La mala noticia es que los bulos y las medias verdades se convirtieron en parte de la cotidianidad de esta campaña electoral. La buena noticia es que los ciudadanos ya no están tan indefensos.
Ya se sabía que la desinformación y la manipulación iban a ser parte de la cotidianidad en estas elecciones. Pero solo hasta después de los comicios pudimos saber qué influencia iban a tener en la decisión de los colombianos, y cómo iban a influir en el debate electoral.
El balance de quienes seguimos de cerca el fenómeno en estas elecciones es agridulce. Por una parte, la actividad desinformativa fue abundante, pero por otra parte, comenzaron a aparecer esfuerzos para contrarrestarla, y por fortuna, las mentiras no dominaron la agenda de los candidatos.
Para Carlos Cortés, periodista y cofundador del centro de estudios Linterna Verde, “hubo de todo” en términos de desinformación. Casi todos los candidatos fueron víctimas de mentiras que buscaban debilitarlos y distraerlos: videos sacados de contexto o editados de forma maliciosa, textos sin evidencias o fotomontajes, por ejemplo.
“Lo más común es la tergiversación de información, o simplemente publicaciones sin fuentes ni hechos,”, dijo el periodista César Molinares, quien cubrió las elecciones para Colombiacheck, un medio especializado en verificación de información.
Alrededor de estos contenidos se fueron montando discursos que pretendían descalificar a los candidatos, los cuales fueron impulsados —según el reportero— por un gran volúmen de usuarios que los difundieron en redes sociales. “A la gente no le importa replicar mentiras,” dice.
Para Pedro Vaca, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), las campañas jugaron un doble juego con relación a estos contenidos mentirosos. “Los candidatos sabían que había noticias falsas que se movían a favor de sus intereses, pero se mantenían al margen,” asegura.
A pesar de que a algunos candidatos les tocó salir a disculparse luego de difundir mentiras sobre alguno de sus rivales, esta vez no hubo un bulo que se convirtiera en el centro del debate electoral. “Las falsas noticias tampoco fueron tan protagónicas, el debate estaba en otro lugar,” opina Vaca. Cortés, por su parte, tampoco ve “una narrativa de noticias falsas que haya cabalgado en la campaña.”
Esto se debió, en parte, a los esfuerzos de muchas organizaciones y medios de comunicación por atajar la desinformación que circulaba en redes sociales y servicios de mensajería. “Hay un ánimo mucho más proactivo y rápido de parte de la ciudadanía en desmentir rápidamente, en aclarar, en responder a los contenidos tergiversados o mentirosos,” dice Fabián Hernández, investigador de la Misión de Observación Electoral (MOE).
Una comunidad que consumió una mentira tiene una altísima probabilidad de nunca tener acceso al contenido que la desmiente: Fabián Hernández, MOE
La buena noticia es que, de alguna manera, esta especie de ‘veeduría ciudadana’ hizo que mejorara un poco el nivel de la discusión, y que los candidatos tuvieran que hablar con mayor claridad. A juicio de Vaca, “con un debate público, se puede lograr que algunos de los conceptos creados con desinformación caigan en desuso.”
Pero la mala noticia es que no parece que esos esfuerzos cumplan con su objetivo de evitar que las personas crean en la desinformación que les llega. “Una comunidad que consumió una mentira tiene una altísima probabilidad de nunca tener acceso al contenido que la desmiente,” explica Hernández.
Las mentiras y los desmentidos se difunden solo en ciertos nichos, pero esos nichos se hablan muy poco entre sí. Además, “muchas personas probablemente no van a creer en los desmentidos,” dice Hernández, lo que muestra el reto de combatir la desinformación en ambientes tan polarizados como el nuestro.
En suma: si bien en estas elecciones los desinformadores organizados siguieron haciendo su trabajo, la sociedad civil, los medios de comunicación y los ciudadanos comenzamos a generar algunos anticuerpos. El reto es, por un lado, lograr difundir los desmentidos de una manera más efectiva, y por otra parte, encontrar una manera de que la polarización no frustre el acceso a una mejor información.
La teoría dice que los ciudadanos votan según la información que tengan disponible. Ese era el principal miedo: que una operación bien coordinada de desinformación cambiara las intenciones de los ciudadanos.
A estas alturas, es difícil saber en qué medida ocurrió eso. “La desinformación se vuelve un ingrediente adicional, pero no el único,” dijo Vaca. Las personas enfrentan los contenidos con sus propias ideas y prejuicios, y es demasiado pronto para entender si estos cambiaron.
Cortés especula que, a diferencia del plebiscito de 2016, donde las posiciones eran binarias y claras, esta vez el efecto de la desinformación es más difuso. “Creo que al estar más disperso en nombres y campañas no se puede medir el impacto de la misma forma. Fue como un fuego cruzado de todas partes.”
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