Diez frases del escritor colombiano sobre William Faulkner.
Para Gabriel García Márquez, William Faulkner no sólo fue uno de los mejores novelistas del siglo XX, sino que también fue un escritor que marcó para siempre y de forma contundente a la literatura de América Latina. “Yo creo que la deuda mayor que tenemos los nuevos novelistas latinoamericanos es con Faulkner”, afirmó en septiembre de 1967, durante la célebre conversación que sostuvo con Mario Vargas Llosa en la Universidad Nacional de Ingeniería en Lima.
A juicio del escritor colombiano, la técnica narrativa de Faulkner, sobre todo la empleada en novelas como El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930), Luz de agosto (1932) y ¡Absalón, Absalón! (1936), era ideal para relatar la realidad latinoamericana. En el fondo, García Márquez consideraba que el autor de Las palmeras salvajes (1939) era un escritor del Caribe. Desde que lo leyó por primera vez a fines de la década de 1940, lo asumió como uno de sus principales maestros en el exquisito arte de la narración. Tanto así que, el 8 de abril de 1950, redactó una columna para el diario El Heraldo en la que reclamaba el Premio Nobel de Literatura para el escritor norteamericano. “En los Estados Unidos hay un tal señor llamado William Faulkner, que es algo así como lo más extraordinario del mundo moderno”, escribió en aquella ocasión.
La influencia de Faulkner es evidente en toda la obra narrativa de Gabo, en especial en las primeras novelas. En La hojarasca, por ejemplo, García Márquez utiliza el monólogo interior que Faulkner desarrolla con maestría en Mientras agonizo. Sin embargo, a pesar de las relecturas que Gabo hizo de los textos faulknerianos, es importante entender que la afinidad entre los universos literarios de ambos autores también fue provocada por una geografía en común: la de los pueblos olvidados y polvorientos habitados por familias decadentes que cargan con el peso de una guerra civil. García Márquez solía contar cómo los poblados del Sur de los Estados Unidos se parecían a los municipios de la zona bananera en el Caribe colombiano, con sus campamentos construidos por la United Fruit Company.
El último párrafo de “La soledad de América Latina”, el discurso con el que García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, está dedicado a Faulkner y su idea de que la humanidad todavía no ha llegado a su fin. Justo homenaje a un mentor que, treinta y dos años antes, también había llegado a Estocolmo a recibir el mismo galardón.
En el Centro Gabo hemos seleccionado diez frases y reflexiones del escritor colombiano sobre William Faulkner. Las compartimos contigo:
Faulkner es uno de los grandes novelistas de todos los tiempos.
“«Primero soy hombre político»: Gabriel García Márquez”.
Excelsior, abril de 1971.
El método «faulkneriano» es muy eficaz para contar la realidad latinoamericana. Inconscientemente fue eso lo que descubrimos en Faulkner. Es decir, nosotros estábamos viendo esta realidad y queríamos contarla y sabíamos que el método de los europeos no servía, ni el método tradicional español; y de pronto encontramos el método faulkneriano adecuadísimo para contar esta realidad. En el fondo no es muy raro esto porque no se me olvida que el condado de Yoknapathawpa tiene riberas en el mar Caribe; así que de alguna manera Faulkner es un escritor del Caribe, de alguna manera es un escritor latinoamericano.
“La novela en América Latina”.
Universidad Nacional de Ingeniería, septiembre de 1967.
La influencia de Faulkner no se encuentra en los libros. Yo la encontré en el sur de los Estados Unidos, al ver aquellos caminos polvorientos, aquellos pueblos ardientes, miserables. Viéndolos recordé que Aracataca, el pueblo donde yo nací, fue construido en parte por una compañía bananera norteamericana.
“«Primero soy hombre político»: Gabriel García Márquez”.
Excelsior, abril de 1971.
Yo necesito silencio y muy buena temperatura para escribir desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, pero por la noche necesito un poco de alcohol y muy buenos amigos para conversar, y siempre tengo que estar en contacto con la gente de la calle y bien enterado de la actualidad. Esto corresponde a lo que quiso decir William Faulkner cuando declaró que la casa perfecta para un escritor es un burdel, pues en las horas de la mañana hay mucha calma para escribir, y en cambio todas las noches hay fiesta. Es curioso que esta declaración la publicó The Paris Review cuando yo vivía en Barranquilla, y precisamente en un burdel.
“Entrevista con Gabriel García Márquez”.
Libre, marzo y mayo de 1972.
La vida es una fuerza: la muerte, no. Sostengo con Faulkner que las cosas van mal, quizá todo está mal, pero el ser humano es indestructible. Como individuo, el hombre es mortal, pero como especie, es inmortal.
“Gabo para norteamericanos”.
Los Angeles Times Magazine, septiembre de 1990.
Mi problema no fue imitar a Faulkner, sino destruirlo. Su influencia me tenía jodido.
El olor de la guayaba, 1982.
Solamente una técnica como la de Faulkner me hubiera permitido escribir lo que veía. La atmósfera, la decadencia, el calor de la población eran, en líneas generales, los mismos que yo percibía en Faulkner.
“Gabriel García Márquez”.
The Paris Review, invierno de 1981.
Yo creo que la deuda mayor que tenemos los nuevos novelistas latinoamericanos es con Faulkner.
“La novela en América Latina”.
Universidad Nacional de Ingeniería, septiembre de 1967.
Si con Kafka había entendido lo que necesitaba escribir, con Faulkner entendí cómo necesitaba escribir.
Los escritores frente al poder, 1975.
La estructura de El otoño del patriarca es exactamente la misma de La hojarasca: son puntos de vista alrededor de un muerto. En La hojarasca está más sistematizada porque tengo veintidós o veintitrés años y no me atrevo a volar solo. Entonces adopto un poco el método de Mientras agonizo, de Faulkner. Faulkner es más, por supuesto… él le pone un nombre al monólogo; entonces yo, por no hacer lo mismo, lo hago desde tres puntos de vista que son fácilmente identificables porque son un viejo, un niño, una mujer.
“El viaje a la semilla”.
El Manifiesto, septiembre y octubre de 1977.
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