Entrevista con la periodista e historiadora colombiana Diana Uribe.
Colombia es un país radial. Pese al atractivo de la televisión, la persistencia de los periódicos y el auge del internet, los colombianos conservan intacto su hábito de encender la radio todos los días. Se oyen sonar los transistores en las madrugadas, mientras las jarras de café se enfrían sobre las estufas; también dentro de los buses y los carros que van repartiendo gente hacia sus lugares de trabajo. Incluso en las noches más solitarias y tranquilas, cuando se supone que el país duerme, un ejército de vigilantes, porteros, policías, meseros, médicos y taxistas se mantiene fiel a la sintonía. Por eso no es de extrañar que a sus 60 años, después de dos décadas conversando sobre historia en las emisoras, la periodista Diana Uribe (Bogotá, 1959) se haya convertido en un referente nacional.
Su voz es tan famosa que muchas personas no la reconocen cuando la ven sino después de escucharla hablar. “La Historia del Mundo”, su programa radial más célebre, fue transmitido sin falta todos los domingos desde las once de la mañana hasta el mediodía durante dieciocho años. Miles de colombianos dedicaban una hora de su día de descanso para adentrarse en la Conquista, la Ilustración, la Revolución Francesa o la Independencia de los Estados Unidos. Diana Uribe es, en gran parte, la responsable de que los lunes los estudiantes de bachillerato citen a Diderot en las clases y en las barberías los barberos hablen de Robespierre frente a sus clientes, con la cuchilla de afeitar en las manos.
El 21 de octubre de 2018, cuando su programa fue sacado del aire por Caracol Radio debido a “razones empresariales”, ella creó su propio podcast en internet, DianaUribe.fm, y continuó narrando la historia del mundo en el horario habitual. Hasta la fecha lleva veinticuatro episodios bajo este nuevo formato y sus oyentes no han disminuido, quizás porque el podcast es el hermano gemelo de la radio que crece en el internet. O tal vez porque, finalmente, este país radial empieza a ceder su trono a nuevas tecnologías. Uribe es más conciliadora: “Siempre que entramos en un punto nuevo de un salto tecnológico hay entusiasmo, curiosidad, reticencias y suspicacias”, dice en su Episodio 1, “pero al fin y al cabo esto sigue siendo la voz humana, y la razón por la cual la radio se volvió tan importante y tan popular es porque la gente escucha voces, y cuando escucha voces, ya sea por la radio o los podcasts, se siente acompañada”. En el fondo, que la radio se desvanezca parece no preocuparle demasiado: “Cuando apareció el fonógrafo, la gente pensó que se iban a acabar las orquestas, porque ya para qué iban a haber orquestas si las podía escuchar en un disco. Cuando apareció el Kindle, la gente pensó que iban a desaparecer los libros, que ya no se iban a volver a imprimir. Cada vez que hay una novedad tecnológica se piensa que el mundo como existía antes va a desaparecer y resulta que coexisten muchas maneras de comunicarse y de narrar”.
Mi cita con Uribe es a las 10:00 am, una hora antes de su programa. Seguramente ya lo ha grabado. Tiene una ropa fresca para combatir el calor de Cartagena y las muñecas adornadas con manillas y brazaletes indígenas. Cuando le digo que vengo del Centro Gabo, confiesa que admira a Gabriel García Márquez y que su novela Cien años de soledad es el mejor libro que ha leído en la vida.
Porque ese libro son muchos libros. Yo lo he leído unas cuatro veces y en cada una de esas lecturas sentí un libro diferente. Es como un caleidoscopio que siempre tiene algo nuevo que mostrar. Por ejemplo, el año pasado, cuando hice un especial de Cien años de soledad, su relectura me condujo hacia unas reflexiones importantísimas sobre la historia de Colombia.
Los debates que se plantean entre el coronel Aureliano Buendía y Don Apolinar Moscote son los debates que aún estamos intentando resolver en este país. García Márquez los escribió con un nivel de actualidad impresionante y una prosa que parece renovarse sola, como si hubiera entendido una cosa demasiado esencial en los colombianos. Hay momentos extraordinarios en ese sentido: el concepto de la guerra del coronel Aureliano Buendía, en especial cuando dice que a veces es más difícil terminar una guerra que empezar otra, o la forma como Arcadio se convierte en un tirano habiendo deseado ser un liberador. Poco a poco tú vas entendiendo la diversidad de las mentalidades y las ideologías, el respeto por los códigos y las historias de otras personas. Una de las tantas lecciones de la novela es que no se puede convivir en Macondo si desconoces al otro o si el otro te desconoce a ti. Todo eso encaja cuando lo llevas a la historia de Colombia.
Recuerdo que en Inglaterra, hace muchos años, se decía que era el libro de ficción más vendido. Yo, aunque no estaba familiarizada con la categoría de ficción, decía “eso no es ficción, eso en realidad nos pasó”. Basta con echar una ojeada a los pescaditos del insomnio y del olvido.
Después de la primera lectura, cuando se supera el asombro de lo que va a pasar, Cien años de soledad ofrece otro tesoro: el asombro de cómo eso que tú sabes que va a pasar te sigue diciendo cosas y te sigue decodificando la realidad. Es casi una obra para descifrarnos y poder entendernos. García Márquez la imaginó con mucha lucidez y clarividencia. Pienso que allí se encuentran las claves para comprender la guerra, el amor y la evolución de los pueblos en Colombia.
Paradójicamente, la ficción nos describe con mucha más veracidad que las noticias. Es en la ficción desde donde se puede abordar de una manera rigurosa nuestra realidad. Fíjate que en América Latina, más allá de otras disciplinas, lo que ha podido hacernos entender nuestras almas y hacérselas entender al resto del mundo es la literatura. Eso también es lo que decía García Márquez en su discurso del Nobel, La soledad de América Latina. Allí comentaba que la soledad consistía en no podernos imaginar y en no ser imaginables para otros pueblos. La literatura calma esa soledad. Desde la ficción se explora el continente con mucha más serenidad y mucho más corazón, pues la ficción no tiene la intención de engañar al lector. Ella misma te advierte que es una narrativa. En cambio las noticias, cuando son “noticias falsas”, tienen la intención política de desorientar y vender una idea que pueda modificar el comportamiento de las masas. Las “noticias falsas” son conductismo, están hechas con una perversidad ideológica y un veneno deliberado.
Así es. Las “noticias falsas” buscan generar votaciones a partir de sentimientos terriblemente básicos como el miedo, el odio y la intolerancia. Son una especie de polución de la información. Pero, ojo: no son cosas que flotan en el aire, son cosas planeadas y deliberadas. La ficción es todo lo contrario: su representante, la literatura, es el exorcismo del alma. La literatura es la capacidad de iluminar el espíritu a través de las letras; su intención es esclarecer el corazón, no confundirlo.
La historia sirve para muchas cosas. Saber de dónde venimos y dónde estamos parados son buenos ejemplos de ello. Todos somos sujetos históricos. Tú, que naciste en la última década del siglo XX, junto con las generaciones que nacieron en el siglo XXI, tienen una relación con la tecnología que es completamente histórica porque nacieron en el momento en que el mundo se hace digital. Eso los hace especial. Si nacían después, cuando todo fuera digital, no hubieran sentido esa transición. Por otro lado, haber nacido mujer, en Colombia, en una parte de la historia, determina que yo sea de esta forma o de otra. En el fondo, todos somos resultados de diversos procesos históricos y asumirlo así nos ayuda a entendernos. La idea de que uno está totalmente aislado y vaga en el aire y trata de encontrar respuestas sin encontrar contextos no es muy útil que digamos. La historia ayuda a entenderte como persona, te enseña las coordenadas para saber quién eres y te da un cierto número de caminos para recorrer. La historia te dice: “si te vas por aquí, esta vaina se hunde, te recomiendo que cojas otra ruta”. La historia es un cúmulo de experiencias humanas que nos enseña a no repetir nuestros errores y que nos muestra también por qué se repiten.
¡Por supuesto! La historia debería ser la primera fuente de toda carrera universitaria. La misma historia de lo que vas a estudiar te va a revelar el por qué lo estás estudiando. Uno debería empezar Biología, digamos, con una historia de la biología, o Medicina con una historia de la medicina. Yo he tenido la oportunidad de dictar conferencias sobre la historia de la medicina desde la filosofía y eso les produce mucho asombro a los médicos porque la correlación de variables entre cultura, filosofía y medicina no es la que a ellos les enseñan. A ellos los forman con los contenidos de su quehacer, pero no en la gran pantalla de lo que eso significa en determinado tiempo. En cada carrera universitaria debería aprenderse la historia de su propia disciplina y un poco de la historia universal de por qué eso se da así y no se da de otra manera.
Nos falta mucho, muchísimo por desarrollar. Es muy temprano para hacerse esa pregunta. Todavía hay bastante por resolver. El otro día estaba en una charla donde me estaban contando del Chiribiquete, de cómo esas pinturas que están allí tienen veinte mil años de historia y de cómo hay ahí una historia que no se ha contado. Yo no le declararía un apocalipsis a Colombia por la pura curiosidad de la cantidad de cosas que nos falta por vivir y hacer… Entonces yo proyectaría tu pregunta al futuro cuando descubramos y aprendamos más de lo que somos, cuando por fin nos sintamos contentos y orgullosos con nuestra manera de ser y de vivir.
Sí, claro. Yo no le pongo apocalipsis a nada. En otras épocas hemos vivido tiempos difíciles y los hemos superado.
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