuamente la conveniencia de sus acciones, termina entregándose sin remordimientos a su libertad sexual. En la obra de García Márquez abundan los personajes femeninos que viven su sexualidad sin importarles los estándares sociales impuestos. En Cien años de soledad se puede encontrar desde la casta Amaranta, que decide morir virgen a pesar de tener varios pretendientes, hasta la libertina Pilar Ternera, que se acuesta con quien quiere y presta su casa para todo tipo de amantes en Macondo. Y leyendo El amor en los tiempos del cólera se puede caer muy fácilmente en la falacia de pensar que el protagonista masculino, Florentino Ariza, es el único con carta blanca para vivir los desafueros de su cuerpo, cuando la novela también está poblada de mujeres que actúan de la misma manera: Leona Cassiani, la viuda de Nazareth, la poetiza Sara Noriega, o la misma Fermina Daza, quien decidió darse una segunda oportunidad en el amor aun después de haber perdido a su esposo de más de medio siglo.
En En agosto nos vemos la protagonista parece no tener motivos para ponerle los cuernos a su marido (un hombre que no demuestra un solo signo de celos en todo el libro y quien siempre la espera de buen humor después de sus viajes), más allá de la razón que le da a uno de sus amantes de ocasión, que le pregunta por qué lo escogió para irse a la cama con él: “fue una inspiración”. Al parecer, la repetición de historias familiares (otro tema recurrente en García Márquez) también cumple un papel en esta decisión, pues uno de los descubrimientos de Ana Magdalena Bach en el cementerio marino es que otro hombre (posiblemente un amor isleño) también pasa cada año por la tumba de su madre a dejarle flores. Uno de los ejes principales de la novela, entonces, es la relación de Ana Magdalena con su madre muerta y el largo proceso que aquella atraviesa para entender por qué esta pidió ser enterrada en ese lugar. Al final, las visitas a la isla le sirven a la hija para que ella viva y valore su propia libertad en un espacio donde ningún personaje tiene nombre propio y todos están por fuera de las obligaciones cotidianas, del esposo y los dos hijos en el hogar, del invisible lazo que nos ata a nuestra identidad en tierra firme.
Pero En agosto nos vemos no es una novela sobre la infidelidad, de hecho, en uno de los manuscritos el autor tachó esta palabra del texto al momento de hablar de las acciones de la protagonista. Más bien, parece una novela sobre el matrimonio. A pesar de que son esporádicas las interacciones entre Ana Magdalena y su esposo en la trama, estas van ganando en intimidad e intensidad a medida que se aproxima el desenlace. Tanto En agosto nos vemos como Memoria de mis putas tristes, las dos últimas novelas de García Márquez, tienen protagonistas que muestran comportamientos que podrían ser seriamente cuestionados por la sociedad, pero que terminan funcionando bien para ellos, lo que demuestra que la moral pública y las decisiones individuales en medio de esta fue uno de los últimos temas por los que se preocupó el autor. Al final, en estas novelas una ética pragmática y realista termina imponiéndose por encima de los escándalos morales por lo que es considerado prohibido. O como lo expresa la astuta Rosa Cabarcas de Memoria de mis putas tristes: “también la moral es un asunto de tiempo”.