No sé a ciencia cierta si con la lectura de algunas obras de un escritor pueda llegarse a una historia directa del autor, o mejor, se pueda conocer la persona que las escribe; el narrador y el creador de mundos de ficción y realidad como lo fue Gabo. He intentado leer su autobiografía pero la verdad no tuve la disciplina para hacerlo a consciencia. También leí detalladamente El olor de la guayaba, de Plinio Apuleyo Mendoza para acercarme más a él, y el especial de la revista Semana.
García Márquez partió de este mundo tan cambiante y controversial, que poco importan sus debilidades humanas: si era político, un mentiroso tomador del pelo o realmente un hombre muy serio; lo cierto es que fue un gran lector, periodista, escritor, gestor cultural e intelectual como muy pocos en nuestro país. Hizo parte del nuevo bum de escritores latinoamericanos y nunca se interesó por aparentar o tener un alto estatus social (despreciaba el oro por ejemplo), por el contrario me enamoré de Gabo cuando supe que se hizo a pulso, que salió de la nada, de un pueblito llamado Aracataca, Magdalena, al que tuve la fortuna de visitar.
Gabo era sin duda un ser humano integral y como todo escritor, fue primero un gran lector. Llegué a la conclusión que no necesito haberlo conocido o entrevistado personalmente para tener una historia con él, ya que nunca pude mirarlo a los ojos, pero si encontré su mirada y su alma en sus novelas, cuentos y en su ejercicio periodístico... pude acercarme a algunos de sus reportajes y crónicas, además he podido escuchar su voz en las entrevistas (las que a él le hicieron).
Les contaré cual fue mi historia con Gabo, es decir, con su obra. Mi historia con él comenzó a muy temprana edad, tenía yo 15 años cuando leí Cien años de soledad y no pude dejar de leerlo en menos de una semana, casi ni quería comer ni dormir. Ese libro, como si tuviera brazos, me atrapó. Esa lectura no hacia parte de mis deberes curriculares, entonces fue toda una aventura, fue como la entrada de Alicia en el país de las maravillas, un mundo nuevo, inimaginable. Ese mágico pueblo del caribe llamado por el autor Macondo, difícil de olvidar por su musicalidad, tal como se lo dijo a la reina de Noruega, cuando fue a recibir su premio Nobel de Literatura: “mi hobby es ser un escritor, yo realmente soy es un músico”. Para él Cien años de soledad era un vallenato muy largo. Con su excelso sentido de humor, Gabo convirtió a Cien años de soledad en un vallenato largo, un pueblito cualquiera convertido en un universo por su magistral composición, el pueblo de la soledad, la tristeza, la injusticia, la violencia. Esa novela universal, es la descripción de la vida misma que no puede reducirse a una región, a una ciudad, a una cultura local, sino a un universo de posibilidades, sentimientos y costumbres.
Ya en mi edad madura como aspirante a lectora de alto nivel (con el grupo de lectura del Centro de Historia de Bello), pude explorar algunas de sus obras más reconocidas: El coronel no tiene quien le escriba, La hojarasca, La mala hora, Crónica de una muerte anunciada, Los funerales de la mamá grande, Doce cuentos peregrinos, Memoria de mis putas tristes, que hicieron acercarme más a su mundo, y reconciliarme con el amor y con la ternura como en El amor en los tiempos del Cólera, que era para Gabo más que una novela, todo un bolero. Gracias a él pude reencontrar un sentimiento que me ha dado en la vida, más tristezas que alegrías.
Sencillamente, mi historia con este escritor surgió de un interés en tres disciplinas: la literatura, la historia y el periodismo, disciplinas en las que Gabo se movió como pez en el agua, gracias a su entrega y disciplina, después de haber renunciado a ser abogado como quería su padre.
Gracias a la renuncia que hizo logró ser el único premio nobel de literatura de Colombia a la fecha. Aprovecho esa oportunidad para apoyar y promover el periodismo independiente, crítico, cultural y El Cine en la región Latinoamericana.
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