Ocho frases del escritor colombiano sobre el cuentista y novelista argentino Julio Cortázar.
Cuando Gabriel García Márquez leyó Bestiario, el primer libro de cuentos de Julio Cortázar, se encontraba viviendo en un hotel de Barranquilla entre beisbolistas mal pagados y prostitutas felices. Gabo trabajaba como periodista en El Heraldo y pagaba al dueño del hotel un peso con cincuenta centavos para pasar la noche. Una madrugada, tumbado sobre la cama de su habitación y excitado por la lectura de los cuentos de Cortázar, García Márquez concluyó que cuando fuera más grande quería ser como el escritor argentino. Eso ocurrió, probablemente, entre finales de 1951 y principios de 1952.
Un par de años más tarde, en el otoño de 1956, alguien le dijo a Gabo que Cortázar solía frecuentar el café Old Navy en el Boulevard Saint Germain de París. “Allí se sienta a escribir”, le informaron. García Márquez, que ya tenía diez meses de estar viviendo en la capital de Francia, no dudó en esperarlo varias semanas hasta verlo pasar. “Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo”, recordó el colombiano en un artículo que publicó en El País en 1984, “tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón”. Ese día, sin embargo, no se atrevió a saludarlo. Se contentó solo con mirarlo.
Transcurrió poco más de una década para que García Márquez y Cortázar fueran amigos. Para entonces el argentino ya había publicado Rayuela y Gabo Cien años de soledad. En 1969, ambos escritores, junto con Carlos Fuentes, viajaron en tren rumbo a Praga. En la noche, a la hora de dormir, Cortázar dio una cátedra exquisita sobre la historia del piano en las orquestas de jazz que se prolongó hasta el amanecer y que dejó hechizado a Gabo. El mismo hechizo volvería a repetirse en 1981, cuando Cortázar leyera un cuento suyo (“La noche de Mantequilla”) en un parque de Managua, y tanto García Márquez como el auditorio quedaron hipnotizados ante la voz del argentino.
La amistad entre los dos autores latinoamericanos se forjó con lazos literarios y políticos. Ambos se consideraban activistas de izquierda y compartían sus preocupaciones por la autonomía política y cultural de América Latina. Tanto así que, en 1978, cuando García Márquez contribuyó a crear Habeas –una institución para la defensa de los Derechos Humanos y los presos políticos en Latinoamérica–, Julio Cortázar se encontraba entre los escritores suscritos a este organismo.
Desde Centro Gabo compartimos contigo ocho frases del escritor colombiano sobre su amigo, maestro y colega Julio Cortázar:
Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias. Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción. Fue, tal vez sin proponérselo, el argentino que se hizo querer de todo el mundo.
“El argentino que se hizo querer de todos”.
Columna para El País (España), febrero de 1984.
Hay que llevar adentro las cosas para que exploten convertidas en un libro. Por ejemplo, yo me di cuenta de lo profundamente argentino que es Cortázar cierto día en que el tránsito en Buenos Aires estaba totalmente congestionado. Para cruzar la calle un hombre subió a un taxi por un lado y salió inmediatamente por el otro. “Eso es de Cortázar”, me dije.
“«Primero soy hombre político»: Gabriel García Márquez”.
Excelsior, abril de 1971.
En privado, Cortázar lograba seducir por su elocuencia, por su erudición viva, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos. En público, a pesar de su reticencia a convertirse en un espectáculo, fascinaba al auditorio con una presencia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. En ambos casos fue el ser humano más impresionante que he tenido la suerte de conocer.
“El argentino que se hizo querer de todos”.
Columna para El País (España), febrero de 1984.
Por primera vez en Latinoamérica somos escritores profesionales. Cortázar fue el primero que nos dijo: “Vamos a ser escritores y todo lo que no sea escribir es secundario, aunque tengamos que morirnos de hambre”. Esta actitud termina por crear conciencia profesional.
“«El deber revolucionario de un escritor es escribir bien»”.
Enfoque Internacional, diciembre de 1967.
Me atrevo a pensar que si los muertos se mueren, Cortázar debe estarse muriendo otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios. Más aún: siempre pensé que la muerte misma le parecía indecente. En alguna parte de La vuelta al día en ochenta mundos un grupo de amigos no puede soportar la risa ante la evidencia de que un amigo común ha incurrido en la ridiculez de morirse. Por eso, porque lo conocí y lo quise tanto, me resisto a participar en los lamentos y elegías por Julio Cortázar. Prefiero seguir pensando en él como sin duda él lo quería, con el júbilo inmenso de que haya existido, con la alegría entrañable de haberlo conocido y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa pero tan bella e indestructible como su recuerdo.
“El argentino que se hizo querer de todos”.
Columna para El País (España), febrero de 1984.
Yo podía haber resuelto mi situación de escritor, aceptando becas, subvenciones, en fin todas las formas que han inventado para ayudar al escritor, pero yo me he negado rotundamente, y sé que es una cosa en la cual estamos de acuerdo los que se llaman los nuevos escritores latinoamericanos. Con el ejemplo de Julio Cortázar, nosotros creemos que la dignidad del escritor no puede aceptar subvenciones para escribir, y que toda subvención de alguna manera compromete.
“La novela en América Latina”.
Universidad Nacional de Ingeniería, septiembre de 1967.
Leí Bestiario, su primer libro de cuentos, en un hotel de lance de Barranquilla donde dormía por un peso con cincuenta centavos, entre peloteros mal pagados y putas felices, y desde la primera página me di cuenta de que aquél era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande.
“El argentino que se hizo querer de todos”.
Columna para El País (España), febrero de 1984.
Compartía un poco la idea bastante generalizada de que Cortázar no es un escritor latinoamericano; y esta idea un poco «guardada» que tenía la rectifiqué por completo ahora que llegué a Buenos Aires. Conociendo Buenos Aires, esa inmensa ciudad europea entre la selva y el océano, después del Matto Grosso y antes del Polo Sur, se tiene la impresión de estar viviendo dentro de un libro de Cortázar, es decir, lo que parecía europeizante en Cortázar es lo europeo, la influencia europea que tiene Buenos Aires. Ahora, yo tuve la impresión en Buenos Aires de que los personajes de Cortázar se encuentran por la calle en todas partes.
“La novela en América Latina”.
Universidad Nacional de Ingeniería, septiembre de 1967.
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