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La Estrella Norteña


Autora: Mariana Navarrete Villegas

Redacción Centro Gabo

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La voz de la Estrella Norteña se está rompiendo en pedacitos otra vez, caen al suelo y nadie los ve. Unas pestañas largas bien pegadas en sus párpados le tapan las lágrimas silenciosas que le sacan las canciones de despecho sobre mamá e hijo. Castrejón coloca una mano sobre su pecho y con la otra se acomoda sus extensiones de rizos negros debajo de su sombrero favorito, ese con una Virgen de Guadalupe cosida por dentro. Traga saliva y sigue cantando “Yo Te Esperaba,” de Alejandra Guzmán. El mundo es como es / Y no puedo cambiártelo / Pero siempre te seguiré / Para darte una mano.

Sonia siente tanto la música que canta, pero es sábado y su show apenas está comenzando, cantando en el cumpleaños número siete de Lucy, una de sus más grandes fans que baila de la mano de sus papás mexicanos frente a sus invitados. Tiene que aguantarse. Sobre la pista de baile, al lado del vals de Lucy, niñas en vestidos pomposos de princesa juegan a atrapar las luces de colores proyectadas en las paredes. En las mesas de alrededor, unas mamás susurran entre sí que se les hace conocida La Estrella, de seguro de la iglesia de la esquina, del Facebook, o tal vez de una comadre que participó en uno de sus talleres de costura. Junto a las mamás, hay un grupo de señores con sombrero y botas tejanas sentándose herméticos, frunciendo sus cejas, cruzando brazos.

El canto ronco y potente de la Estrella retumba desde el sótano del edificio -donde vive y es superintendente-, hacia las calles de un rincón de Bushwick, en el condado de Brooklyn, Nueva York. Al abrir la puerta que da al sótano, el calorcito de su voz y su carisma ambientan el espacio, junto con el olor a taquitos dorados de queso, costilla de cerdo en salsa verde y tequila. La Estrella no es la única cantante local presentándose en fiestas como la de Lucy y eventos de la comunidad. Pero sí fue de las primeras hace 15 años, que aparte de cantarle a la gente, le costura y arregla la ropa, y esto le ha dado cierta notoriedad. Cuando llegó a Estados Unidos en 1998 nunca se imaginó que se presentaría en el 2024 frente a casi 500 personas en el Festival Latino Pocono de Pensilvania, el show más grande hasta ahora en el que ha cantado.

Mientras Sonia ve a la cumpleañera bailar, recuerda a sus dos hijos. Recuerda que sus múltiples trabajos como jornalera los hace por ellos, y los de cantante, para ella. La fiesta apenas está comenzando a las diez de la noche, y le toca una larga jornada de cantar boleros, cumbias, corridos, rock, hacer chistes y dirigir la fiesta hasta que se acabe. Los sábados son su día de descanso.

Por ahora, empaca apio en una bodega como su ingreso principal de 9 a 5. Pero antes trabajaba en construcción, demolición, vendiendo desayunos Herbalife y en servicios de limpieza. Si le sale algún evento para cantar, o de costura, o de otro trabajo de jornalera, acomoda todo para hacer todo. En cuanto termina el vals, y el acompañante de Castrejón, César Martínez sacude el instrumento del güiro (tas, tas, tas), la gente se va soltando. El papá de Lucy reparte margaritas con chile escarchado en los bordes. Los señores con tejanas y sombreros aflojan la mirada, aplauden, sacuden la pierna, y ríen con los chistes de Castrejón. Las niñas princesas bailan y tararean en espanglish las canciones rancheras del brazo de sus mamás. El sótano se vuelve un lugar de goce y disfrute.

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El show de la Estrella Norteña es como una curita, bien pegada, en el ajetreo de la ciudad hostil. De la capital del mundo, que a su vez diversa y cosmopolita, tiende a seguir discriminando y arrinconando a quienes no son de ahí. Desde pequeña cantaba en iglesias del estado de Michoacán, su lugar de nacimiento. Luego en el Estado de México donde vivió hasta sus 19 años. Al llegar a Nueva York, después de lidiar con coyotes, ver secuestros, y cruzar la frontera, buscó de inmediato un coro de iglesia para seguir cantando, donde participa hasta la fecha. Al ser parte de la iglesia, de la librería local bilingüe Mil Mundos, y de cantar en eventos comunitarios, y en fiestas familiares, Sonia es como un órgano vital en este sector de la ciudad, quizá no el más visible, o famoso por ahora, pero sí uno necesario para la gente.

Lo único y especial de estos espacios que dirige Sonia no es solo que los anfitriones dan fruta picada con chile Tajín en el mismo plato que tiene arroz rojo esponjoso y pastel de tres leches. También, que ella cuida a su audiencia, atendiendo su oído, su gusto musical, y abrazándolos un canto a la vez. Nueva York como tal no es una ciudad donde se produzcan artistas de música regional mexicana, y menos mexicanas. El sur del Bronx y Harlem son cunas de la salsa y el hip hop, y en otras partes de Manhattan creció el jazz y el punk rock. Castrejón es una de las pocas joyas locales del regional mexicano en la Gran Manzana.

Sonia tiene un collar con colmillos colgando que no se quita nunca porque son amuletos de la suerte, parecen garras. Tendría sentido por cómo ella quiere que la vean de a ratos. Hay noches que la hace como “La Diva de la banda” Jenni Rivera, otras, como las cantantes Ana Gabriel o Rocío Durcal, si predominan canciones de despecho. La Estrella Norteña elige ser quien ella quiera ser. En los estados fronterizos de este país han surgido más artistas de estos géneros. Selena, en Texas, es el ícono moderno que demuestra cómo la música es un diálogo entre fronteras. Por ejemplo, Como La Flor es de las canciones favoritas de Maya, la hija menor de Castrejón, nacida en Estados Unidos y que nunca ha pisado tierras mexicanas. El publicista mexicano Mario Larios, de distintos artistas que cantan música de regional, dice que esta música es como un lazo familiar de memoria transnacional. “Te topas con nuevas generaciones que no hablan español, pero aún así empiezan a escuchar el regional mexicano porque se acuerdan de sus papás, de sus abuelos,” explica Larios. La Estrella va haciendo posible esa memoria en la comunidad.

Al haber sido publicista de la cantante Mexico-Americana Jenni Rivera y su familia, Larios cuenta que ella se adueñaba del escenario con su carisma, voz y sentido del humor. Para que Castrejón cargue con la batuta de Jenni Rivera, pero en Nueva York, se tiene que tener las botas y los pantalones bien puestos. Y un carácter firme, con tacto comunitario, como el de Sonia.

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“Cuando yo le canto aquí a las mamás, ay, no se me hace el corazón así,” dice Sonia, al hacer su mano en forma de puño, como si ese fuera su corazón y se hiciera chiquitito. Castrejón lleva más de 20 años sin ver a su mamá y tiene un vacío en el pecho por su ausencia. Recientemente le tocó cantarle a una señora en su cumpleaños número 80, y se imaginó a su mamá sentada ahí, viéndola cantar con toda la producción de luces, vestuario, y sonido como La Estrella Norteña.

“Porque quiero cantarle a mi mamá y no puedo, no es lo mismo cantarlo por teléfono que en vivo. Perdón, perdón,” es la segunda vez que se disculpa por llorar. Desde que vivía en México, cantaba y su mamá fue su primera audiencia. Ahora, con luces, equipo de sonido, DJ, ingeniero de audio y su acompañante con el instrumento del güiro, Sonia dice que su mamá no la reconocería porque ahora le canta al ‘mundo.’ En ese mundo, su especialidad, dice, son las adultas mayores y las niñas latinas en Nueva York. Sus botas de la suerte, negras con tacón filoso, son un regalo de una amiga ecuatoriana que se las trajo desde Ecuador. Sonia las usa cuando va a un espacio nuevo, cuando está nerviosa o cuando quiere un golpe de suerte. Solo las utiliza en ocasiones especiales.

Mientras Sonia cuenta sobre el vacío en el pecho que tiene por la ausencia de su madre, la puerta se abre. Nos interrumpe su vecina vietnamita de 27 años, Uyen. La visita seguido. Esta vez Uyen le pide a Sonia que le ajuste unos pantalones que le quedaban largos, ya que ella es chaparrita casi de la misma estatura de Sonia. Castrejón le dice que sin problema. Mide con los dedos la medida que Uyen pedía y la pasó a la máquina de coser.

“¿Quieres té o galletas?” le pregunta en inglés.“¿Estás bien? ¿Cómo va la semana?”

A Uyen le gusta la música que canta Sonia, aunque no se sepa la letra porque sabe muy poco español. La primera vez que la vió en los pasillos de su edificio, le dijo: “Me gusta tu outfit.”

El vestuario de Sonia para sus shows incluye botas, falda o pantalón, saco, todo con brillos y barbitas que bailan y cuelgan a propósito, para proyectar un estilo norteño. 

Uyen lleva conociéndola mas de un año y ve las distintas partes de la vida de Sonia, como madre, costurera y cantante. Ha cuidado a la hija más chica de Sonia, Maya, varias veces los fines de semana, en lo que Sonia canta de show en show.

“Pienso que encargarse de dos hijos sola es muchísimo, y le tengo mucho respeto por eso, pero sigo pensando que no es algo fácil. O como si fuera simplemente algo que las mujeres hacen, ¿sabes? Quisiera que Sonia se cuide y sea feliz”, Uyen susurra en un inglés rápido para que Sonia no la escuche. Sonia calentaba té para las tres en la cocineta del fondo de la librería.

La Estrella la vio de reojo y le lanzó un guiño. “Deja sigo con tu pantalón antes de que te vayas a dormir”, le dice a Uyen, corriendo hacia su máquina de coser.

Unos sorbos de té después, entran otras dos señoras.

Las señoras dejaron una bolsa de ropa, platicaron, le dieron pan recién hecho a Sonia, y ella detuvo su máquina de costura para chismear con ellas. El taller de costura nocturno se convierte en una sala de terapia con cumbia de fondo.

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El sótano de Sonia es su santuario, donde pasa la magia. Tiene un mural de su cara pintada que, según Castrejón, la pintó un “boricua esquina.” Al lado del mural, tiene un póster gigante de su reina, diosa y santa: Jenni Rivera. En la otra esquina, cuelgan seis sombreros que utiliza en sus shows, rodeados de lucecitas.

Todos los viernes en la noche, su ingeniero de audio, Gonzalo Ríos y Martínez con el güiro, ensayan con Sonia. Ambos formaban parte de otros grupos musicales y decidieron dejarlos hace un par de años para formar parte del equipo de La Estrella Norteña.

Ríos se animó a cantar al final del ensayo una cumbia lenta dedicada a Sonia. “Sonia siempre está ahí, no duda en apoyarnos nunca, nunca,” me asegura Ríos.

Mientras Ríos cantaba, Sonia se sentó a escucharlo y aplaudirle. En el ensayo, Sonia llevaba puesta una falda con estampado de leopardo feroz, con una abertura en la pierna. Se le asoma el tatuaje de un ave fénix colorido. Usaba tacones negros con tacos cortos y filosos. Llevaba ya tres horas cantando y fue la primera vez que la vi sentarse.

Por lo menos una vez a la semana ese sótano es su escenario, aparte de eventos comunitarios organizados por colectivos locales, cumpleaños o bodas. Pero espera, en un futuro cercano, ir a grandes escenarios y que sus hijos la vean, estén orgullosos de ella.

Sus compañeras de trabajo que la han escuchado cantar empacando apio, mientras rellenaban una pared de cemento, o costurando una blusa favorita para que le quede a la medida.

Y claro, espera que su mamá la vea cantar en vivo algún día.

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