Un decálogo del escritor colombiano sobre la entrevista en el oficio periodístico.
A pesar de haber ejercido el periodismo durante toda su vida, Gabriel García Márquez casi nunca publicó una entrevista. Le gustaba hacer uso de la entrevista como herramienta para obtener información útil en una crónica o reportaje, pero la reprobaba como género periodístico, especialmente desde que se popularizó el magnetófono (precursor de la grabadora) y la grabación de voz se convirtió en un sustituto de la memoria. Las pocas entrevistas que publicó –como las que les hizo a Pablo Neruda en 1971 y a Akira Kurosawa en 1990– prefería llamarlas ‘conversaciones’ para darles un aura distinta.
Durante años incluso presumió de que la única entrevista que había publicado en sus tiempos de periodista en El Espectador había sido una invención al servicio de la reportería. “Mi obra periodística hasta 1960 está en seis tomos y ahí no hay ni una sola entrevista; hay una a Álvaro Mutis, que es inventada, en el sentido de que le quise dar la forma de entrevista porque me parecía que era el recurso de reportero que más convenía a lo que estaba haciendo”, reveló Gabo en una entrevista concedida a Caracol Radio en mayo de 1991. La seudoentrevista se tituló “Los elementos del desastre” (como el poemario de Mutis) y fue publicada el 21 de marzo de 1954.
Las verdaderas reflexiones de García Márquez sobre la entrevista surgieron luego de la publicación de Cien años soledad (1967), novela que lo catapultó a la fama y, con ella, al asedio de los medios de comunicación. Según él mismo afirmaba, llegó a conceder entrevistas con un promedio de doce al año. Esa experiencia le sirvió para detectar los vicios de los entrevistadores y atestiguar cómo decaía el género de la entrevista a través de los años. Finalmente, el 15 de julio de 1981 publicó un artículo en El País de España y El Espectador (“¿Una entrevista? No, gracias”) donde contó sus impresiones negativas en torno a las entrevistas periodísticas.
En el Centro Gabo hemos preparado diez reflexiones del escritor colombiano sobre este tema. Las compartimos contigo:
El género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficción. Lo malo es que la mayoría de los entrevistadores lo ignoran, y muchos entrevistados cándidos todavía no lo saben. Unos y otros, por otra parte, no han aprendido aún que las entrevistas son como el amor: se necesitan por lo menos dos personas para hacerlas, y sólo salen bien si esas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado será un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peor de los casos, pero jamás saldrá un buen recuerdo.
“¿Una entrevista? No, gracias”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, julio de 1981.
La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable.
“Periodismo: el mejor oficio del mundo”.
Discurso de Gabriel García Márquez ante la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, octubre de 1996.
No es cuestión de imaginación sino una falla profesional importante el pensar que el periodismo es la entrevista. La otra noche, con una joven periodista, estuve durante una hora explicándole por qué no le daba una entrevista. A la media hora le dije: «Por lo pronto ya tienes más material del que nadie ha tenido en mucho tiempo sobre mí». Pero ella no alcanzaba a pensar, ni a asimilar lo que le estaba diciendo, porque estaba pensando qué me iba a preguntar después, para convertir de todas maneras aquello en una entrevista. Y al final no escribió digamos un relato, una crónica del encuentro conmigo, sino que sacó lo que pudo y lo convirtió en entrevista. Personalmente, a mí eso me afecta, porque necesariamente toda entrevista es una improvisación. Y yo soy todo lo contrario de un improvisador.
“El periodista es hoy en Colombia un corresponsal de guerra”.
El Espectador, enero de 1991.
El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite –como un loro digital– pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.
“Periodismo: el mejor oficio del mundo”.
Discurso de Gabriel García Márquez ante la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, octubre de 1996.
Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetófono. Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que el magnetófono lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista.
“¿Una entrevista? No, gracias”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, julio de 1981.
Lo más difícil de una entrevista no es saber por dónde empezarla sino dónde terminarla.
“«¡Mande a los editores a la mierda!»”. Radar, octubre de 1997.
La mayoría de los periodistas, aquellos que no consideran la entrevista como ficción, ponen a funcionar la grabadora y piensan que el respeto hacia la persona interrogada consiste en transcribir palabra por palabra lo que ha dicho. No se dan cuenta de que ese método de trabajo es bastante irrespetuoso: al hablar, uno vacila, no termina las frases y dice muchas bestialidades. Se habla y no se escribe. La grabadora debería servir únicamente para reunir los elementos que el periodista seleccionará después e interpretará a su manera. En ese sentido, es posible realizar una entrevista de la misma manera como se escribe una novela o un poema.
“García Márquez. Un periodista que no pudo ser músico terminó siendo novelista”.
Lire, marzo de 1980.
La mejor entrevista que he leído en mi vida fue la que trató de hacerle Gay Talese a Frank Sinatra. Sinatra citó a Gay Talese en un hotel de Las Vegas. Cuando Talese llegó, a Sinatra no se le ocurrió nada mejor que enfermarse. Durante una semana estuvo Gay Talese tratando de entrevistar a Sinatra, y durante una semana Sinatra canceló encuentro tras encuentro. Eso es la entrevista de Talese: la historia de cómo no pudo entrevistarlo durante toda esa semana.
“«¡Mande a los editores a la mierda!»”. Radar, octubre de 1997.
Hay entrevistadores de diversas clases, pero todos tienen dos cosas en común: piensan que aquella será la entrevista de su vida, y están asustados. Lo que no saben -y es muy útil que lo sepan- es que todos los entrevistados con sentido de la responsabilidad están más asustados que ellos. Como en el amor, por supuesto. Los que creen que el susto sólo lo tienen ellos, incurren en uno de los dos extremos: o se vuelven demasiado complacientes, o se vuelven demasiado agresivos. Los primeros no harán nunca nada que en realidad valga la pena. Los segundos no consiguen nada más que irritar al entrevistado. «Eso es bueno», me dijo un excelente entrevistador de radio. «Si uno logra irritar al entrevistado, éste terminará por gritar la verdad de pura rabia». Otros emplean el método de los malos maestros de escuela, tratando de que el entrevistado caiga en contradicciones, tratando de que diga lo que no quiere decir, y tratando, en el peor de los casos, de que digan lo que no piensan.
“¿Una entrevista? No, gracias”.
Artículo de Gabriel García Márquez escrito para El Espectador y El País, julio de 1981.
La entrevista tiene una desventaja: cualquier cosa que no sea trascendental para arreglar el mundo se considera frívola. No me preguntan qué almorcé, o qué me gusta comer, sino qué pienso de la guerra del Golfo, de la Constituyente, del problema del narcotráfico; qué pienso del sida, en fin. Y creo que esto viene de la radio y de la televisión.
“El periodista es hoy en Colombia un corresponsal de guerra”.
El Espectador, enero de 1991.
Entrevista con el escritor, periodista y ensayista mexicano Juan Vi...
Entrevista televisiva a Gabriel García Márquez después de enterarse...
Catorce frases y conclusiones del escritor colombiano en torno a la...
©Fundación Gabo 2024 - Todos los derechos reservados.