Ocho reflexiones del escritor colombiano sobre sus miedos y la influencia que tuvieron en su vida de escritor.
Gran parte del universo literario de Gabriel García Márquez proviene de sus miedos. Muchas de sus historias regidas por el aire perturbador de lo sobrenatural fueron escritas mientras Gabo pensaba en el pavor que siempre le ha tenido a las premoniciones y a los malos sueños. Este mundo de presagios, espectros y acontecimientos extraordinarios fue forjado en su niñez, cuando vivía con sus abuelos en Aracataca, una población remota del Caribe colombiano.
“No he logrado salir de la infancia, allí residen mis miedos”, dijo en una entrevista concedida al diario El Colombiano el 8 de septiembre de 1996. “Los miedos, las incertidumbres, los fantasmas que le metían a uno. Porque miedo le metían a uno cuando niño. Al lado de mi casa, por ejemplo, salía un muerto. Tanto así que la casa terminó llamándose «la Casa del Muerto». En esa calle, una vez, en plena misa, en plena oración, el monseñor Pedro Espejo empezó a levitar. Se elevó un poquito, apenas unos centímetros, y la gente vio la levitación”.
Más adelante, en la adultez, los miedos también condicionaron el oficio narrativo de García Márquez. Uno de ellos era, por ejemplo, el miedo a releer sus propias obras cuando ya había salido la primera edición, pues aquella relectura lo condenaba a corregir infinitamente su texto.
Otro miedo del escritor era el de matar a sus personajes más emblemáticos de sus relatos. Lo vivió con el coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad. “Lo recuerdo perfectamente”, relató Gabo a El Manifiesto en octubre de 1977. “Un día dije: «¡Hoy se jode!». Siempre he querido escribir un cuento que describa, minuciosamente, cada momento de una persona en un día común y corriente, hasta que muere. Traté de darle esa solución literaria a la muerte del coronel Aureliano Buendía, pero me encontré con que si seguía por ese camino, se me volvía también otro libro. Por lo tanto, descarté esta posibilidad, y seguí dándole vueltas a la muerte del coronel. Hasta que me subí. En uno de los cuartos, arriba, Mercedes estaba haciendo la siesta. Me acosté a su lado y le dije: «¡Ya se murió!…». Y estuve llorando dos horas”.
En el Centro Gabo hemos seleccionado ocho reflexiones de Gabriel García Márquez en donde aborda sus miedos más recurrentes y la influencia que han tenido en su vida de escritor. Las compartimos contigo:
El mayor de todos mis miedos, generalmente el único que me preocupa, es el miedo al ridículo… Soy terriblemente tímido. Me aterroriza presentarme en público, hablar, entrar en un salón lleno de gente. Es que yo soy un tímido esencial.
“El escritor en su laberinto”. Gente, septiembre de 1996.
El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la oscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues sólo existe desde que se inventó la ciencia de volar (…).Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces. No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende. Yo recuerdo con nostalgia los vuelos líricos del bachillerato, en aquellos aviones de dos motores que viajaban por entre los pájaros, espantando vacas, asustando con el viento de sus hélices a las florecitas amarillas de los potreros, y que a veces se perdían para siempre entre las nubes, se hacían tortillas, y había que salir a media noche a buscar sus cenizas del modo más natural: a lomo de mula.
“Seamos machos: hablemos del miedo al avión”.
Artículo para El País de España, octubre de 1980.
A pesar de que muy pocos lo reconocen, todo hombre normal llega muerto de miedo a una experiencia sexual nueva. La explicación de ese miedo, creo yo, es cultural: tiene miedo de quedar mal con la mujer, y en realidad queda mal, porque el miedo le impide quedar tan bien como se lo impone su machismo. En ese sentido, todos somos impotentes, y solo la comprensión y la ayuda de la mujer nos permiten salir adelante con cierto decoro. No está mal: eso le da un encanto adicional al amor, en el sentido de que cada vez es como si fuera la primera, y cada pareja tiene que empezar a aprender otra vez desde el principio como si fuera la primera tentativa de cada uno. La carencia de esta emoción y este misterio es lo que hace inaceptable y tan aburrida la pornografía.
El olor de la guayaba, 1982.
El miedo a la muerte lo tiene todo el mundo, pero más que miedo a la muerte misma es miedo al tránsito. Por eso creo que los más felices son los que se mueren de un infarto fulminante. En fin… creo que el miedo no es a estar muerto, sino a estar muriéndose.
Habla Gabo. Semana, mayo de 1995.
Mi recuerdo más vivo y constante no es el de las personas, sino el de la casa misma de Aracataca donde vivía con mis abuelos. Es un sueño recurrente que todavía persiste. Más aún: todos los días de mi vida despierto con la impresión, falsa o real, de que he soñado que estoy en esa casa. No que he vuelto a ella, sino que estoy allí, sin edad y sin ningún motivo especial, como si nunca hubiera salido de esa casa vieja y enorme. Sin embargo, aun en el sueño, persiste el que fue mi sentimiento predominante durante toda aquella época: la zozobra nocturna. Era una sensación irremediable que empezaba siempre al atardecer, y que me inquietaba aun durante el sueño hasta que volvía a ver por las hendijas de las puertas la luz del nuevo día. No logro definirlo muy bien, pero me parece que aquella zozobra tenía un origen concreto, y es que en la noche se materializaban todas las fantasías, presagios y evocaciones de mi abuela. Esa era mi relación con ella: una especie de cordón invisible mediante el cual nos comunicábamos ambos con un universo sobrenatural. De día, el mundo mágico de la abuela me resultaba fascinante, vivía dentro de él, era mi mundo propio. Pero en la noche me causaba terror. Todavía hoy, a veces, cuando estoy durmiendo solo en un hotel de cualquier lugar del mundo, despierto de pronto agitado por ese miedo horrible de estar solo en las tinieblas, y necesito siempre unos minutos para racionalizarlo y volverme a dormir.
El olor de la guayaba, 1982.
Le tengo mucho miedo al psicoanálisis. Si el psicoanálisis es realmente como se pretende, todos los elementos inconscientes de mi creación me los ponen sobre la mesa y ya no me queda nada que explorar dentro de mí mismo. Al fin y al cabo, las novelas son el psicoanálisis de los escritores. Si los escritores son sinceros, si son reales, si están realmente trabajando con sus tripas, esas novelas son parte de un psicoanálisis.
“El barco donde estaba el paraíso”.
Nexos, diciembre de 1993.
Nunca duermo solo en una casa oscura, y si no puedo evitarlo, dejo todas las luces prendidas. Es un miedo muy curioso. Si sé que hay alguien durmiendo en la misma casa, esa sensación de terror desaparece inmediatamente.
“Gabriel García Márquez. Íntimo”. Viva, junio de 1994.
Creo que todo el mundo, todo el mundo, tiene miedo de estar solo. Cuando uno abre los ojos por la mañana y echa un vistazo a la realidad circundante, la primera impresión que tiene es siempre de temor.
“Entrevista con Gabriel García Márquez”.
Playboy, octubre de 1982.
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