Trece reflexiones del escritor colombiano sobre su novela de Simón Bolívar.
Entre septiembre de 1987 y enero de 1989, Gabriel García Márquez escribió su octava novela, El general en su laberinto, un libro sobre el último viaje de Simón Bolívar por el río Magdalena y su muerte en la quinta de San Pedro Alejandrino. Desde su publicación en marzo de 1989 fue una obra que azuzó discusiones y polémicas entre escritores, historiadores y políticos de distintas partes del mundo, pues pretendía retratar a Bolívar más allá del mito y desde una visión caribe.
La novela fue la segunda que García Márquez escribió en computador (la primera fue El amor en los tiempos del cólera). Para su elaboración, el autor recurrió a los miles de cartas escritas por Bolívar a lo largo de su vida y a la correspondencia de sus allegados. También contó con la ayuda de escritores, historiadores, lingüistas, políticos, geógrafos y astrónomos, quienes le suministraron datos imprescindibles para dotar al relato de rigor histórico y garantizar su verosimilitud. En sus “Gratitudes”, un pequeño texto al final del libro, García Márquez destaca los aportes del escritor Álvaro Mutis (autor de El último Rostro, una historia que inspiró a Gabo a escribir su novela de Bolívar), los historiadores Eugenio Gutiérrez Celys, Fabio Puyo, Gustavo Vargas, Vinicio Romero Martínez y Francisco Pividal, el lingüista Roberto Cadavid, el expresidente colombiano Belisario Betancur, el economista Francisco de Abrisqueta, los diplomáticos Jorge Eduardo Ritter y Aníbal Noguera Mendoza, el geógrafo Gladstone Oliva y el astrónomo Jorge Pérez Doval.
Con la escritura de El general en su laberinto, García Márquez dejó un testimonio literario de su obsesión con en torno a la vida y el pensamiento de Bolívar. En el Centro Gabo hemos seleccionado trece reflexiones suyas sobre esta novela. Las compartimos contigo:
El general en su laberinto es un reportaje, lo que pasa es que todo lo que no está documentado es inventado, que es todo el viaje por el río Magdalena, porque Bolívar no escribió nunca en la vida sobre esto, y da la casualidad de que es un viaje que conozco mucho porque lo hice siempre durante todo el bachillerato y entonces me quedaba de papayita.
“¡Carajo!, hagamos algo y punto”. El País, marzo de 1996.
En las cartas de Bolívar, en los testimonios de sus contemporáneos, en todo lo que tiene que ver con él se descubren las contradicciones de su carácter. La mayoría de sus biógrafos escogieron un aspecto de su personalidad y descartaron los otros para construir un hombre homogéneo. Yo pensé que lo justo era construirlo como era, atormentado por las dudas, menos por una: su idea de una América integrada y autónoma. Así que este libro debe ser un paraíso para los cazadores de contradicciones.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
Lo más difícil de todo es saber atornillar las mentiras. En el caso de El general en su laberinto, todo es riguroso. No hay un instante de El general que no pueda ser comprobado con los cinco tomos de sus cartas, su bibliografía y su testamento. Los huecos históricos son complementados y enriquecidos con escenas amorosas.
“Gabo, el otro”. El Colombiano, septiembre de 1996.
El problema principal para una novela como esta es que aun quienes quieran estudiarla en profundidad desde el punto de vista histórico –salvo los más grandes especialistas– no tendrán a la mano los documentos para una evaluación seria. Ni siquiera para establecer qué es ficción y qué es realidad, o hasta qué punto esta ha sido respetada. No ha sido escrita todavía una historia de Colombia profunda y orgánica que permita una confrontación como esa, a no ser que se recurra a los casi doscientos libros y a la documentación frondosa y dispersa y muchas veces contradictoria que tuve que acumular y escudriñar durante varios años. Sería como volver a escribir el libro.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
Cuando decidí escribir El general en su laberinto, empecé a examinar mis conocimientos y dije que no tenía conocimientos suficientes para escribir ese libro sin dedicarme a un estudio profundo de Bolívar, a través de sus cartas. Porque sus cartas, sus cartas de alguna manera revelan mucho más que todo lo que se ha escrito sobre él y que sus propios discursos. Y a partir de las cartas empecé a estudiar la personalidad. Cuando estaba terminando el libro, podía discutir con cualquier académico de la historia o con cualquier bolivarista, y de hecho lo hice, y discutía con ellos de igual a igual, hasta el momento en que terminé el libro.
“Entrevista radial a Gabriel García Márquez”.
Caracol Radio, mayo de 1991.
La revisión de las nueve versiones finales fue lo más divertido de la escritura. La primera voz de alarma me la dio mi viejo amigo, el historiador colombiano Aníbal Noguera Mendoza, que leyó el manuscrito a su paso por México. De una sola ojeada se dio cuenta de que el anfitrión de Bolívar en Mompox tenía cinco años de muerto. También en el santoral que usaba, que es el del mexicano Calendario de Galván, equivalente al Almanaque Bristol de Colombia, se dice que el 8 de mayo es el día de santa Juana de Arco. Vinicio Romero me probó con otros santorales que es el 30 de mayo. Pero solo el expresidente López Michelsen se dio cuenta, cuando ya el libro estaba a punto de imprimir, que Juana de Arco no era santa en los tiempos de Bolívar. Había sido canonizada después de la Primera Guerra Mundial. Además, yo le había atribuido a Bolívar una frase que decía: «Ya quisiera ese coño de madre ser un pelo de la barba de Humboldt». Cuando Vinicio Romero la leyó dio un salto en la silla: «¡Humboldt no tenía barba!». Y era cierto.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
Hay que tener en cuenta que todo el mundo tiene tres vidas: una vida pública, una vida privada y una vida secreta. Yo me sentí con derecho de ocuparme de la vida pública y privada de Bolívar, pero no de su vida secreta. Así que inventé a sus mujeres. Hasta Camille, a quien puse de amante del conde de Raigecourt, es una invención.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
Conozco el río Magdalena puerto por puerto, y experimento gran nostalgia por esos tiempos. Creo que la nostalgia es la fuente de toda literatura y de toda poesía. Pensé escribir la historia del río Magdalena a través del viaje de Bolívar, sin preocuparme mucho por la personalidad de este. Pero no fue posible. Bolívar se impuso.
“Gabo para norteamericanos”.
Los Angeles Times Magazine, septiembre de 1990.
Yo creo que los pequeños detalles son definitivos no solo para conocer la personalidad de los personajes, sino la historia misma. En una de las recientes declaraciones, un académico, creo que en Colombia, dijo: «Yo prefiero quedarme con la imagen majestuosa que tengo de Bolívar y no la de este Bolívar mal hablado». Pero prefiero quedarme con el Bolívar como es, porque creo que cuanto más se parezca al verdadero al Bolívar de la vida real más grande y más importante es, y cuanto más débil y más vulnerable, es mucho más admirable lo que hizo.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
El general en su laberinto tiene una importancia más grande que todo el resto de mi obra. Demuestra que toda mi obra corresponde a una realidad geográfica e histórica. No es el realismo mágico y todas esas cosas que se dicen. Cuando lees el Bolívar te das cuenta de que todo lo demás tiene, de alguna manera, una base documental, una base histórica, una base geográfica que se comprueba con El general. Es como otra vez El coronel no tiene quien le escriba, pero fundamentado históricamente. En el fondo, no he escrito sino un solo libro, que es el mismo que da vueltas y vueltas, y sigue.
“El general en su laberinto es un libro vengativo”.
Semana, 14 de marzo de 1989.
Para mí, Bolívar es un caribe puro, con el cabello crespo y el bigote negro. Yo lo describo en 1815 con bigotes y patillas ásperos, y con el cabello largo amarrado detrás con una cinta, como si fuera cola de caballo, como lo recuerdan varios testimonios de la época. Sin embargo, no hay un solo retrato de Bolívar en el que se vea así. Yo creo que el retrato que más se parece a la verdad es un anónimo de Haití, hecho precisamente en 1815, aunque no tiene el pelo largo ni cola de caballo. El que sin duda es exacto al Bolívar en los años de mi novela es un retrato a lápiz del colombiano José María Espinosa, supongo que hecho de memoria, porque en el 29 Bolívar estaba en el Perú. Es un retrato de perfil, envejecido, acabado, triste y con el mismo sombrero de pobre con que se despidió en Honda. Los demás pintores lo veían tan deteriorado que lo mejoraban en la pintura. Pero Espinosa lo muestra como era. Es un gran retrato. Entonces, como no pude sacar de los retratos una síntesis de cómo podía ser Bolívar, preferí sacarla de los recuerdos escritos. Como si fuera un retrato hablado.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
No se trata de una biografía de Bolívar, sino de una novela. Pero soy tan riguroso en la documentación como libre en la ficción. Tengo que cuidar mucho las mentiras pequeñas, que son las que se pueden documentar, porque de pronto llega algún pendejo, me agarra una mentira pequeña y eso puede llevar a que se me caiga la mentira grande. Cuando ya había escrito buena parte del libro me asaltó la tentación de no matar a Bolívar en la quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, sino de sacarlo vivo de allí y llevármelo a Venezuela y hacerlo vivir más de un siglo. Quería verlo en los tiempos más o menos recientes del dictador Juan Vicente Gómez, a ver qué vainas se le ocurrían. Pero me di cuenta de que esa era una novela completamente distinta y volví a quedarme en el laberinto de la verdadera historia.
“Nos entenderemos, aunque sea en español”. Cambio 16.
Trascripción de El Tiempo, mayo de 1988.
Para el vocabulario oficial de Bolívar me fue de gran ayuda el excelente estudio de la lingüista peruana Martha Hildebrandt, La lengua de Bolívar. El problema fue que ella rastreó las palabras escritas en cartas y documentos, y a mí me hacía más falta el lenguaje hablado. Nunca me quedó claro si los venezolanos, como los granadinos, llamaban chapetones a los españoles. Humboldt usó la palabra en sus escritos, hablando de Venezuela, pero después de haber estado en la Nueva Granada. La puse en boca de Bolívar en Roma, a los veinte años, y antes de que conociera a Santa Fe, porque no se me ocurrió otra. Tampoco pude encontrar nunca el significado de dos palabras que Bolívar usaba varias veces refiriéndose a personas, y con un cierto desprecio: «manaures» y «mastuerzos». A medida que leía los cinco tomos de su correspondencia, que fue casi toda dictada a sus amanuenses, encontré innumerables palabras, frases y modismos que había oído a mis abuelos durante mi infancia en Aracataca. Eso me encendió la luz, y me atreví a aventurar la afirmación de que Bolívar hablaba con la cadencia y dicción de las islas Canarias y con las formas cultas del dialecto de Madrid. Como los abuelos.
“Gabo responde a las críticas”. Proceso, abril de 1989.
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