Palabras pronunciadas por el escritor colombiano en Ciudad de México el 22 de octubre de 1982 tras recibir la Orden del Águila Azteca del gobierno mexicano.
Recibo la orden del Águila Azteca con dos sentimientos que no suelen andar juntos: el orgullo y la gratitud. Se formaliza de este modo el vínculo entrañable que mi esposa y yo hemos establecido con este país que escogimos para vivir desde hace más de veinte años. Aquí han crecido mis hijos, aquí he escrito mis libros, aquí he sembrado mis árboles.
En los años sesenta, cuando ya no era feliz pero aún seguía siendo indocumentado, amigos mexicanos me brindaron su apoyo y me infundieron la audacia para seguir escribiendo, en circunstancias que hoy evoco como un capítulo que se me olvidó en Cien años de soledad. En el decenio pasado, cuando el éxito y la publicidad excesiva trataban de perturbar mi vida privada, la discreción y el tacto legendario de los mexicanos me permitieron encontrar el sosiego interior y el tiempo inviolable para proseguir sin descanso mi duro oficio de carpintero. No es, pues, una segunda patria, sino otra patria distinta que se me ha dado sin condiciones, y sin disputarle a la mía propia el amor y la fidelidad que le profeso, y la nostalgia con que me los reclama sin tregua.
Pero el honor que se confiere a mi persona no sólo me conmueve por tratarse del país donde vivo y he vivido. Siento, señor presidente, que esta distinción de su gobierno honra también a todos los desterrados que se han acogido al amparo de México. Sé que no tengo representación alguna, y que mi caso es todo menos que típico. Sé también que las condiciones actuales de mi residencia en México no son las mismas de la inmensa mayoría de los perseguidos que en esta última década han encontrado en México un refugio providencial. Por desgracia, perduran aún en nuestro continente tiranías remotas y masacres vecinas que obligan a un destierro mucho menos voluntario y placentero que el mío. Hablo en nombre propio, pero sé que muchos se reconocerán en mis palabras.
Gracias, señor, por estas puertas abiertas. Que nunca se cierren, por favor, bajo ninguna circunstancia.
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