Seis reflexiones del escritor colombiano sobre las computadoras y su impacto en el oficio narrativo.
Aunque era un escritor formado en la era de las máquinas de escribir, Gabriel García Márquez jamás le huyó a las computadoras. Por el contrario, poseía una practicidad a prueba de nostalgias que le permitía adaptarse con facilidad a los cambios tecnológicos. Cuando procesar textos a través de un teclado y una pantalla fue posible gracias a la invención del computador, el autor colombiano no dudó en abandonar sus máquinas de escribir.
A lo largo de su vida probó sin recelo todas las herramientas útiles en la confección de un libro: plumas estilográficas, bolígrafos, máquinas de escribir mecánicas y máquinas de escribir electrónicas. En la década de los ochenta del siglo anterior fue el turno para el computador. El amor en los tiempos del cólera fue su primera novela escrita con esta tecnología. Le siguieron El general en su laberinto, Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes. La transición le permitió a García Márquez reducir el tiempo que empleaba para finalizar sus libros, ya que no tenía que empezar de nuevo en una hoja en blanco cada vez que cometía un error de mecanografía.
En el Centro Gabo hemos seleccionado seis reflexiones de García Márquez sobre la computadora y su impacto en su oficio de escritor. Las compartimos contigo:
Escribir en la computadora es como volver a escribir a mano, se puede romper, quitar, poner. Me río cuando mis amigos escritores hablan de su vieja máquina de escribir, de que escribir a mano es como ver fluir la sangre por las venas. La verdad pura y simple es que el mejor invento que se ha hecho para el escritor es la computadora. Si la hubiera tenido hace veinte años tendría el doble de libros escritos.
“La fama es un oficio de 24 horas”.
El Tiempo, 28 de marzo de 1989.
El primer computador que salió al mercado lo debí de usar yo. Cuando escribía a máquina tenía un promedio de un libro cada siete años, y con el computador pasó a ser uno cada tres años, porque la computadora hace mucho trabajo por uno. Tengo varios equipos exactamente iguales, uno aquí, uno en Bogotá y otro en Barcelona, y llevo siempre un disquete en el bolsillo.
“Dejar de escribir no ha cambiado mi vida”.
La Vanguardia, febrero de 2006.
Yo tengo una computadora que me muestra una página completa, y además la tengo programada con una letra clara, grande y similar a la que tendrá el libro cuando quede impreso. Entonces ahí yo sé cuántas páginas va teniendo, sé exactamente cómo se verá publicado. Todo eso también forma parte del preciosismo de la escritura.
“Gabriel García Márquez. Íntimo”.
Revista Viva, 26 de junio de 1994.
Yo tuve siempre un ritmo de una cuartilla diaria. Empezaba a las ocho o nueve de la mañana hasta las dos de la tarde. Trabajaba la cuartilla a máquina, a doble espacio, con un afán de perfección formal. Tanto que si cometía un error de ortografía o un error de mecanografía lo sentía como si fuera un error de creación: entonces volvía a meter la hoja en la máquina y volvía a corregir. (…) Lo curioso es que cuando pasé de la máquina de escribir a la computadora, todas esas dificultades se obviaban tanto que pasé de una frecuencia de un libro cada siete años a un libro cada tres años.
“Me interesa contar cosas que le suceden a la gente”.
Hoy Por Hoy (Cadena Ser), 1996.
Yo creo que he escrito más después del premio Nobel que antes. Antes del Nobel tengo un promedio de un libro cada siete años, y después del Nobel uno cada tres años. Pero no es por el Nobel. Es por la computadora. La computadora hace el esfuerzo que antes hacía yo, perfeccionista enfermizo, cuando corregía cada hoja repitiéndola cada vez. Ahora escribo a lo loco y después corrijo.
“El escritor en su laberinto”.
Gente, septiembre de 1996.
El dinero es corruptor, y no me han faltado oportunidades. Pero jamás me he dejado. Me defiendo, por ejemplo, no dejándome tomar una foto escribiendo en el computador con el que trabajo, porque sé que la marca lo sabe y me manda señales. Hay que ser un poco cabrón, no hay que ser inocente para que no lo utilicen a uno y manejar ese empleo tan jodido que es la fama.
“La fama es un oficio de 24 horas”.
El Tiempo, 28 de marzo de 1989.
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