La obra de García Márquez la vi en la biblioteca de mi casa un buen tiempo, desde El Otoño del Patriarca en las repisas del estudio. Luego apareció Crónica de una muerte anunciada en televisión algún día festivo de los años 90, pero fue en Barranquilla, mientras leía El General en su laberinto, lo que me llevó a leer más acerca de la obra del nobel de literatura y a conocer personajes como el viejo general Lorenzo Cárcamo, o José María Carreño, aquel militar que era un guerrero total así tuviera un brazo cercenado durante la guerra de independencia.
Y cómo dejar atrás la historia del capitán Agustín Jerónimo de Iturbidem el hijo del emperador de México exiliado en Colombia, que con sus cantos de nostalgia y dolor aturdió la tranquilidad del río Magdalena, tumbó de la hamaca a toda la escolta del libertador, pero que fue a Bolívar a quien compadeció y le pidió que siguiera cantando.
Esa forma de relatar el recorrido que tuvo Simón Bolívar en sus últimos días, esos recuerdos en los cuales menciona a aquellos próceres de los que hoy en día ni el nombre tenemos en cuenta, ese tipo de detalles fueron los que me llevaron a continuar leyéndolo.
Esas menciones fue la inspiración para desempolvar a esos guerreros, los próceres que lucharon por la independencia de una nación, pero es de destacar que en Colombia son muy pocos los que se recuerdan como Santander, Nariño y el mismo Simón Bolívar.
Y así llegó Cien años de soledad, un libro que todos leían y así lo haya tenido en mis manos preferí dejarlo a un lado muchas veces, quizás por no saber de lo que me estaba perdiendo, solo con leer la primera parte pensé en un comienzo que sería igual a la última travesía de Bolívar, pero no. Era otra guerra, en otro momento y distinta época.
Y ahí mientras leía una y otra vez la historia de los Buendía, especialmente la del coronel Aureliano, fue cuando encontré esa guerra olvidada por el país entero y recordada simplemente por una de las mayores consecuencias de ella, como lo fue la separación de Panamá.
Esa guerra fue la de los Mil Días. Y aunque en Cien años de soledad se relatan otros hechos de la historia no muy agradable de Colombia, como lo fue la masacre de las Bananeras en 1928, fue esa guerra la que me atrajo al libro, y sobre todo a rescatar a los combatientes de ella del olvido en el que se encuentran.
Por esta razón terminé escribiendo en Facebook las memorias de ellos que he ido encontrando a lo largo del tiempo en lugares como el Archivo General de la Nación, las anécdotas de los mayores y otras cosas, y aunque en esa red social se llama simplemente “La Guerra de los Mil Días (1899-1902)”, ese proyecto se llama “Los viejitos buscan su gloria”.
Esa parte de mi investigación histórica se la debo a García Márquez, quien a través de ese recorrido histórico de esa también llamada revolución de los tres años di con el paradero de su abuelo, el coronel Nicolás R. Márquez Mejía, y la verdadera razón por la cual nunca llegó la carta que estuvo esperando hasta 1937 el año en que murió.
Actualmente, buscando la razón del buen periodismo colombiano encontré otro gran detalle, todos o la gran mayoría de los periodistas colombianos han tenido gran admiración por él y quienes lo conocieron más aún.
Relatos como el del marino Velasco y la Noticia de un secuestro y la estancia clandestina Chile del director de cine Miguel Littín, son algunos de los escritos que para mí perduraran en la memoria de muchos de ellos y la conexión quizás eterna de Gabo con el periodismo.
Esa es mi relación literaria con Gabo. Aunque no lo conocí personalmente, sus libros me mostraron de una forma real y de cierto modo fantástica la historia reciente del país, la desconocida, y me hicieron rescatar a aquellos olvidados con un apelativo como el de “viejitos”, pero eso es sencillamente en honor a un amor que existe con una locura pero de la buena.
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